—La hacienda Arrabal no solo es una de las haciendas más prósperas de este país, Vítor —dice Gage respondiendo a las dudas de Vítor—, sino una de las más fuertes. Cuando las haciendas más pequeñas empiecen a pasar carencias de semillas y otras provisiones, acudirán junto a nosotros y no dudarán en ayudar para encontrar a los culpables.—Pero esto sigue siendo una locura. Nadie puede afirmar con certeza que eso ocurrirá como se plantea. ¿Qué pasará si ellos piden ayuda a otras haciendas?—Lo harán —Egil contesta con voz tranquila, sin dejar de escribir—. Han dependido de la hacienda Arrabal desde la administración de mi bisabuelo. No tienen otra alternativa más que ceder.—Además, supongamos que sucede tal como lo plantean, pero, ¿Cómo puede delegar una responsabilidad tan grande como la firma de un beneplácito a una esposa inexistente? ¿Al señor Arrabal se le olvidó que no tiene una esposa legal, por consiguiente tampoco herederos?Los miembros de la junta empiezan a murmurar entre el
Cuando Adelaide regresa a su habitación, una de las sirvientas le indica que Egil ha regresado de la oficina y la manda llamar. Ella se levanta pesarosa de la silla y camina hasta la habitación de su esposo. ¿No le dijo que estaría en la oficina todo el día? Ahora ella está preocupada de que alguien más la haya visto en los sótanos y le haya contado a Egil. Eso sería su final, como dijo la señora Irene. —Esposo —Hace un asentimiento hacia él cuando los guardias le permiten la entrada—, ¿me mandó llamar? El corazón de la joven late desesperado. Con la cara impasible de su esposo, ella raras veces consigue descifrar si está enojado o tranquilo. —Quiero que mandes a preparar una cena, así como la otra vez, para dos personas —dice Egil con la vista fija en sus reacciones. Adelaide se soba la mano contra su vestido, nerviosa—. Que todo esté listo para dentro de dos horas. ¿Dos horas? ¿No es muy temprano para cenar con su amante? Apenas es media tarde. —¿Eso es todo o necesita algo más?
—Todo eso puede cambiar si le pides a Egil que la restituya en tu cargo —dice Petra a Lilith—. Estoy completamente segura que él no se lo negará. Además, eso ayudará a que Adelaide ya no esté tan cerca de él todo el tiempo. Ya no le servirá de nada.Lilith piensa unos minutos en las palabras de la mujer. En cierto modo tiene razón y su idea puede funcionar. Ya no soporta saber que esa jovencita esté todo el tiempo con Egil cuando debería ser ella quien lo atienda.Las mujeres hablan por un largo rato, poniéndose de acuerdo en muchas cosas que harán a partir de hoy. Lilith jamás pensó que tendría que unirse a Petra para poder sacar del medio a Adelaide, pero no tiene otra alternativa. La necesita por ahora, pero cuando ella se haya ido, sacará de en medio también a Petra, o eso cree ella.En el ala principal de la hacienda, Adelaide va a pasos apresurados hasta la cocina para pedir a las sirvientas que la ayuden con todos los preparativos de la cena mientras busca a la señora Irene. De
Petra, con su porte característico de arrogancia, mira a Adelaide de pies a cabeza con una sonrisa en el rostro.—Ya se le está haciendo costumbre atender a las amantes de su esposo. Tal parece que usted no le parece para nada atractiva, por eso prefiere tener a otras —Le dice a Adelaide al oído.—¡Vete de aquí, Petra! —Irene le ordena con voz firme. Algunos de los guardias se ponen en alerta al escucharla.Petra se retira del lugar sin perder la sonrisa de triunfo en el rostro. Los ojos de Adelaide empiezan a picar. Ella logró abatirla de nuevo.—Querida…—No dijo nada que no fuese cierto —Adelaide la interrumpe—. Tanto Ana como ella son muy hermosas y siempre gustarán más a su sobrino que yo.—Adelaide, tú eres una joven muy hermosa, no te olvides de eso nunca. Estoy totalmente segura que tanto Ana como Petra quisieran un poco de tu belleza.—Nunca podré ser como ellas. Yo simplemente no nací para esto, ni siquiera sé maquillarme o verme arreglada, no me gustan esos vestidos sensual
—Este lugar es hermoso —dice Adelaide tan suave que Egil apenas logra oírla. A su espalda la observa detenidamente mientras ella recorre paso a paso el sitio.De cierto modo, Egil refleja a su madre en Adelaide. A ella también le gustaba leer novelas y llevar vestidos y maquillajes sencillos. Su tía Irene le contaba historias de ella cuando era niño, de cuanto amaba las plantas y lo servicial que era con los más necesitados.Adelaide se encuentra tan ensimismada mirando algunos de los muchos libros en el estante cuando de pronto siente la mano de su esposo despejar su cuello y colocar algo frío allí. El rozar de los dedos de Egil la hace emitir un gemido bajo que no pasa inadvertido para él.—Egil yo… —Ella nunca antes lo había llamado por su nombre y para los oídos de Egil tiene un sonido especial su nombre, dicho desde su boca.—Esta gargantilla era de ella —La interrumpe él abrochando una hermosa y delicada joya con un dije de rubí, con forma de gota—. Es la misma que ella usa en e
Egil ordena que busquen a Adelaide y la traigan de inmediato, pero ni siquiera su nana sabe donde se encuentra ella.Esta es la oportunidad que Lilith había esperado. Un rato después, regresa con su primo y le informa que Adelaide fue buscada por todo la hacienda y que nadie supo dar con su paradero.—Tal vez sea mejor que retome mi puesto, Egil —Sugiere ella aprovechando la rabia de su primo por lo sucedido—. Hay mucho trabajo por hacer en la casa y la joven Valencia no conoce los métodos para mantener el orden aquí. Los sirvientes no la respetan como deberían porque ella es muy frágil con todos.—Hablaremos de eso en otro momento —Responde él dejándola con la palabra en la boca.Egil sale de su habitación y va hasta la habitación de su esposa, donde la espera sentado en el sillón durante casi dos horas enteras.Adelaide pierde totalmente la noción del tiempo. Cuando se da cuenta de ello vuelve rápido hasta su habitación, preocupada, pero a la vez contenta de hablar de tantas cosas c
La señora Irene y Adelaide llegan a la habitación y llaman a Mónica y Mercedes inmediatamente. —Querida, Mónica, va a revisarte y ver si te encuentras en condiciones para recibir a tu esposo esta noche —dice Irene a Adelaide mientras la ayuda a acostarse en su cama y levantar su vestido. Adelaide no entiende que es lo que harán con ella, pero ya está decidida y no hay marcha atrás—. Te traje aquí, a mi habitación, porque aquí nadie va a molestarnos. Mónica pide a la joven que abra las piernas y ella, con mucha timidez, lo hace. La médica la revisa minuciosamente y confirma a Irene que ella está totalmente sana y lista. Luego coloca unas gotas de un líquido frío en su interior y le da una pastilla para tomar. —Este té es afrodisiaco —dice Mercedes colocando en manos de Adelaide una taza humeante. Irene la i***a a beberla toda junto con la píldora. La joven no pregunta para qué es, pero puede imaginarlo. Es obvio que es un estimulante. Pasan las horas y empieza a sentirse extraña e
Una vez que Adelaide despoja de sus calzados a Egil, él le extiende su mano y la lleva a su regazo. Pasea su nariz por su cabello mientras sus dedos largos recorren su brazo desnudo hasta llegar a su espalda. Abre la cremallera de su vestido lentamente y mete una de sus manos dentro de él hasta tomar uno de sus pechos.Adelaide emite un gemido ahogado al sentir la manipulación de esa parte de su cuerpo tan sensibilizado por el té afrodisiaco. Egil aprovecha ese momento para bajar el escote de su vestido y liberar ambos senos. Los endurecidos pezones de la joven lo reciben gustosos cuando empieza a masajearlos de manera erótica.Egil no deja de observarla ni un instante deseando poder grabar en su retina cada reacción de ella. Lleva su boca a uno de sus pezones y empieza a succionar con ansias, mordisqueando, lamiendo, chupando. Juega con él torturando a su esposa de una manera insoportable para ella.Cambia al otro pecho y lo muerde dolorosamente por unos segundos para enseguida succi