Ignacio salió de la habitación y fue a la sala de espera, Lucrecia le dijo:
—¿Sigue dormida? —Cabizbajo respondió.—Acaba de despertar. —Iré a verla. —Diego notó que Ignacio estaba molesto.—¿Discutieron de nuevo?—No, Silvia está tan distinta ahora, ya no discute conmigo como antes lo hacía. —¿Entonces por qué estás tan afligido?—Estoy así porque siento que nuestra separación ya es definitiva.—Bueno, ¿pero no era eso lo que querías? —Sí, eso era lo que más deseaba porque la odiaba, pero ahora cuando la miro no puedo sentir igual, y no comprendo la razón.—Anoche sentí lo mismo que tú cuando la vi en la camilla; estaba tan preocupada por su bebé, hasta sentí compasión porIgnacio estaba descontrolado emocionalmente, y compró una botella de licor; luego condujo a la empresa y se encerró en su oficina; como era fin de semana solo se encontraba el hombre de seguridad que estaba de turno, el resto de las instalaciones estaban sin el habitual bullicio de la semana.Solo en su oficina sin que nadie lo interrumpiera, Ignacio había decidido beberse toda la botella.Tenía varios meses sin probar alcohol, pero ahora lleno de enojo pretendía emborracharse y matar así su dolor. Pero en cuanto llevó la botella a la boca recordó la conversación que tuvo con Silvia en la clínica, pensó en lo que él le había dicho:“Le prometí a Silvia que no volvería a molestarla. Si me emborracho perderé el control, seguro iré a hacerle reproches como siempre.”Entonces decidió dejar la botella."N
Cuando ella subió a la habitación, Lupe la acompañó.—¿Le preparo el baño?—No hace falta Lupe, me duché en la clínica.—Me alegra tanto que no haya perdido a su bebé, usted se veía tan mal esa noche. —Amelia cabizbaja agregó:—Casi lo pierdo.—El señor Ignacio estaba muy angustiado por usted. —Amelia movió su silla hasta un lado de la cama, con cierta tristeza le dijo:—No estaba angustiado por mí, lo hacía por su esposa.—Tiene razón, qué contradicción.—Silvia no ha hecho otra cosa que crear contradicciones en la vida de ese pobre hombre que no ha hecho otra cosa que adorarla.—¿Adorarla? no lo creo, él odia a la señora Silvia, ¡si hasta estuvo a punto de matarla con sus manos!—&Eacu
Karin disimuló sus celos, no quería provocar a Ignacio.—Comprendo, pero yo también necesitó de tu afecto. Esta noche deberías ir a mi apartamento, haré una rica cena y podríamos ver una película. Tu hijo no se dará cuenta, cuando salgas de tu casa él ya se habrá dormido. —Ignacio no estaba con ánimos, pero tampoco la quería decepcionar más de lo que lo había hecho en Acapulco.—Me parece buena idea. —Ella sonrió mientras él se puso de pie—. Pero mejor cenamos afuera y vamos al cine.—Como mejor te parezca mi amor.Karin salió con mejor ánimo de la oficina de Ignacio, Milena cuando la vio le dijo:—¿Y? —Ella con alegría respondió:—¡Se quedará conmigo esta noche!—Vio, consumiéndote de los celos no logras nada. S
Cuando Ignacio llegó a la oficina, tuvo una oportunidad a solas con Karin, la agarró desprevenida y comenzó a besarla. La mujer complacida lo abrazó y correspondió a sus besos. Después él la soltó, ambos sonrieron.—¿Y ese arrebato de besos? —Preguntó ella.—¿No te gustó acaso?—Por supuesto que me gustó, desearía que fueras así y todos los días. A veces eres muy frío conmigo.—No soy frío contigo, esa es mi forma de ser.—Soy una mujer deseosa de ser amada, quiero que seas cada día más cariñoso.—Lo intentaré, pero cuando estoy cargado de muchas cosas con el trabajo no podré ser un oso de peluche contigo. —Ella le dio un beso.—Con que lo intentes me basta, solo necesito demostraciones como lo acabas de hacer.***Al rato Am
Cuando llegó al cuarto cerró la puerta, consciente que nadie la estaba observando flaqueó su talante. Dejó de fingir que era Silvia, con el rostro entristecido y sus ojos llorosos, se paró frente a la cómoda, se quitó las joyas que estaba usando ese día, los pendientes, la pulsera y el collar, dejó todo en su lugar.Se quedó mirándose al espejo y llorando se dijo así misma—Ya no sé si soy Silvia o si soy Amelia, cada día me absorbe más y su vida, su maldad. Cada día me siento más una cómplice y no su víctima. Ya estoy cansada de este engaño. También estoy harta de Diego y de Jimena, de los reproches de Ignacio. Sus acusaciones me matan.Se hizo un poco más de la media noche y Amelia no había podido conciliar el sueño. Un cúmulo de sentimientos encontrados invadieron su ser. Estaba tr
Pedro y Rita estaban en la cocina preparando el guiso de las quesadillas. Rita la vio primero.—¡Amelia!— Pedro estaba en una banca, su silla de ruedas la había dejado a ul lado de la cocina.—Hijita mía!—Papá! —Los ojos se le aguaron, Rita le dijo:—Y cómo hiciste para venir? nos dijiste el otro día que no te dejaban días libres.—Hoy mis jefes se llevaron a la niña y me dieron permiso un par de horas.Ella se acercó y abrazó a Pedro, después a su tía. Amelia le había dicho a su familia que su trabajo era de niñera a tiempo completo por varios meses.—Voy a prepararte unas quesadillas de las que te gustan. —Dijo la tía Rita, Pedro le tocó la barriga.—Mi nietecito está creciendo!—Si papá.Un auto de color gris se habí
Mario le preguntó a Amelia con tono de reproche. —¿Quién es este hombre? —Es un guardaespaldas, mejor vete. Marino le dijo ella: —Vamos. —Amelia obedeció rápidamente antes que Marino descubriera que ella no era Silvia y se fue con él al auto. Marino tenía el ceño fruncido y le dijo: —¿Quién es ese tipo y por qué te estaba molestando? —Es un idiota, eso es todo. —Pues me pareció que te tenía alterada. —Si me tenía alterada, es un acosador. —¿Y si te ha estado acosando por qué no le avisaste al Tigre. —No quiero que el Tigre intervenga. —Yo si voy a intervenir y lo voy a matar. —Amelia sintió miedo. —¡No por favor! —Marino se quedó mirándola fijo. —¿Te da miedo que lo mate? —No quiero que mates a nadie. —El embarazo te ha hecho muy sensible. —Mejor nos vamos. —¿Qué hacías en este barrio? —Vine a visitar a una amiga que conocí trabajando
Amelia se recostó en la cama, las emociones vividas rato antes la tenían conmocionada, y los problemas con Ignacio, eran lo mismo o peor que tenerlos con Mario. Le entristecía todo lo que había sucedido desde que ella llegó al pueblo y todas sus ilusiones se perdieron como un grano de arena en el desierto. Suspiró deseando que todo acabara pronto, deseaba que Silvia regresara cuanto antes y así poder marcharse, recuperar lo poco que aún conservaba de su vida. Ignacio subió a su habitación con la intención de comenzar a empacar sus cosas. Lucrecia ya estaba enterada de la decisión precipitada de Ignacio. Llena de preocupación fue a hablar con Silvia, quería convencerla de que intentara detenerlo, pero Amelia ya no podía con tantos problemas que ella no había provocado. —Tienes que detenerlo. —No puedo. —Si puedes, eres su esposa, siempre lo has podido convencer. —¿Quieres que lo manipule? —Convencerlo de permanecer en su