—¿Qué haces aquí, Zara? —pregunté, con la voz baja, tensa. No me esforcé por ocultar el desagrado. No me nacía.Ella alzó una ceja, fingiendo una expresión ofendida que no le creí ni por un segundo.—¿No te alegras de verme, hermana? Regresé al país después de estar fuera tres años —dijo, como si su regreso fuera una bendición.Me quedé en silencio. La observé, como si intentara descifrar qué venía disfrazado tras ese rostro perfectamente maquillado, esa voz empalagosa que tantas veces me había envuelto en mentiras. Y aunque frente a mí había una mujer, no podía evitar ver a la adolescente cruel que conocí. Aquella que siempre recibía vestidos nuevos, vacaciones, halagos, mientras a mí me dejaban los retazos… lo que sobraba.Porque ahora lo sabía. Ella era la verdadera hija. La sangre de ellos. Yo solo… era la intrusa. La que cargaba con un apellido que nunca me perteneció. La que fue criada con culpa y caridad.—Sí, me da gusto verte —mentí a medias, manteniendo el control—. Pero sab
Me quedé mirando a Henry, sin saber qué decir. Las palabras se agolpaban en mi garganta, empujaban para salir, pero ninguna lograba pasar. Había demasiadas emociones atascadas entre nosotros: el pasado, las promesas no dichas, los silencios que se convirtieron en muros. Sus ojos no me soltaban. Había en ellos algo más que sorpresa. Había dolor. Un brillo melancólico que me caló los huesos.—Sí… —murmuré al fin, apenas audible—. Sí, me casé con Eliot.Vi cómo su mandíbula se tensaba ligeramente. Un parpadeo lento lo delató. Como si acabara de tragar una verdad amarga.Di un paso hacia él. Sentí que le debía al menos una explicación. Algo. Lo mínimo.—Tuve que hacerlo, Henry —dije, obligándome a mantener la voz firme, aunque me temblaba por dentro—. Fue lo mejor. Para mí. Él no respondió de inmediato. Solo me miró, largo y tendido, como si intentara memorizar mi rostro una última vez. Como si quisiera buscar entre mis facciones a la mujer que conoció, la que tal vez, en algún rincón d
Axel subió las escaleras sin mirar atrás. Cada paso lo alejaba de Tatiana y de ese mundo podrido que lo asfixiaba. Cerró la puerta de su habitación de un golpe y apoyó la espalda contra ella, soltando un largo suspiro que parecía haber estado reteniendo desde hacía días. Se quedó así unos segundos, mirando el vacío, intentando silenciar el torbellino de pensamientos que lo consumía. Luego, como si algo se activara dentro de él, fue directo al baño.Abrió la ducha sin esperar que el agua se templara. El agua helada le golpeó el cuerpo, pero no se inmutó. Dejó que el líquido corriera por su espalda, arrastrando el sudor, el cansancio, la rabia... y a Tatiana. Cerró los ojos y por un momento se permitió respirar. Solo entonces se sintió un poco más humano.Salió y se cambió rápido. Ropa sencilla, limpia. Una camisa de lino azul claro, jeans oscuros y un par de botas de cuero negro. Se pasó los dedos por el cabello húmedo, sin preocuparse demasiado por peinarse. No tenía tiempo para detal
El sol comenzaba a caer detrás de los edificios altos cuando Carolina salió por la puerta principal de la empresa. Su bolso colgaba de un brazo, y en la otra mano llevaba una carpeta de documentos que no había tenido tiempo de revisar. Los tacones resonaban con firmeza en la acera, aunque por dentro, todo en ella se sentía frágil, incierto.Afuera, Eliot la esperaba junto a su auto negro. Llevaba el saco en la mano, la corbata floja , y su rostro estaba adornado por los moretones que Axel le habia dejado la noche anterior . Cuando Eliot la vio acercarse, sonrió, con ese aire encantador que solía envolverlo todo. Pero esa vez, algo en la sonrisa de Carolina no encajó del todo.—Hola, mi amor —dijo él con suavidad.Carolina forzó una sonrisa. Una que no llegó a sus ojos. Asintió brevemente.—Hola.Ese "hola" arrastraba una seriedad que no pasó desapercibida. Eliot la miró de reojo mientras le abría la puerta del auto. Ella entró en silencio, acomodándose en el asiento con cuidado, como
Eliot y Carolina salieron juntos de la casa. Él le abrió la puerta del auto sin decir mucho, y ella subió con el mismo silencio. El trayecto fue corto, pero la tensión entre ellos era evidente. Eliot conducía con gesto serio, mientras Carolina se limitaba a mirar por la ventana, evitando cualquier conversación. Sabía que lo que le esperaba en la mansión del abuelo Cedric no sería fácil de manejar. Al llegar, el ambiente era tan solemne como siempre. La casa, imponente y pulcra, estaba llena de luces, sirvientes y familiares esparcidos en el salón principal. Apenas cruzaron la entrada, varios rostros se giraron para mirarlos. Algunos con curiosidad, otros con desagrado. Amanda, de pie junto a uno de los ventanales, les dirigió una mirada gélida. Sus ojos se posaron especialmente en Carolina, como si verla ahí fuera un insulto. Tatiana, sentada en uno de los sofás, sonrió con esa expresión que no dejaba lugar a dudas: estaba disfrutando el momento. Axel no estaba. Carolina respir
Amanda se puso de pie de golpe, visiblemente alterada. Caminó con pasos decididos hasta quedar frente a Axel, sus ojos llenos de confusión y rabia. Lo miró como si no pudiera reconocerlo.—Axel… explícame esto. ¿Qué significa esto? ¿Esa niña es tu hija? —preguntó, con la voz temblorosa y cargada de reproche—. ¿Cómo es posible? ¡Si tú mismo dejaste que ese hombre golpeara a Carolina cuando estaba embarazada! ¡Tú lo permitiste! ¡Frente a ti! ¡Para que perdiera al bebé!El silencio en la sala se volvió insoportable. Carolina sintió cómo el aire le quemaba los pulmones. La mirada de todos se posó sobre Axel, esperando su reacción.Él se mantuvo quieto por un segundo, y luego alzó la voz, firme pero serena.—Madre… ya cállate —dijo, cortante—. Mi hija está aquí. Puede escucharte.Amanda abrió la boca, pero no pudo replicar. Axel bajó la vista por un momento, respiró hondo y luego levantó la cabeza con una seriedad que heló la sangre de los presentes.—Sí. Lo hice. La dejé. Permití que la l
El pasillo del hospital estaba impregnado con ese olor a desinfectante que se quedaba pegado en la piel, mezclado con la tensión de los que esperan noticias. Diana, sentada en una silla demasiado grande para su cuerpecito, abrazaba un peluche con fuerza mientras miraba a su alrededor con los ojos aún enrojecidos de tanto llorar.Axel caminaba de un lado a otro, sin apartarse de la puerta de urgencias. Su mandíbula estaba tensa, el ceño fruncido, pero en su mirada se notaba algo distinto. Culpa. Miedo. Y rabia, una rabia que apenas lograba contener.Eliot, por su parte, no se quedó atrás. Iba de un lado a otro del pasillo, hecho un manojo de nervios. Su rostro estaba desencajado, el labio inferior temblándole de impotencia. De repente, se detuvo frente a Axel, los ojos llenos de furia.—Esto es por tu culpa —le espetó, con voz grave—. Juro que si a mi esposa le sucede algo, vas a pagar por esto, Axel. No me importa que seas mi hermano.Esa última palabra —esposa— retumbó en los oídos d
La mañana llegó con una luz suave que se colaba por los ventanales del apartamento. El cielo estaba despejado, con ese tono azul pálido que aparece justo después del amanecer. Axel ya estaba despierto desde hacía horas. Había dormido poco, inquieto, con la mente llena de pensamientos sobre Carolina… sobre lo que vendría después.Se asomó a la habitación donde dormía Diana y la encontró acurrucada con su peluche, la expresión tranquila. Por un momento, se permitió sonreír. Luego se acercó, se sentó en el borde de la cama y le acarició suavemente la mejilla.—Princesa… es hora de levantarse —susurró con cariño—. Vamos a ver a mamá.Diana se removió un poco, abrió los ojos lentamente, y al escuchar las palabras de su padre, se incorporó de golpe.—¿En serio? —preguntó, ya completamente despierta.—Sí. Ya es de día, y el doctor dijo que podríamos verla hoy.Diana saltó de la cama y corrió al baño para lavarse la cara. En pocos minutos, ya estaba vestida, peinada y con su peluche bajo el b