Farid se levantó temprano en la mañana, tenía muchas cosas por hacer, la noche anterior había sido un caos en la mansión del jeque, los grito de su madre Zayane, se oyeron por todo el lugar, estaba seguro que cada uno de los empleados ya estaba al tanto de lo que sucedía, el futuro jeque de la tribu Khattab, se casaría con la hija de un campesino, que lo más probable sea que se convertiría en la vergüenza del pueblo, alguien sin estudios que no podría ayudar en nada al jeque, más que para tener descendencia, claro que Farid sabía que eso tampoco iba a ocurrir.
— Buenos días, madre. — saludo con una sonrisa conciliadora, pero solo obtuvo la mirada dura de Zayane.
— ¿Qué tienen de buenos? ¿acaso te alegra matar de un disgusto a tu madre? Porque te juro por Alá, Farid, tú te desposas con esa campesina y prepara mi entierro. — Farid se sintió dolido con aquello, pero también sabía que lo que verdaderamente mataría a su madre, fuera que su padre lo matara frente a sus ojos.
— Madre, créeme cuando te digo que, antes que tus ojos se cierren, seré yo quien parta de este mundo. — Zayane sintió un dolor tan grande en su pecho, que por un momento tuvo miedo, que las palabras dichas por su hijo se hicieran realidad.
— Deja de decir esas cosas, mejor ve, sal a pensar muy bien lo que harás.
Farid obedeció a su madre, pero no salió a pensar, fue rumbo a la mejor joyería que había en sus tierras, las cuales eran muchas, tan extensas que se necesitaría dos días de viaje en automóvil sin descanso para ir a un lado, y cuatro días para ir al contrario, ellos manejaban uno de los pueblos más grandes, Farid sabia la gran responsabilidad que tenía sobre sus hombros, o mejor dicho que tendrían, ya que una vez que se case con Leila, su padre le sedera el mando, él se convertirá en el jeque Khattab Farid.
Respiro saboreando el aroma de su tribu por primera vez en muchos meses se sentía bien, ingreso a la joyería y selecciono los anillos de compromiso, nada extravagantes, pero tampoco sencillos, fue en ese momento que reparo en que Leila le tendría que entregar un presente a él, el día del compromiso, esa era la tradición, él debía llevarle rosas a la novia y las alianzas de oro, las cuales estarían unidas por un lazo rojo que la madre de Leila debía cortar aprobando su compromiso y Leila debía hacerle un regalo que tuviera oro, se acostumbraba que fuera un reloj.
— Disculpe, además de las alianzas, necesito un reloj de oro, lo más económico que tenga.
Sabía que su madre se molestaría porque Leila le daría algo barato, pero Farid contaba con que su padre creyera que Leila realmente había comprado ella ese obsequio, las tradiciones y costumbres se debían cumplir si querían que el matrimonio fuera duradero y feliz, porque de eso estaba seguro Farid, el matrimonio de un jeque era para toda la vida, él ataría a una joven de 16 años a su lado, suspiro con culpabilidad, tomo las cosas y salió, el viaje había sido largo y agotador, ya casi era la hora que había pactado con Leila, dejo todo en su camioneta y solo bajo con la caja del reloj, mientras esperaba a su futura esposa, se planteaba si eso era realmente lo correcto, él tenía 20 años y ella 16 años, una niña aun, pero no podía retractarse, no ahora, él había dado su palabra y si bien le gustaban los hombres, él también era uno y tenía palabra, solo Leila podía retractarse y con un poco de tristeza, se dio cuenta que así era, Leila no llego, aun cuando Farid la espero una hora más de lo debido.
Subió a su camioneta y regreso enojado a su hogar, lo sabía, él lo sabía, ella era muy joven aun, seguro que pensó con cuidado las cosas, ¿Qué mujer se quería quedar con un hombre que jamás la tocaría? No, ninguna mujer desperdiciaría de esa manera su juventud, su vida, su felicidad, seguro que había conseguido que sus padres desistieran de casarla con el anciano, iba sumergido en sus pensamientos al momento que ingresó en la cocina, tanto así, que no reparo en que estaba la hija de una de las empleadas.
— Dile a Misha que por más bueno que sea este ungüento que le envió, si Said golpeo de esa forma a Leila no le aseguró que no le queden marcas. — la empleada hablaba en susurros con su hija, la joven no tendría que estar allí, dentro de la cocina de la familia del jeque.
Leila, el nombre de la joven, sonó en la cabeza de Farid como si lo hubieran gritado y no susurrado como estaba sucediendo.
— ¿Leila? ¿de qué Leila hablas Antara? — pregunto al tiempo que giraba para observar a ambas mujeres.
— Leila Assad, es la amiga de mi hija y nuestra vecina. — explico con nerviosismo la empleada.
— ¿Qué le sucedió? — pregunto lleno de preocupación, pero las mujeres solo se miraron y quedaron en silencio.
— ¿Acaso mi voz es una brisa sin importancia que pasa por este lugar? — dijo Farid con un poco de molestia.
— Es que ella… parece que estaba saliendo con alguien y el señor Said lo supo. — Farid miro a la joven con la confusión grabada en el rostro, ¿acaso Leila no les había dicho a sus padres que el iría a pedir su mano?
— ¿Podrías ser más precisa? — ordeno y la joven bajo la mirada al piso de piedras, si el señor Farid supiera lo que se decía, ¿exigiría que se restaurara la honra de la familia Assad?
— Disculpe a mi hija señor Farid, Leila es su amiga, por eso quiere protegerla, resulta que ayer alguien la vio en el acantilado norte… y… estaba con un joven, las malas lenguas dicen que el hombre estaba sobre ella en el suelo. — Farid abrió los ojos con sorpresa, alguien los había visto, pero habían mal interpretado todo. — Pero le juro señor Farid que Leila es una joven muy buena, ella jamás se entregaría a nadie… — la desesperación en la voz de la empleada Antara era lógica, a la joven podrían matarla solo por las habladurías.
— Por supuesto que Leila es una joven buena y obediente, y ayer no estaba haciendo nada malo, solo fue un accidente, el hombre tropezó y cayó sobre ella, pero claro, la gente dañina no espera a ver todo para que sus ojos entiendan, prefieren salir corriendo y que sus lenguas venenosas esparzan mentiras por todos lados. — Antara veía al hombre frente a ella y trataba de recordar si alguna vez el joven se había molestado tanto por un chisme, no lo recordaba.
— ¿Cómo sabe que el hombre tropezó? — la voz de la hija de Antara le hizo recordar de su presencia.
— Porque ese hombre era yo. — Farid salió de la cocina dejando a ambas mujeres con la boca abierta, pero el corazón tranquilo, por lo menos el nombre de Leila no estaría en boca de todos y nadie podrí reclamar nada.
Farid tenía una leve idea de donde vivía la joven, el día anterior Leila le había dado las indicaciones, fue así como se detuvo fuera de la casa de los Assad, la cual estaba cubierta por las altas paredes de rocas y una gran puerta pintada de azul como la mayoría de las casas, aun con la molestia dentro de él golpeó la puerta, siendo recibido por una mujer que aparentaba más años de los que tenía por la dura vida que llevaba.
— Jefe Farid. — dijo con asombro al tiempo que inclinaba su cabeza.
— Hola señora Misha, ¿podría entrar a su hogar?, necesito ver a su hija. — ante las palabras de Farid, el cuerpo de la mujer convulsiono al tratar de contener el llanto que pugnaba por salir, lo único que pensaba Misha era que los malos chismes habían llegado a los oídos del jefe y ahora venía a reclamar la vida de su joven hija.
Aun así, no podía negarle la entrada al futuro Jeque, con el corazón en la boca abrió el portón que le dio paso al patio delantero, Farid pudo observar que era grande, se notaba que los rumores eran ciertos, se decía que Said Assad había obligado a su esposa a comprar aquel lugar con su dote, algo que no era bien visto, ya que la dote que se le da a la novia el día que parte de su hogar es solo para ella, para que tenga un respaldo si en algún momento de la vida llega a quedar sola, pero la suerte no estuvo con Misha antes y tampoco ahora, ya que tenía una gran casa, pero era ella y su hija las que debían ocuparse de todo, cuando se veía que ese lugar necesitaba muchas más manos para que estuviera en orden.
— Señor Khattab, ¡Qué gran honor tenerlo aquí! — la voz ruidosa de Jamil no se hizo esperar, Farid podía ver que el hombre que tendría su misma edad, parecía que lo estaba esperando incluso con alegría.
— jefe Khattab, esperábamos su visita. — escucho la voz de Said, que se acercaba a él a paso apresurado.
— ¿Es así Said? — pregunto apretando los dientes, algo que el hombre hacia cuando algo le molestaba.
— Por supuesto jefe, se los rumores sobre mi hija… — la mirada fría de Farid lo silencio, mientras Misha no soporto más estar llorando en silencio y hablo.
— Mi señor, no son ciertos, yo conozco a mi hija, la eduque bien, ella no ha hecho nada malo. — comenzó a decir ahora dejando ver la desesperación que sentía, y es que, para esta madre, por más que la tradición reclamaran la vida de su hija, ella no lo permitiría, preferiría ser repudiada por todos o inclusive tomar el lugar de Leila en el castigo.
— No tiene nada que decir Misha, porque se perfectamente que Leila no hizo nada malo, solo fue un accidente, el hombre tropezó y cayó sobre ella. — Farid sonó tranquilo mientras le daba una mirada dulce a esa mujer que reflejaba tan bien el dolor de muchas de las mujeres que vivían allí, las cosas debían cambiar, su padre lo estaba haciendo bien, pero todavía quedaban un largo camino.
— ¿Qué? — Jamil no se veía contento con lo que Farid había asegurado.
— Es así. — repitió con firmeza Farid.
— No, no lo es, yo lo vi. — Farid observo con asco a Jamil, él era el hermano mayor de Leila, se supone que debía cuidarla y protegerla, sin embargo, parecía que quería que la joven muriera a toda costa.
— ¿Qué fue lo que tus ojos vieron Jamil? Y piensa muy bien lo que dirás. — la voz de Farid sonaba acerada, tanto que daba miedo.
— Seguí a mi hermana como mi padre ordeno, ella se casará pronto con Mashal, por lo que debemos cuidar que no quiera hacer nada indebido, fue allí donde la vi en el acantilado norte, con su amante, ellos pensaban suicidarse como enamorados, pero solo basto que Leila se entregara como una… — Farid levanto su mano y la dejo caer con toda su fuerza sobre el rostro de Jamil, quien lo vio con miedo desde el suelo polvoriento.
— Ten cuidado de como hablas de Leila, ella no hizo nada malo, no se entregó a nadie, ninguno de los dos se iba a suicidar, solo estaban hablando y él se resbalo. — dijo ahora con los ojos tan negros que Jamil tembló un poco más.
— ¿Es eso señor Khattab? ¿o es el hecho que usted quiere implantar las ideas de su padre? — dijo Said con los puños apretados al ver a su hijo aun en el piso y sin poder defenderlo, pues estaba frente al próximo jeque.
— Es así, porque yo estaba con Leila. — Said abrió sus ojos con asombro, jamás supo que su hija conociera al futuro jeque de la tribu. — Y otra cosa Jamil, Leila se va a casar, pero no con Mashal, Leila será mi esposa, de eso estábamos hablando, le pedí que les informara que vendría mañana jueves como manda la tradición por su mano. — Misha llevo ambas manos a su corazón, el cual latía con tal fuerza que creía que se saldría de su pecho, su hija se había salvado, sus plegarias fueron escuchadas.
— Le pido me disculpe jefe, no sabía que usted veía a mi hija. — dijo Said, aún más furioso con su hija por no decirle que tenia de pretendiente al futuro jeque, pero también dejando a la vista la clara insinuación.
— Lo repito Said, lava bien tus oídos, y presta mucha intención, yo NO visitaba a tu hija, me enamore de ella solo con verla de lejos, y ella se enamoró de mí, pero solo ayer fue que pudimos hablar, nuestro amor nos guio al mismo lugar, ahora tú y Jamil, le explicaran a la tribu que tan pura y buena es mi futura esposa, porque si estas habladurías ensucian así sea un poco su honra, tú y tu hijo pagaran por ello. — ambos hombres temblaban de miedo, pues en los oscuros ojos de Farid se veía que hablaba en serio.
Jamil se arrepentía de haber obedecido a su padre, y de haber esparcido ese chisme sobre su hermana.
Said era un hombre despreciable, a tal punto que entregaría a su hija al anciano Mashal, solo para sacar ventaja del mercado que este dirigía, además de que sabía que el mercader estaba interesado desde hacía años en su hija, era un maldito degenerado, si no fuero por la ley que el jeque Marwan puso en vigencia, hubiera casado a Leila cuando tenía 10 años, ahora el mercader había bajado la dote con la excusa de que era muy mayor, pero Said creía que si lo hacía ver que otros jóvenes deseaban a su hija, Mashal subiría la dote, ahora estaban perdidos, ambos, padre e hijo.
— ¿Dónde está Leila? — Farid no se olvidaba del porqué de su visita en aquel lugar.
— Ella no está en este momento. — dijo Said, y Farid vio la cara de odio con el que lo miraba Misha.
— Said, si yo dijera que fui mal recibido en tu hogar hoy, que tú y tu hijo me trataron mal, ¿crees que alguien pediría piedad por ti? — Farid tenía fama de ser bueno y generoso como su padre Marwan, eran la primera vez que amenazaba a alguien, pero debía ser así, él era el futuro jeque, no debía mostrar debilidad cuando estaba entre personas como Said y Jamil.
— Está en la habitación, la última a la derecha. — dijo Said y bajo la cabeza. — Yo creí lo que mi hijo dijo.
Farid no quería pensar el significado de esas palabras, pero supo que estaba mintiendo, no fueron solo palabras de Jamil, era Said quien había inventado cosas de más, lo descubrió cuando Jamil lo vio con reproche, pero ya luego se ocuparía de ellos, en ese momento ya no tenía fuerzas para fingir tranquilidad, Farid corrió hasta la habitación señalada, y sus ojos casi se salen cuando vio a una joven delgada, pequeña, de piel color oliva, acostada boca abajo con su espalda desnuda, la cual estaba herida horriblemente con decenas de latigazos.
— Leila. — dijo en un susurro lleno de horror. La joven apenas pudo abrir sus ojos, el dolor no la había dejado dormir en casi toda la noche.
— Farid, perdón por no llegar a nuestra cita. — dijo con una sonrisa, ella sonreía y la tranquilidad bailaba en sus pupilas.
— ¿Cómo puedes mostrar ese rostro en un momento como este? — respondió en un lamento mientras se acercaba a la cama de la joven y trataba de contener su furia.
— Porque sé que tú me salvarás Farid, tú serás el gran jeque Khattab, y mientras esté detrás de ti, nadie volverá a golpearme. — dijo en un suspiro mientras sus ojos se cerraban sin poder evitarlo, el dolor la había llevado a su límite, necesitaba descansar, su cuerpo se lo exigió y ella solo se dejó ir.
— Tu no estarás atrás de mí, tu estarás a mi lado Leila, y tu voz tendrá tanto poder como la mía, te lo juro.
Farid sabía que ella dormía, pero aun así acaricio su cabello y dejo salir su promesa, porque en ese momento comprendió que Leila estaría siempre a su lado, él sería su amigo, Farid prometió convertirse en el hermano que ella merecía tener; Misha estaba en la puerta, su alma podría descansar tranquila ahora, al fin estaba lista para irse de este mundo, su hija estaría bien, cuando Farid dio la vuelta, encontró a la que sería su suegra viéndolo con gratitud y comprendió que en esa casa, la única que amaba a Leila era su madre.
— Mi esposo y mi hijo tuvieron que salir. — dijo con vergüenza, ambos eran unos cobardes que no querían enfrentar en ese momento la furia de Farid.
— Es mejor así, no quiero que sepan esto. — Farid saco de su saco la caja negra y se la extendió, luego un sobre.
— ¿Qué es esto jefe? — preguntó curiosa la mujer.
— Me estoy asegurando que nada me separe de Leila y eso incluye la tradición, es un reloj de oro, si alguien pregunta, dirás que aun tenías un poco de tu dote y lo compraste con eso, y esto es para que compres medicina y un vestido que cubra sus heridas, hablare con Nelya, le diré que irán por todo lo necesario para la novia, vestido, invitaciones incluso para la noche de henna, yo pagare por todo. — el rostro de Misha se puso rojo y sus lágrimas llenaron sus ojos.
— Sé que esto no es lo correcto, no quiero faltarles el respeto, por lo menos a usted, pero entienda, Leila debe casarse conmigo, por favor, madre. — en el momento que el futuro jeque dijo aquella palabra, Misha comprendió que Farid ya daba por seguro la boda, lo que significaba que, si alguna de las dos partes se oponía, los jóvenes recurrirían al suicidio, para tratar de realizar su amor en otra vida.
— Será como tu digas.
— Una cosa más, solo me interesa su bendición, no la de Said, le juro que la cuidare con mi vida, Leila jamás llorará de tristeza a mi lado, le daré la vida que se merece, puede estar segura madre, ella será feliz a mi lado.
— Tienes mi bendición hijo. — dijo aquellas palabras sabiendo que el día que vengan por su hija, ella debía guardar silencio, como tantas mujeres, no se le tenía permitido hablar.
Farid estaba ansioso, las tradiciones y costumbres eran muchas, y él quería sacar a Leila de ese lugar lo antes posible, la noche paso lenta y tortuosa, hasta que al fin partió a la casa de Leila, la tradición exigía que fuera acompañado por la persona más vieja y también la más joven de su familia, por lo que iba con su madre y su padre, solo eran ellos tres, si Marwan hubiera tenido otro hijo antes que él, Farid podría haber escapado de su responsabilidad de jeque, pero solo eran ellos tres.
Llevaba las rosas más bonitas que pudo conseguir y las movía nervioso de un lado al otro, su padre lo veía divertido, creía que eran los nervios de ser rechazado, ¡como si alguien se atrevería a rechazar a un futuro jeque! lo que Marwan no sabía era que el joven temía que Said le dijera que había visitado la casa el día anterior, eso no era bien visto, en una cultura donde la fortuna y felicidad de un matrimonio se rige por las tradiciones nada podía estar fuera de lugar.
Apenas llegaron fueron recibidos por Misha, se la veía feliz, cansada, pero feliz. Luego de las presentaciones de rigor, llego la hora del café, por lo que Misha fue a la cocina, donde aguardaba Leila.
— ¿Cómo te encuentras? — gracias al dinero del jefe, su hija estaba bajo los efectos de calmantes, por lo que su rostro no dejaba ver malestar alguno.
— Feliz. — para Leila, era estar un paso más lejos de su padre y más cerca de la calma.
— ¿Cuál es el café de jefe Farid? — Leila apunto la taza. — Ponle sal.
— ¿Por qué? — pregunto sorprendida, las tradiciones para el matrimonio, aun no se las habían enseñado, tampoco tenía familiares que quisieran su presencia cuando se llevaba a cabo un compromiso, gracias a su padre Said, toda la familia era repudiaba.
— Es la tradición, ponle más, el novio debe de beberlo sin hacer ni un gesto de desagrado, siempre debe tener una gran sonrisa en su rostro y debe beberlo todo, eso demuestra el alcance de su amor por la novia y el deseo que tendrá de sobre ponerse a cualquier adversidad que tengan en su matrimonio. — Leila se preguntaba si Farid sabia de aquello o si lo desconocía como ella.
Con miedo le entrego el café, se preguntaba si Farid lo bebería, quizás puso demasiada sala, ¿y si lo escupía? ¿Si eso era suficiente para terminar el compromiso antes que comenzará? estaba a punto de salir corriendo de los nervios que sentía, pero se tranquilizó al ver el rostro de Farid, cada vez que bebía de su café su sonrisa se hacía más y más grande, y sus ojos brillaban, lo que Líela no se daba cuenta, era que Farid hacía aquello solo por estar viendo su rostro, estaba roja como un tomate y sus ojos color caramelo trasmitían la dulzura que al café le faltaba, una pequeña carcajada salió de los labios de Farid al tiempo que agradecía tan delicioso café, dejando de esta manera satisfecho a los presentes, al fin llego el momento en el que el compromiso fue aceptado, donde solo los padres hablaron, las alianzas unidas por un lazo rojo fueron cortadas con gran felicidad por Misha y Leila entrego el reloj de oro a Farid, nadie pregunto de donde salió el dinero, simplemente aceptaron todo con calma, para Said esta unión significaba que su suerte estaba a punto de cambiar, desconociendo al completo lo que Farid tenía preparado para él y su hijo.
En el mes siguientes al compromiso se cumplió con las tradiciones faltantes, se informó primero de forma verbal del casamiento de Farid Khattab con Leila Assad, luego se envió las invitaciones junto con una toalla y cubiertos, otra costumbre que regía. Al fin la noche de Henna llego, esa donde las mujeres despedían a la joven próxima a desposarse, todas sus vecinas y amigas se encontraban en el gran patio del hogar de Leila, donde ella era el centro de atención, vestida completamente de rojo, mostrando así lo feliz que estaba, su vestido no era ostentoso, pero era lo más hermoso que por aquel lugar se hubiera visto, la henna estaba por todos lados, para que tuviera un matrimonio lleno de felicidad, y las canciones que relataban el dejar la casa de sus padre para comenzar su vida de casada, la hicieron llorar como se esperaba, aunque Leila solo extrañaría a su madre, al final de la noche Farid llego, como debía ser, para limpiar las lágrimas de su futura esposa y dar por terminada la
La familia Khattab respeto el dolor de Leila y trataron de ser afectuosos, Farid fue su mayor apoyo, la consoló durante las largas noches, así poco a poco, el alma de Leila fue curándose, y eso no se debía solo a Farid, también eran los empleados, Leila era una joven servicial, que se hacía querer por todos, al jeque Marwan le encantaba el té que preparaba, también veía como se esforzaba por realizar los deberes que Farid le dejaba, estaba en un nivel de estudio acorde al de su edad y solo había pasado un año. Pero Leila no tenía el querer de todos los Khattab, había una persona que solo la buscaba para denigrarla y reclamarle.— ¿Cuándo comprenderás que ya no eres una campesina? — los gritos de Zayane, no fueron los que alertaron a Marwan, que algo sucedía, fue Antara, la que fue por el Jeque al ver que otra vez la señora estaba malt
Leila despertó temprano, aún más que Farid, y como sucedía hacía tres años, se encontró rodeada por los musculosos brazos de su esposo, a pesar de que ambos usaban pijamas, la joven sentía ese contacto arder en su piel, eso era lo más cerca que llegaría a estar de su esposo, ya lo había aceptado, Farid amaba a un hombre y ella se conformaría con verlo feliz. Leila esperaba todo el día la llegada de su esposo, para poder besas sus manos, algo que en su cultura representaba lo mucho que se respetaba a esa persona y cuanto se la quería, no se besaban las manos de cualquiera, Leila beso las manos de su suegro el día que Marwan la llamo hija por primera vez, mostrando su respeto y cariño, también había besado las manos de su madre en repetidas ocasiones mientras esta vivía, demostrándole todo el amor que le tenía, nunca beso las manos de Zayan
Leila abrió los ojos y vio el blanco del techo, sabía dónde estaba, era consciente de todo; lo había perdido, su amigo, su esposo, el hombre que tanto amaba, pero de algo estaba segura, su amor solo moriría el día que ella dejara de respirar.— Al fin despiertas, me tenías preocupado. — Leila giro su rostro al reconocer esa voz, tan profunda, tan familiar.— ¿Farid? — dijo en un susurro cargado de sorpresa y confusión, mientras sus ojos se empañaban con las lágrimas, impidiéndole ver con claridad a aquel hombre que estaba de pie al lado de las ventanas.— Aquí estoy amor, no sabes lo preocupado que me tenías. — Leila se sentó en la cama del hospital y con el dorso de su mano quitó las molestas lágrimas, ¿acaso la locura la había alcanzado?— ¿Farid? — volvió a pre
Leila vestía de negro, de pies a cabeza, la ropa suelta y modesta como la traición lo establecía, observo en silencio junto a Zayane, detrás de su suegro y su cuñado, como su esposo era enterrado, solo ellos cuatro eran testigos de aquel hecho.El jeque Marwan y Hafid al fin se hicieron a un lado, para darle paso a las mujeres de despedirse, Leila cayo de rodillas, hundiendo sus manos en la tierra suelta que ahora cubría al hombre que amaba, al levantar su vista, no pudo contener el grito que salió del fondo de su ser, ver el nombre de HAFID KHATTAB, en la sepultura de su amado esposo Farid, la quemaba por dentro, nadie sabría jamás que el maravilloso jeque Farid había partido de este mundo, la tribu no le rendiría el tributo que se merecía y Leila se sentía morir un poco más ante aquella injusticia.— Leila, te quedaras con tu madre Zayane por u
Hafid no podía creer lo que veía, luego de tantas horas de viaje parecía qué aun le quedaban cosas por ver, estaba cansado mentalmente, solo quería ir a su habitación, el viaje de regreso a la tribu lo sintió más largo de lo que era, el silencio de Leila lo molestaba, se suponía que las mujeres eran obedientes, aunque su padre ya le había advertido que Leila era especial, no solo para Farid, también lo era para todos en la mansión, pero Hafid no lo creyó, hasta que lo vio. Cada uno de los custodios, incluso los que no estaban en horario de trabajo se encontraban en el jardín, junto a las empleadas, esperando a Leila, la recibieron con más cariño que el que él sintió cuando regreso con su padre, y eso que ellos eran la máxima autoridad en esas tierras.— Señora, bienvenida, ¿Cómo se encuentra de su accidente? — pr
Hafid cumplió con su palabra y al día siguiente llevo a Leila al mercado, noto que la joven estaba muy nerviosa, algo que le extraño, por lo que había aprendido en todo este tiempo Leila se sentía muy cómoda entre la gente de la tribu, a medida que caminaban Hafid pudo ver como todos los observaban, en un principio pensó que era una típica reacción al ser el Jeque, pero como siempre Leila aclaro sus dudas, la joven parecía estar en su cabeza o tener el poder de leer la mente.— Siempre fue así, desde que me case con Farid, creo que nos ven como la pareja perfecta y siempre están atentos a cada uno de nuestros movimientos. — Leila reía con ganas, siempre le pareció raro como la veían, hasta que Farid le explicó que era por envidia, de la buena, eso sí, todas las mujeres soñaban con encontrar un hombre como su esposo Farid, si supieran que nu
Leila bajo las largas escaleras, mirando todo a su alrededor, despidiéndose de aquel lugar en donde fue tan feliz y a la vez tan desgraciada.— ¡Señora! — dijo uno de los custodios, encargado de la seguridad de la puerta, al ver el rostro de su joven señora, su mejilla estaba cortada por el golpe debajo de su ojo, y su labio estaba hinchado.— Buenos días. — respondió con una sonrisa carente de emociones como si nada malo sucediera y siguió caminando.— Señora ¿Dónde va? ¿necesita que la lleve? — su señora no se veía bien, sus ojos estaban rojos por el llanto, pero más que eso, lo que asustaba a estos hombres es que carecían de cualquier sentimiento, estaban vacíos.— A dónde voy… no puedes acompañarme, has sido un gran empleado Omar, pero aun, un mejor amigo, gracias por eso. &