La gran puerta fue abierta por uno de los tantos custodios que habían en la finca LA SANTA, los primos Santoro aún estaban agitados por la reciente pelea y los empleados que allí se encontraban estaban más que aterrorizados, al ver que por la entrada principal no solo entraba la señora Santoro, sino que también un guardia que cargaba el cuerpo inerte de Leila, quien su jefe Amir, mejor conocido como EL DIABLO, les había ordenado, no dejarla salir de la casona bajo ningún motivo, pero sobre todo, cuidar de su salud, aun a costa de sus propias vidas, todos creían que era la novia de su jefe, hasta solo unos minutos atrás, cuando la llamo hermana.— ¡¿Leila?! — el primero en reaccionar fue Amir, quien corrió y la tomo en brazos, descubriendo que estaba herida.— ¿Qué mierda paso? — la voz de Saimon, sonó como campanas de misa, o de algún funeral próximo.— Eso mismo quiero saber, pero por ahora llama al médico. — Alejandra Santoro podría ser una mujer de casi cincuenta años, pero ni su c
Amir cuido el sueño de su hermana, una vez más, como lo hizo en el cementerio, como lo hizo en el avión, acaricio su mejilla y su cabello con suavidad y tranquilidad, lleno de paz gracias a tenerla a ella a su lado, su pequeña hermana, se notaba que su vida no había sido fácil, mucho menos buena, la impotencia lo embargaba una vez más, se preguntaba qué tan diferente hubiera sido si él la hubiera encontrado antes. Sonrió al recordar que fue a Turquía con la idea de secuestrar a Jamil, tomar un poco de su medula y seguir con su vida, no estando dispuesto a relacionarse con ellos, los que lo vendieron, los que lo rechazaron solo por nacer débil, y nuevamente sonrió a ese pensamiento, débil, si lo era, cuando era un bebé, pero luego creció, fuerte, inteligente, buscando su propio lugar en la mafia, se hizo de un nombre temible, el diablo, quien lo nombrara era amigo o enemigo, pero causaba miedo en ambos, aun así, comenzó a sentirse cansado, débil, y entonces lo descubrió, estaba enfermo
La familia Santoro tomo sus armas sin perder tiempo, todos menos, la santa, Alejandra no lucharía en algo que ella sabía estaba mal, cargada de preocupación, barrio con sus exóticos ojos la negrura de la noche, viendo pequeños y grandes fogonazos que las armas dejaban salir con cada disparo, estaban siendo atacados en sus tierras, en su hogar, pero todo era culpa de Amir, Leila lo había dicho ciento de veces, la tribu iría por ella y ahora lo estaban viendo, sin embargo trato de llevar a la joven turca a un lugar seguro, pero Leila no se movió de su lugar. — Por favor, Leila, hazlo por tu bebé, no te expongas al peligro. — Lo hago por mi hijo señora Santoro, mi Hafid está arriesgando su vida, mi tribu está dejando su sangre allí afuera, todo para recuperarme, me iré con ellos, de una u otra forma. Para Alejandra no hubo dudas en la promesa que la joven hizo en esas palabras, ella partiría con su esposo, viva o muerta, el corazón de Alejandra se aceleró, deseaba salvar a su hijo, q
Para alegría de toda la tribu Khattab, no solo Leila regreso a sus tierras, todos los hombres también regresaron a sus hogares, con apenas una decena de heridos, pero ninguno de gravedad, las calles se vestían con adornos y colores alegres, para que la joven supiera que tan importarte era para ellos, Leila vio por la ventanilla de la camioneta todo con suma atención, como bailaban y cantaban mientras ella avanzaba, incluso se hicieron sacrificios de animales, los cuales el jeque ordeno que su carne fuera repartida entre los menos pudientes de sus tierras, para que el festejo llegara a cada rincón. Mientras que el Diablo tuvo que dar sepultura al menos a cinco de sus custodios y asegurar la recuperación de unos veinte heridos, la tribu no solo había entrado en sus tierras, también se había impuesto a ellos, debían tomar medidas, por más que ahora fueran familia, ser débil era algo que los Santoro no se podían permitir. — Parece que la tribu no tiene piedad cuando ataca. — dijo Saimon
Marwan estaba en la terraza del segundo piso cuando el alboroto de voces y movimientos de armas le indico que algo sucedía, vio a su hijo salir con dirección a la entrada principal y entonces decidió bajar y ver que era lo que sucedida, jamás creyó que vería ingresar una vez más a su mansión al hombre que mató a sus padre, sus manos temblaban, ante los recuerdos, el ruso se movía por su jardín como si fuera un viejo conocido, como lo hizo aquel día hace casi 30 años atrás, pero el jeque no dejaría que Neizan le arrebatara una vez más a su familia. — Jeque Marwan, muchos años que no nos vemos. — Lukyan Neizan. — dijo llegando al último escalón. — El mismo. — confirmo el ruso que aún no tendría 50 años. — ¡Todos, protejan a sus jequesas! La orden del viejo jeque provoco una revuelta, en menos de dos segundos todos y cada uno de los empleados llegaron con sus armas cargadas y listas para disparar, mientras Hafid colocaba a Leila tras él y también sacaba su arma, listo para defender
Muchos se sorprendieron con la noticia de que el hijo mayor de Misha Assad estaba vivo, más aún al saber que era un gran empresario en Italia y que había sido adoptado por la familia Santoro Zabet, ahora un integrante de la tribu tenía casi el mismo poder y fortuna que el jeque, aun así, Amir se presentó como un integrante más, hermano de la jequesa Leila y leal a la tribu Khattab. Pero la sorpresa fue aún más grande en el bajo mundo, al fin la verdad de todo salía a la luz, ahora entendían como nunca descubrieron el embarazo de Estefanía Santoro, mejor conocida como la gran sombra italiana, por fin comprendían porque Saimon había denegado su lugar como sucesor de la sombra de Italia y se abría camino junto a Amir su primo, uno nació de la santa sin tener su genética, el otro era un niño adoptado, ninguno de los dos eran un Zabet y uno de ellos ni siquiera era un Santoro, pero aun así la familia los apoyaba y reconocía como propios, ahora tenían que sumar que el diablo de Italia apoya
Leila corría por el árido y cálido desierto, sentía el sol en su cara y la arena calienta bajo sus pies se filtraba en sus sandalias de diseñador, su corazón bombeaba desbocado, a un compás errático que provocaba que el aire se le atascara en la garganta y no llegara a sus pulmones, ocasionando que viera puntos de colores en su campo periférico, no quería morir, no podía morir, no dejaría a sus hijos y tampoco a Hafid, ella no podría lastimarlos de esa forma, y sabía que si Rafid llegaba a ella todo estaría perdido. Un disparo hizo eco en el cañadón a donde la joven había llegado, dispersando un par de aves que descansaban en la copa del único árbol del lugar, el sonido en vez de congelarla en su lugar, provoco que corriera con más fuerzas, obligando a sus músculos a seguir avanzando, llevándola un poco más lejos de Rafid, Leila Khattab no se daría por vencida, se lo debía a Farid, se lo prometió a Hafid, pero sobre todo, se lo juro a ella misma, no moriría ese día, no a manos de un
Leila Assad caminaba por las calles de tierra y piedra de su pueblo bajo el sol abrazador, ese mismo que la vio nacer hace poco más de 16 años, el destino la hizo turca, la suerte la ubicó en la tribu del Jeque Khattab, y la desgracia la quiso en una de las tantas familias de campesinos pobres que allí viven.Leila jamás se quejó de su suerte, ella creció sabiendo que en aquel lugar, las mujeres tenían pocos derechos y más cuando se era tan pobre como ella; el jefe de la tribu era quien decidía la mayoría de las cosas allí, en especial que se cumplieran con las leyes y tradiciones que regían su cultura, para suerte de las jóvenes de la tribu Khabattb, su jeque era un hombre piadoso, mucho más que la mayoría de los que poseían ese cargo, una de las grandes cosas que muchas mujeres le agradecían al jeque Khattab Marwan, era que había prohibido los casamientos de niñas menores de 16 años; ese día Leila festejo con su madre, un avance en los derechos de las jóvenes, un alivio para muchas,