Para alegría de toda la tribu Khattab, no solo Leila regreso a sus tierras, todos los hombres también regresaron a sus hogares, con apenas una decena de heridos, pero ninguno de gravedad, las calles se vestían con adornos y colores alegres, para que la joven supiera que tan importarte era para ellos, Leila vio por la ventanilla de la camioneta todo con suma atención, como bailaban y cantaban mientras ella avanzaba, incluso se hicieron sacrificios de animales, los cuales el jeque ordeno que su carne fuera repartida entre los menos pudientes de sus tierras, para que el festejo llegara a cada rincón. Mientras que el Diablo tuvo que dar sepultura al menos a cinco de sus custodios y asegurar la recuperación de unos veinte heridos, la tribu no solo había entrado en sus tierras, también se había impuesto a ellos, debían tomar medidas, por más que ahora fueran familia, ser débil era algo que los Santoro no se podían permitir. — Parece que la tribu no tiene piedad cuando ataca. — dijo Saimon
Marwan estaba en la terraza del segundo piso cuando el alboroto de voces y movimientos de armas le indico que algo sucedía, vio a su hijo salir con dirección a la entrada principal y entonces decidió bajar y ver que era lo que sucedida, jamás creyó que vería ingresar una vez más a su mansión al hombre que mató a sus padre, sus manos temblaban, ante los recuerdos, el ruso se movía por su jardín como si fuera un viejo conocido, como lo hizo aquel día hace casi 30 años atrás, pero el jeque no dejaría que Neizan le arrebatara una vez más a su familia. — Jeque Marwan, muchos años que no nos vemos. — Lukyan Neizan. — dijo llegando al último escalón. — El mismo. — confirmo el ruso que aún no tendría 50 años. — ¡Todos, protejan a sus jequesas! La orden del viejo jeque provoco una revuelta, en menos de dos segundos todos y cada uno de los empleados llegaron con sus armas cargadas y listas para disparar, mientras Hafid colocaba a Leila tras él y también sacaba su arma, listo para defender
Muchos se sorprendieron con la noticia de que el hijo mayor de Misha Assad estaba vivo, más aún al saber que era un gran empresario en Italia y que había sido adoptado por la familia Santoro Zabet, ahora un integrante de la tribu tenía casi el mismo poder y fortuna que el jeque, aun así, Amir se presentó como un integrante más, hermano de la jequesa Leila y leal a la tribu Khattab. Pero la sorpresa fue aún más grande en el bajo mundo, al fin la verdad de todo salía a la luz, ahora entendían como nunca descubrieron el embarazo de Estefanía Santoro, mejor conocida como la gran sombra italiana, por fin comprendían porque Saimon había denegado su lugar como sucesor de la sombra de Italia y se abría camino junto a Amir su primo, uno nació de la santa sin tener su genética, el otro era un niño adoptado, ninguno de los dos eran un Zabet y uno de ellos ni siquiera era un Santoro, pero aun así la familia los apoyaba y reconocía como propios, ahora tenían que sumar que el diablo de Italia apoya
Leila corría por el árido y cálido desierto, sentía el sol en su cara y la arena calienta bajo sus pies se filtraba en sus sandalias de diseñador, su corazón bombeaba desbocado, a un compás errático que provocaba que el aire se le atascara en la garganta y no llegara a sus pulmones, ocasionando que viera puntos de colores en su campo periférico, no quería morir, no podía morir, no dejaría a sus hijos y tampoco a Hafid, ella no podría lastimarlos de esa forma, y sabía que si Rafid llegaba a ella todo estaría perdido. Un disparo hizo eco en el cañadón a donde la joven había llegado, dispersando un par de aves que descansaban en la copa del único árbol del lugar, el sonido en vez de congelarla en su lugar, provoco que corriera con más fuerzas, obligando a sus músculos a seguir avanzando, llevándola un poco más lejos de Rafid, Leila Khattab no se daría por vencida, se lo debía a Farid, se lo prometió a Hafid, pero sobre todo, se lo juro a ella misma, no moriría ese día, no a manos de un
Leila Assad caminaba por las calles de tierra y piedra de su pueblo bajo el sol abrazador, ese mismo que la vio nacer hace poco más de 16 años, el destino la hizo turca, la suerte la ubicó en la tribu del Jeque Khattab, y la desgracia la quiso en una de las tantas familias de campesinos pobres que allí viven.Leila jamás se quejó de su suerte, ella creció sabiendo que en aquel lugar, las mujeres tenían pocos derechos y más cuando se era tan pobre como ella; el jefe de la tribu era quien decidía la mayoría de las cosas allí, en especial que se cumplieran con las leyes y tradiciones que regían su cultura, para suerte de las jóvenes de la tribu Khabattb, su jeque era un hombre piadoso, mucho más que la mayoría de los que poseían ese cargo, una de las grandes cosas que muchas mujeres le agradecían al jeque Khattab Marwan, era que había prohibido los casamientos de niñas menores de 16 años; ese día Leila festejo con su madre, un avance en los derechos de las jóvenes, un alivio para muchas,
Farid se levantó temprano en la mañana, tenía muchas cosas por hacer, la noche anterior había sido un caos en la mansión del jeque, los grito de su madre Zayane, se oyeron por todo el lugar, estaba seguro que cada uno de los empleados ya estaba al tanto de lo que sucedía, el futuro jeque de la tribu Khattab, se casaría con la hija de un campesino, que lo más probable sea que se convertiría en la vergüenza del pueblo, alguien sin estudios que no podría ayudar en nada al jeque, más que para tener descendencia, claro que Farid sabía que eso tampoco iba a ocurrir.— Buenos días, madre. — saludo con una sonrisa conciliadora, pero solo obtuvo la mirada dura de Zayane.— ¿Qué tienen de buenos? ¿acaso te alegra matar de un disgusto a tu madre? Porque te juro por Alá, Farid, tú te desposas con esa campesina y prepara mi entierro. — Farid se sintió dolido con aquello, pero también sabía que lo que verdaderamente mataría a su madre, fuera que su padre lo matara frente a sus ojos.— Madre, cr
En el mes siguientes al compromiso se cumplió con las tradiciones faltantes, se informó primero de forma verbal del casamiento de Farid Khattab con Leila Assad, luego se envió las invitaciones junto con una toalla y cubiertos, otra costumbre que regía. Al fin la noche de Henna llego, esa donde las mujeres despedían a la joven próxima a desposarse, todas sus vecinas y amigas se encontraban en el gran patio del hogar de Leila, donde ella era el centro de atención, vestida completamente de rojo, mostrando así lo feliz que estaba, su vestido no era ostentoso, pero era lo más hermoso que por aquel lugar se hubiera visto, la henna estaba por todos lados, para que tuviera un matrimonio lleno de felicidad, y las canciones que relataban el dejar la casa de sus padre para comenzar su vida de casada, la hicieron llorar como se esperaba, aunque Leila solo extrañaría a su madre, al final de la noche Farid llego, como debía ser, para limpiar las lágrimas de su futura esposa y dar por terminada la
La familia Khattab respeto el dolor de Leila y trataron de ser afectuosos, Farid fue su mayor apoyo, la consoló durante las largas noches, así poco a poco, el alma de Leila fue curándose, y eso no se debía solo a Farid, también eran los empleados, Leila era una joven servicial, que se hacía querer por todos, al jeque Marwan le encantaba el té que preparaba, también veía como se esforzaba por realizar los deberes que Farid le dejaba, estaba en un nivel de estudio acorde al de su edad y solo había pasado un año. Pero Leila no tenía el querer de todos los Khattab, había una persona que solo la buscaba para denigrarla y reclamarle.— ¿Cuándo comprenderás que ya no eres una campesina? — los gritos de Zayane, no fueron los que alertaron a Marwan, que algo sucedía, fue Antara, la que fue por el Jeque al ver que otra vez la señora estaba malt