Ivette RussellDentro de todo, no me sorprendía ni un poco su declaración. Y es que, nos hemos acercado lo suficiente en estos últimos días, como para que terminara siendo inevitable que este tipo de lazos surgiera entre los dos.Coloqué una mano en su pecho para acercarme lo suficiente a su cara.—Eres una gran persona, René. Y en verdad lo lamento tanto.Dejé que mis húmedos labios se posaran sobre los de él, por una fracción de segundo.—¿Qué es lo que sientes? —dijo con un poco de aflicción.No poder ser completamente genuina contigo, pensé.—Que hayas tenido que atravesar por cosas tan feas a una corta edad —dije en cambio, y eso, no era del todo mentira.—Fuiste un niño valiente y ahora de hombre, lo eres más. Eres maduro, sensato, responsable y atento.—Apuesto que soy el mejor marido que has tenido —bromeó.—Y el mejor amante también.—Harás que mi ego rompa el techo de la casa.—Y vaya que lo disfrutas.—Solo cuando eres tú quien dice una cosa así. Pero, ya hablaremos de eso,
René ChapmanLos últimos días al lado de mi esposa, habían sido realmente sensacionales. La química que se despertó entre ambos, es algo que jamás había llego a experimentar en ninguna de mis relaciones pasadas.Ivette se habían ganado un lugar en mi corazón y de eso, cada vez había la mejor duda. Ella y la niña se han vuelto una prioridad para mí.En cuanto a Giuseppe, no supimos nada más de él en un buen rato. Lo que solo me hacía pensar que se estaba preparando para su siguiente jugada, por lo que no me podía permitir bajar la guardia ni un solo instante.Tratándose de él, cualquier cosa puede pasar.—Amor, ¿Qué tal me veo? —mi mujer llevaba alrededor de media hora probándose el atuendo adecuado para ir a la casa de mi abuelo.Volví mi mente al presente, obligándome a salir de mi ensimismamiento, para prestar atención al monumento señorial que estaba parado frente a mí.—Tan perfecta como las nubes del cielo —musité.—Las nubes son irregulares y con formas extrañas. —Hizo una mueca
Ivette RussellMi sonrisa se congeló en el acto. Y pasé de estar rebosante de felicidad a sumirme en un oscuro y profundo hueco de agonía y depresión.Pude haberle pedido a mi esposo que nos fuéramos, con la excusa de sentirme indispuesta. Pero, por su cara, es más que evidente que sabes quiénes son ellos.—Oh, Sr. y Sra. Russell. —El abuelo de René abrió los brazos en su máxima expresión para darles una calurosa bienvenida.Empequeñecida, no me quedó de otra que guardar mi impotencia en el baúl más oscuro de mi conciencia.—Mi amor.Sentir al cálido y protector tacto de mi marido, me devolvió un poco de tranquilidad.—René… —sollocé, luchando por reprimir las ganas de llorar.—Actúa normal, todo está bien, Mientras yo esté aquí, ustedes estarán bien —aseguró, tomándome de la mano.El protocolo de saludo entre mis padres y el Sr. Chapman, ha durado mucho más de lo que hubiese imaginado, apuntando, claramente, que esta no es la primera vez que se topan.Di una gran exhalación, forzando
René ChapmanLas cosas ya habían sido lo terriblemente malas para ella, como para seguir poniéndoselo difícil.—Eres mi más bonita y certera decisión, mi cielo.Una ligera exhalación se filtró entre sus labios, llena de anhelo, tristeza y nostalgia.»—No vale la pena recordar lo malo, Ivette. —Entrelacé nuestros dedos—. Suelta el pasado y permíteme tomar tu mano cada día.Ella elevó nuestras manos unidas, llevándola a sus labios.—No sabes lo feliz que me haces, René Chapman. Tan feliz, que mi pecho duele —sollozó.—¿Por la emoción? —Medio sonreí.—Por la culpa.Ladeé la cabeza un poco, sin entender a qué se podía estar refiriendo ahora.—Mi amor…—No. —
Ivette RussellUna gran cantidad de sentimientos encontrados, me impedía conciliar el sueño esta noche.Primero, casi colapso al mirar a mis padres en la mansión Chapman. Luego, estoy a punto de confesarle a René sobre mi infertilidad, pero el me interrumpe haciéndome saber que está al tanto de mi perdida… y como si ya no fuera lo suficientemente malo, él resulta lesionado.Menudo día que nos hemos cargado hoy, ¿Eh?Él suspiró a mi diestra, llamando mi atención.Sonreí abiertamente al ver lo complacido que estaba. Su pecho desnudo subía y bajaba, mientras que sus labios estaban lo suficientemente abiertos como para dejar entrever sus blancos y perfectos dientes.Me incorporé lo justo para checar las cámaras de seguridad, las cuales no tienen novedad alguna.Todos en la casa dormían de
René ChapmanDespués de varias semanas, por fin había llegado el momento de Julius regresar a su vida normal.—¿Crees que las prefiera rosas o blancas? —preguntó mi esposa, presentándome un manojo de gerberas.—Creo que cualquiera de las dos le iría perfecto.De igual modo odia las flores…—No lo sé.Mi esposa suspiró con pesadez, dejándose caer en la silla que estaba frente a la mía.»—¿Y si piensa que estoy siendo muy exagerada?—Oye. —Reí—. ¿Es que acaso intentas darme celos con mi mejor amigo? —Enarqué una ceja.—Oh, vamos. —Blanqueó los ojos—. No seas absurdo.Reí estrepitosamente.—Las que decidas serán perfectas, mi amor. —Me aseguré de imprimir mucha certeza en mis palabras, cuando sabía que a él le daba igual.Todo, con tal de no romper el corazón de mi bella Ivette.—Bueno, entonces serán las rosas. Lucen bastante espirituales, ¿Verdad?—Las rosadas son las indicadas. No hay duda de ello.Me coloqué de pie, consultando la hora en mi reloj.—¿Te irás ya? —Preguntó, echando un
Ivette Russell Preparar esta bonita velada para Julius me daba algo de consuelo. Pues, en el fondo imaginaba que eran Irene quien nos visitaría y no el mejor amigo de mi esposo. —¿Sra.? Dennis estaba parada en el umbral de la puerta de mi habitación. La vi a través del espejo del buró, mientras terminaba de decidir si me colocaba los pendientes largos o unas simples perlas. —Si, Dennis. Mi sonrisa se congeló al ver la terrible cara de preocupación que ostentaba la mujer. —¿Puedo pedirle un favor? —La anciana juntó sus manos, estrujándolas un poco. —¿Está todo bien? —Me di la vuelta, aun sentada en la silla, para poder tener una mejor perspectiva de ella. —Hay algo que quiero decirle al joven Julius, pero solo podré hacerlo con su ayuda. —Dennis… con respecto a eso —aclaré mi garganta—. René ya sabe que lo has visitado mientras estuvo en su retiro. —¿Cómo? —Los ojos de la
René ChapmanSupe que algo no andaba bien, cuando llegamos y ninguno de mis hombres salió a recibirme. Sin embargo, al mirar a mi esposa así de desgarrada, ya no me quedaba la menor duda.—¿Ivette? —llamé desde mi posición en el centro de la sala.Su cabeza se desplazó en el ángulo apropiado para mirarme y aun desde la distancia pude divisar como esa lagrima bajaba por su mejilla.Julius y yo corrimos escaleras arriba, pues, no soportábamos ni un minuto más de incertidumbre.—Ivette. —Volví a repetir, introduciendo mis manos por debajo de sus axilas para obligarla a ponerse en pie con mucho más esfuerzo del que imaginé.—¿Qué ha pasado? —preguntó mi amigo, dirigiéndose a los guardaespaldas.—La Sra. Dennis ha sufrido lo que parece ser un ataque al cor