Ivette Russell
Una gran cantidad de sentimientos encontrados, me impedía conciliar el sueño esta noche.
Primero, casi colapso al mirar a mis padres en la mansión Chapman. Luego, estoy a punto de confesarle a René sobre mi infertilidad, pero el me interrumpe haciéndome saber que está al tanto de mi perdida… y como si ya no fuera lo suficientemente malo, él resulta lesionado.
Menudo día que nos hemos cargado hoy, ¿Eh?
Él suspiró a mi diestra, llamando mi atención.
Sonreí abiertamente al ver lo complacido que estaba. Su pecho desnudo subía y bajaba, mientras que sus labios estaban lo suficientemente abiertos como para dejar entrever sus blancos y perfectos dientes.
Me incorporé lo justo para checar las cámaras de seguridad, las cuales no tienen novedad alguna.
Todos en la casa dormían de
René ChapmanDespués de varias semanas, por fin había llegado el momento de Julius regresar a su vida normal.—¿Crees que las prefiera rosas o blancas? —preguntó mi esposa, presentándome un manojo de gerberas.—Creo que cualquiera de las dos le iría perfecto.De igual modo odia las flores…—No lo sé.Mi esposa suspiró con pesadez, dejándose caer en la silla que estaba frente a la mía.»—¿Y si piensa que estoy siendo muy exagerada?—Oye. —Reí—. ¿Es que acaso intentas darme celos con mi mejor amigo? —Enarqué una ceja.—Oh, vamos. —Blanqueó los ojos—. No seas absurdo.Reí estrepitosamente.—Las que decidas serán perfectas, mi amor. —Me aseguré de imprimir mucha certeza en mis palabras, cuando sabía que a él le daba igual.Todo, con tal de no romper el corazón de mi bella Ivette.—Bueno, entonces serán las rosas. Lucen bastante espirituales, ¿Verdad?—Las rosadas son las indicadas. No hay duda de ello.Me coloqué de pie, consultando la hora en mi reloj.—¿Te irás ya? —Preguntó, echando un
Ivette Russell Preparar esta bonita velada para Julius me daba algo de consuelo. Pues, en el fondo imaginaba que eran Irene quien nos visitaría y no el mejor amigo de mi esposo. —¿Sra.? Dennis estaba parada en el umbral de la puerta de mi habitación. La vi a través del espejo del buró, mientras terminaba de decidir si me colocaba los pendientes largos o unas simples perlas. —Si, Dennis. Mi sonrisa se congeló al ver la terrible cara de preocupación que ostentaba la mujer. —¿Puedo pedirle un favor? —La anciana juntó sus manos, estrujándolas un poco. —¿Está todo bien? —Me di la vuelta, aun sentada en la silla, para poder tener una mejor perspectiva de ella. —Hay algo que quiero decirle al joven Julius, pero solo podré hacerlo con su ayuda. —Dennis… con respecto a eso —aclaré mi garganta—. René ya sabe que lo has visitado mientras estuvo en su retiro. —¿Cómo? —Los ojos de la
René ChapmanSupe que algo no andaba bien, cuando llegamos y ninguno de mis hombres salió a recibirme. Sin embargo, al mirar a mi esposa así de desgarrada, ya no me quedaba la menor duda.—¿Ivette? —llamé desde mi posición en el centro de la sala.Su cabeza se desplazó en el ángulo apropiado para mirarme y aun desde la distancia pude divisar como esa lagrima bajaba por su mejilla.Julius y yo corrimos escaleras arriba, pues, no soportábamos ni un minuto más de incertidumbre.—Ivette. —Volví a repetir, introduciendo mis manos por debajo de sus axilas para obligarla a ponerse en pie con mucho más esfuerzo del que imaginé.—¿Qué ha pasado? —preguntó mi amigo, dirigiéndose a los guardaespaldas.—La Sra. Dennis ha sufrido lo que parece ser un ataque al cor
Ivette RussellMi esposo ha insistido que la funeraria no es lugar para una niña y en verdad tiene razón, pero me sentiría realmente mal si no lo acompaño en un momento como este.El salón privado donde se estaba llevando a cabo el proceso velatorio, a penas y si estaba ocupado por unas pocas personas, además de la difunta.—Puedes regresar cuando quieras, amor —musitó, reposando una mano en mi rodilla descubierta.—Estamos bien —aseguré—. La bebé no se ha alterado para nada y eso es mucho decir. Así que no tienes porqué preocuparte.Miré el grato perfil de mi esposo, detallando cada pequeña y casi imperceptible imperfección de su bello rostro.—¿Qué sucede? —preguntó, reparando en mi escaneo.—Nada. —Cabeceé.—Dime.—Me gustas mucho y además de gustarme, también te admiro, René. No creí volver a experimentar un sentimiento así.—¿Volver? —Enarcó una ceja.—No eres mi primer amor, pero me gustaría que fueras el más grande.—Ivette Russell me habla de amor… —canturreó, ostentando una p
René Chapman—¿Qué ha sido todo eso?Al igual que yo, el abuelo estaba totalmente desconcertado.—Me hago una idea, pero no estoy del todo seguro.Tuve la intención de ir, sin embargo, mi abuelo me tajó.—No lo hagas.—¿Qué? —Lo miré con mi desconcierto—. Se trata de mi esposa, abuelo. ¿Cómo puedes pedirme una cosa tan absurda como esa?—Sabes perfectamente que estará a salvo con él. Así como también sabes que no es a eso a lo que me refiero.Genial.—Ya has tomado una decisión, ordenaste y yo acaté. ¿Qué otra cosa esperas de mí?—Precisamente por eso es que te pido que lo pienses mejor, hijo. Sé que no te quedarás de manos cruzadas.—Por favor. —Me atreví a reír—. Has impuesto tu autoridad, ¿Cuál es el temor?, sabes perfectamente que jamás he ido en contra de tu voluntad. Incluso, cuando quisiste que me casara, así lo hice.—Hijo, por favor…Sus ojos se empequeñecieron.—Está bien, abuelo. —Miré en dirección hacia el hombre que tanto daño nos ha hecho—. Sólo quiero que se vaya lejos.
Ivette RussellSentí un poco de alivio al haber logrado que René se quedara a mi lado.No imagino lo terrible que hubiese sido pasar la noche en vela, estando completamente sola.—¿Te dormiste? —preguntó con voz ronca, en algún punto de la noche.—No.Suspiré.—Su muerte se siente muy irreal.—Creo que será difícil para la niña —confesé—. Así que no me imagino como lo llevas tú.—Siento pena por ella, ¿Sabes?—¿Por Tabby? —Fruncí el ceño, aunque no pudiera verme.—Por mi nana. Siempre fue una buena mujer, con la mala suerte de tener un hijo problemático.—Imagino que en algún momento Marcel tuvo que haber sido un buen chico, ¿O estoy equivocada?—Es imposible saberlo. Al menos, para mí lo es.—¿Por qué dices eso?Empecé a hacer círculos es su pecho con la yema de mis dedos.—¿Recuerdas lo que te dije antes, sobre el accidente en el que murió el hermano de Julius?—¿Qué parte exactamente?—No quise ir a por las bebidas yo mismo.—¿Y eso qué?—Fui así por mucho tiempo.—¿Holgazán?—Apát
René ChapmanAunque traté de disimularlo lo mejor que pude, la verdad es que el pequeño roce de palabras que he tenido con Ivette la noche de ayer me ha puesto de un humor bastante irritable, no lo negaré.¿Cómo es que puede ser tan jodidamente intuitiva?Era el segundo vaso que acababa en menos de nada y mi amigo ya me veía con preocupación.—Oye, viejo —silbó—. Dale con calma, ¿Sí? —Me miró por encima de su propio vaso—. No quiero tener que arrastrar tu perezoso trasero de regreso a la casa.Me limité a mirarlo de mala gana, sirviendo otro trago.»—¿Al menos me dirás que está mal?—¿Te parece poco? —bufé.—Ni siquiera acabando con todo el licor del mundo podrás traerla de vuelta, así que ya deja de comportarte con un niñato.Julius me arrebató la botella de la mano, cuando me disponía a servirme otro trago.—¿Por qué has tenido que verlo? —reproché de pronto, totalmente fuera de contexto.Se produjo un silencio que debió ser incomodo solo para él, porque en lo que a mí respecta, sol
Ivette RussellEstaba sentada bajo la sombra de una gran palmera, observando como mi hija disfrutaba de la deliciosa agua marina.Tras el fallecimiento de Dennis, el abuelo había insistido en enviar una nueva muchacha en la casa. Ella no solamente jugaba con la bebé, sino que también era lo suficientemente agradable como para platicar conmigo.Me avergüenza reconocerlo, incluso ante mí misma, pero desde esa pequeña discusión que tuve con mi esposo después de la muerte de su nana, las cosas entre nosotros parecían haber cambiado lo suficiente como para que ignorara mis llamadas y no volviera a casa.No soy una mujer controladora, pero lo natural es que me preocupe si la persona a quién quiero no devuelva ni una sola de mis llamadas.Y es que, tal era mi desesperación que no me quedó más remedio que llamar a Julius para que me diera razón de él. Y ya se podrán imaginar lo bochornosos que resultó para mí, después del papelazo que hice delante de él la última vez que topamos.El punto es