Ivette RussellMi sonrisa se congeló en el acto. Y pasé de estar rebosante de felicidad a sumirme en un oscuro y profundo hueco de agonía y depresión.Pude haberle pedido a mi esposo que nos fuéramos, con la excusa de sentirme indispuesta. Pero, por su cara, es más que evidente que sabes quiénes son ellos.—Oh, Sr. y Sra. Russell. —El abuelo de René abrió los brazos en su máxima expresión para darles una calurosa bienvenida.Empequeñecida, no me quedó de otra que guardar mi impotencia en el baúl más oscuro de mi conciencia.—Mi amor.Sentir al cálido y protector tacto de mi marido, me devolvió un poco de tranquilidad.—René… —sollocé, luchando por reprimir las ganas de llorar.—Actúa normal, todo está bien, Mientras yo esté aquí, ustedes estarán bien —aseguró, tomándome de la mano.El protocolo de saludo entre mis padres y el Sr. Chapman, ha durado mucho más de lo que hubiese imaginado, apuntando, claramente, que esta no es la primera vez que se topan.Di una gran exhalación, forzando
René ChapmanLas cosas ya habían sido lo terriblemente malas para ella, como para seguir poniéndoselo difícil.—Eres mi más bonita y certera decisión, mi cielo.Una ligera exhalación se filtró entre sus labios, llena de anhelo, tristeza y nostalgia.»—No vale la pena recordar lo malo, Ivette. —Entrelacé nuestros dedos—. Suelta el pasado y permíteme tomar tu mano cada día.Ella elevó nuestras manos unidas, llevándola a sus labios.—No sabes lo feliz que me haces, René Chapman. Tan feliz, que mi pecho duele —sollozó.—¿Por la emoción? —Medio sonreí.—Por la culpa.Ladeé la cabeza un poco, sin entender a qué se podía estar refiriendo ahora.—Mi amor…—No. —
Ivette RussellUna gran cantidad de sentimientos encontrados, me impedía conciliar el sueño esta noche.Primero, casi colapso al mirar a mis padres en la mansión Chapman. Luego, estoy a punto de confesarle a René sobre mi infertilidad, pero el me interrumpe haciéndome saber que está al tanto de mi perdida… y como si ya no fuera lo suficientemente malo, él resulta lesionado.Menudo día que nos hemos cargado hoy, ¿Eh?Él suspiró a mi diestra, llamando mi atención.Sonreí abiertamente al ver lo complacido que estaba. Su pecho desnudo subía y bajaba, mientras que sus labios estaban lo suficientemente abiertos como para dejar entrever sus blancos y perfectos dientes.Me incorporé lo justo para checar las cámaras de seguridad, las cuales no tienen novedad alguna.Todos en la casa dormían de
René ChapmanDespués de varias semanas, por fin había llegado el momento de Julius regresar a su vida normal.—¿Crees que las prefiera rosas o blancas? —preguntó mi esposa, presentándome un manojo de gerberas.—Creo que cualquiera de las dos le iría perfecto.De igual modo odia las flores…—No lo sé.Mi esposa suspiró con pesadez, dejándose caer en la silla que estaba frente a la mía.»—¿Y si piensa que estoy siendo muy exagerada?—Oye. —Reí—. ¿Es que acaso intentas darme celos con mi mejor amigo? —Enarqué una ceja.—Oh, vamos. —Blanqueó los ojos—. No seas absurdo.Reí estrepitosamente.—Las que decidas serán perfectas, mi amor. —Me aseguré de imprimir mucha certeza en mis palabras, cuando sabía que a él le daba igual.Todo, con tal de no romper el corazón de mi bella Ivette.—Bueno, entonces serán las rosas. Lucen bastante espirituales, ¿Verdad?—Las rosadas son las indicadas. No hay duda de ello.Me coloqué de pie, consultando la hora en mi reloj.—¿Te irás ya? —Preguntó, echando un
Ivette Russell Preparar esta bonita velada para Julius me daba algo de consuelo. Pues, en el fondo imaginaba que eran Irene quien nos visitaría y no el mejor amigo de mi esposo. —¿Sra.? Dennis estaba parada en el umbral de la puerta de mi habitación. La vi a través del espejo del buró, mientras terminaba de decidir si me colocaba los pendientes largos o unas simples perlas. —Si, Dennis. Mi sonrisa se congeló al ver la terrible cara de preocupación que ostentaba la mujer. —¿Puedo pedirle un favor? —La anciana juntó sus manos, estrujándolas un poco. —¿Está todo bien? —Me di la vuelta, aun sentada en la silla, para poder tener una mejor perspectiva de ella. —Hay algo que quiero decirle al joven Julius, pero solo podré hacerlo con su ayuda. —Dennis… con respecto a eso —aclaré mi garganta—. René ya sabe que lo has visitado mientras estuvo en su retiro. —¿Cómo? —Los ojos de la
René ChapmanSupe que algo no andaba bien, cuando llegamos y ninguno de mis hombres salió a recibirme. Sin embargo, al mirar a mi esposa así de desgarrada, ya no me quedaba la menor duda.—¿Ivette? —llamé desde mi posición en el centro de la sala.Su cabeza se desplazó en el ángulo apropiado para mirarme y aun desde la distancia pude divisar como esa lagrima bajaba por su mejilla.Julius y yo corrimos escaleras arriba, pues, no soportábamos ni un minuto más de incertidumbre.—Ivette. —Volví a repetir, introduciendo mis manos por debajo de sus axilas para obligarla a ponerse en pie con mucho más esfuerzo del que imaginé.—¿Qué ha pasado? —preguntó mi amigo, dirigiéndose a los guardaespaldas.—La Sra. Dennis ha sufrido lo que parece ser un ataque al cor
Ivette RussellMi esposo ha insistido que la funeraria no es lugar para una niña y en verdad tiene razón, pero me sentiría realmente mal si no lo acompaño en un momento como este.El salón privado donde se estaba llevando a cabo el proceso velatorio, a penas y si estaba ocupado por unas pocas personas, además de la difunta.—Puedes regresar cuando quieras, amor —musitó, reposando una mano en mi rodilla descubierta.—Estamos bien —aseguré—. La bebé no se ha alterado para nada y eso es mucho decir. Así que no tienes porqué preocuparte.Miré el grato perfil de mi esposo, detallando cada pequeña y casi imperceptible imperfección de su bello rostro.—¿Qué sucede? —preguntó, reparando en mi escaneo.—Nada. —Cabeceé.—Dime.—Me gustas mucho y además de gustarme, también te admiro, René. No creí volver a experimentar un sentimiento así.—¿Volver? —Enarcó una ceja.—No eres mi primer amor, pero me gustaría que fueras el más grande.—Ivette Russell me habla de amor… —canturreó, ostentando una p
René Chapman—¿Qué ha sido todo eso?Al igual que yo, el abuelo estaba totalmente desconcertado.—Me hago una idea, pero no estoy del todo seguro.Tuve la intención de ir, sin embargo, mi abuelo me tajó.—No lo hagas.—¿Qué? —Lo miré con mi desconcierto—. Se trata de mi esposa, abuelo. ¿Cómo puedes pedirme una cosa tan absurda como esa?—Sabes perfectamente que estará a salvo con él. Así como también sabes que no es a eso a lo que me refiero.Genial.—Ya has tomado una decisión, ordenaste y yo acaté. ¿Qué otra cosa esperas de mí?—Precisamente por eso es que te pido que lo pienses mejor, hijo. Sé que no te quedarás de manos cruzadas.—Por favor. —Me atreví a reír—. Has impuesto tu autoridad, ¿Cuál es el temor?, sabes perfectamente que jamás he ido en contra de tu voluntad. Incluso, cuando quisiste que me casara, así lo hice.—Hijo, por favor…Sus ojos se empequeñecieron.—Está bien, abuelo. —Miré en dirección hacia el hombre que tanto daño nos ha hecho—. Sólo quiero que se vaya lejos.