Testaferros

Ivette Russell

Había pasado el resto de la tarde admirando el nuevo paquete que envió Giuseppe.

Ya no se esforzaba por ocultarse, sino, que lo había traído él mismo.

—¿Qué sucede?

Estuve tan absorta en mis pensamientos, que no reparé en que mi esposo había llegado.

—Giuseppe.

No necesitaba decir más.

—¿Otra vez con sus estúpidos recados?

Caminó a paso decidido, tomando el blanco sobre en sus manos.

—No. —Di un respingo—. Esta vez ha venido él mismo.

—¡¿Qué?!

Desde la distancia, pude ver como cada musculo de su cara se tensaba.

—Formó un alboroto en la entrada, nuestros vecinos lo vieron —dije muy apenada.

—¿Te viste con él?

No sé por qué, pero su expresión me pareció la de un hombre traicionado.

—Si lo dices de eso, cualquiera podría pensar que te he sido infiel.

—¿Se atrevió a pisar mi casa?

—No. No se lo permití. Pero estaba muy decidido en ver a la niña al menos por un momento.

—¿Y qué has hecho, Ivette? —espetó con desesperación—. Ya deja de darle tantas vueltas al asunto y cuénta
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