René ChapmanEn pocas palabras, lo que le había dicho a Ivette era una tosca e inexperta declaración de amor.La mujer se quedó en silencio, por mucho más tiempo del que me hubiese gustado. Y llegados a este punto, estaba realmente nervioso porque no sabía si se trataba de desentendimiento por parte de ella o es que he sido lo suficientemente cursi para dejarla descolocada.—Al menos creo que deberías decir algo —espeté con algo de incomodidad, rascando mi nuca.—Es que… no sé como interpretar eso que acabas de decir.—No tienes que esforzarte por mirarlo con lógica —expresé—. Sólo ha sido un comentario que he hecho sin pensar.Pensé que retractarme sería una muy buena idea, pero la verdad es que casi termino haciéndolo peor.—No. —Rio—. No puedes retractarte después de todo eso que acabas de decir.—Solo para dilucidar la situación —aclaré mi garganta—. Lo que quiero decir es que, a raíz de nuestra convivencia ha surgido cierto grado de empatía de mi persona hacia ti.—¿Tantas palabr
Ivette RussellLos días consecutivos a la visita de Giuseppe transcurrieron tranquilos, y en lo que a mí respecta, normales.René salía muy temprano por la mañana y regresaba muy tarde en la noche. Rara vez coincidíamos para algunas de las comidas y mucho menos había un espacio para la intimidad. Nos limitábamos a dormir uno al lado del otro.Aunque me pareció extraño, después de todos esos bellos momentos compartidos, tampoco quise ser yo la que comentara algo al respecto, sobre su reciente lejanía.La nana de mi hija pelaba verduras muy menudas, mientras yo me dedicaba a observarla con detenimiento.De manera inconsciente, miré las pequeñas, viejas y casi imperceptibles cicatrices que tenía en las manos.Fueron tiempos oscuros que solo logré soportar gracias al impulso que me da mi hija.—Sra.Dennis captó mi dispersa atención.—¿Sí? —sonreí.—Hay algo que me gustaría consultarle.Por la forma en que la anciana se removió en su asiento, supe que esto no era nada cómodo para ella.—A
René ChapmanReí sin un ápice de vergüenza ni culpa.No importa lo que alegara, para Ivette no había una verdad diferente a la que ella había decidido ver.—Muy bien, lo admitiré —dije con desfachatez—. Estoy aquí porque te quiero a ti.—Eres un descarado —espetó, con algo de molestia, disfrazada de ironía—. Vienes, me endulzas el oído, obtienes lo que quieres y luego te vas.Se cruzó de brazos.—Vamos, Ivette. Debes ser racional. Somos dos adultos que solo han tenido sexo una vez después de la boda. ¿En serio crees que podremos soportar mucho tiempo más sin hacerlo?—¡Es que ese el punto! —Elevó ambas manos al cielo—. ¿Acaso tú crees que eres el primero que se ha sentido necesitado?—En ese caso, debiste haber sido la que rompiera el silencio en primer lugar, en vez de esperar a que yo diera ese paso.—¡¿Cómo hacerlo si nunca estás?! —refutó con ironía—. No es que no haya tenido las ganas, es que siempre parecías estar tan involucrado en tus cosas, que sentí que te molestaría con mi
Ivette RussellMis ojos se llenaron de lágrimas, y no pude hacer nada para evitarlo.¿Cómo es posible que este hombre se esté abriendo así conmigo, cuando yo no he hecho más que mentirle a la cara?—René…—No tienes que decir nada. —Sonrió con algo de vergüenza—. Después de todo, ya te he dicho que me he vuelto un poco más blando desde que estoy contigo.—No sabes lo que me estás pidiendo —vociferé, aun entre lágrimas, llevando una mano a mi pecho, para tratar de controlar mis agitados estremecimientos.—Entonces, ¿Si sería algo muy malo para ti? —Formó una fina línea con sus labios.—Por el contrario —sorbí mi nariz—. Creo que sería lo más extraordinario que me ha pasado desde el nacimiento de mi bebé.Por este momento, me permití dejar de pensar en la mentira en la cual se sustentaba este matrimonio. Quise ser egoísta al menos por esta vez y pensar sólo en mí.¿Qué tan malo sería algo de ilusión después de tantos días tristes?»—Sabes. —Limpié mis lagrimas sin una pizca de delicadez
René ChapmanSentir como su cuerpo se iba relajando bajo mi tacto, me hacía sentir realmente en la cima del mundo. Pues, que una persona tan huraña y renuente como Ivette se permitiera bajar sus barreras conmigo, sólo puede significar una cosa: confía en mí.Me aseguré de recostarla sobre la cama, con el mayor cuidado posible de no perturbar su sueño.Tomé mis prendas del suelo, saliendo de la habitación, como un ladrón en medio de la noche.Me vestí en pleno pasillo, antes de echar un vistazo a la habitación de la bebé, la cual dormía con mucha calma.Sonreí internamente al ver que hasta en sus sueños era una niña feliz.Ahora que sabía que las mujeres de la casa dormían cómodamente, me dispuse a salir de la villa. Rápidamente, el nuevo jefe de seguridad se apersonó a mi encuentro.—Sr.—Buenas noches.—Buenos días —corrigió, con algo de vergüenza.Introduje una mano en el interior de mi traje para verificar la hora en mi reloj de bolsillo y, en efecto, ya nos auguraba un nuevo día.
Ivette RussellSentí un enorme vacío en mi pecho y una gran decepción al despertar y no ver a René a mi lado.Desde anoche que se ha ido, no supe de él y tampoco intenté contactarlo.Pasé las primeras horas de la mañana mordiéndome las uñas, hasta que finalmente la puerta principal de la villa se abrió y René atravesó por ella.Un tic nervioso hacía que me saltara el ojo izquierdo, como producto del estrés y la preocupación.—Buenos días.El desfachatado se atrevió a rodearme por la cintura, para estamparme un gran beso en la frente.»—Hmmm —saboreó—, veo que mi mujer amaneció particularmente molesta la mañana de hoy —susurró, jugando con mi cabello.—¿Acaso te parece gracioso? —Lo aparté de una—. ¿Cómo pudiste irte así en medio de la noche sin decir nada? —A estas alturas, ya había elevado mi tono de voz, dos tantos—. ¡No sabes lo angustiada que estuve!René Chapman, un hombre al que le gustaba tener la última palabra, ahora mismo estaba callado. Y eso, me hacía sentir aún más furibu
René ChapmanTerminar de consolidad los recaudos para el traspaso de propiedad, fue la cosa más sencilla del mundo.Mi esposa estaba a solo una firma de ser la nueva dueña del refugio de vida marina que anteriormente se utilizaba para legitimar capitales.Mucho más allá de regalarle una propiedad a mi mujer, estaba propiciando que tuviese un nuevo propósito que vaya más allá de ser madre. Tal vez no ahora, pero seguro que con esto tendría algo que hacer más adelante, cuando Tabatha y su hermanito o hermanita, tuviesen la edad suficiente para ir a la escuela.Pensarla radiante y feliz, me hacía sonreír internamente.—¿Algo más, Sr.? —preguntó la mujer del otro lado de la vitrina, terminando de darle los últimos retoques al arreglo que he comprado para mi preciosa.—Nada más —dije complacido, mirando la obra de arte que ha hecho la mismísima dueña de la tienda:Margaritas azules, amarillas y blancas, perfectamente ubicadas para recrear la noche estrellada de Van Gogh.Uno de los emplead
Ivette RussellDentro de todo, no me sorprendía ni un poco su declaración. Y es que, nos hemos acercado lo suficiente en estos últimos días, como para que terminara siendo inevitable que este tipo de lazos surgiera entre los dos.Coloqué una mano en su pecho para acercarme lo suficiente a su cara.—Eres una gran persona, René. Y en verdad lo lamento tanto.Dejé que mis húmedos labios se posaran sobre los de él, por una fracción de segundo.—¿Qué es lo que sientes? —dijo con un poco de aflicción.No poder ser completamente genuina contigo, pensé.—Que hayas tenido que atravesar por cosas tan feas a una corta edad —dije en cambio, y eso, no era del todo mentira.—Fuiste un niño valiente y ahora de hombre, lo eres más. Eres maduro, sensato, responsable y atento.—Apuesto que soy el mejor marido que has tenido —bromeó.—Y el mejor amante también.—Harás que mi ego rompa el techo de la casa.—Y vaya que lo disfrutas.—Solo cuando eres tú quien dice una cosa así. Pero, ya hablaremos de eso,