Ivette RussellSeré muy sincera: el reciente comportamiento de mi esposo me ha dejado realmente desconcertada.Sé que es poco lo que llevamos de conocernos, pero jamás me imaginé que sería así de patán.¡¿Cómo es que ha podido irse sin despedirse de mí?!Exhalé con frustración, terminando de cambiarle el pañal a la bebé. Y me sentí culpable al mismo instante.Tabby no tenía la cupa de nada de lo que estaba ocurriendo entre su madre y su esposo. Pero aquí estaba yo, con el ceño fruncido delante de ella.—Tu mami está un poco zafada de la cabeza, bebé. Pero lo sabes de sobra. —Reí.Aunque su habitación estuviese llena de todo tipo de juegos, preferí tomar una cubeta para hacer castillos de arena en nuestro patio.Los hombres de seguridad estaban apostados lo suficientemente cerca como para no ponerme nerviosa, por lo que sólo me dediqué a disfrutar cada segundo al lado de mi hija.No necesitaba mucho más que su risa, para cambiar mis oscuros pensamientos a unos muy optimistas y alegres.
René ChapmanNo sé si me ha dado más coraje que me haya mentido todo este tiempo o que se pusiera a llorar cuando la confronté diciéndole la verdad.—Mi hombre de confianza, quien estuvo conmigo por más de diez años, fue despedido por no advertir a un recadista. ¿Crees que alguno de los nuevos empleados se arriesgaría a dejar pasar por alto algo así?—¡Esto es insólito! —vociferó.—¿Insólito? —me burlé—. Insólito es que creas que puedes mentirme a la cara, así como así.A estas alturas, ya sosteníamos una fuerte y acalorada discusión en medio del pasillo.—Si, ¡Te he mentido! —escupió—. ¿Quieres que me disculpe por ello? —dijo de manera retorica—. ¡Pues no puedes estar más equivocado!—Por favor, Ivette. ¿Crees que a una persona como yo le interesan las disculpas de alguien?No mentía en lo absoluto.—En ese caso, no veo cuál es el curso que lleva esta discusión. Ya admití mi engaño, tú no quieres una disculpa y a mi no me apetece disculparme. Fin de la situación.Muy relajada, ella p
Ivette Russell—No pienso volver a ser la sumisa de nadie. Y si pretendes que soportaré malos tratos solo porque nos proteges de Roa, eres un imbécil. Jamás permitiré que me vuelvan a poner una mano encima.—No lleves las cosas al extremo, Ivette…—Si tienes razón es en una cosa. —Lo encaré—. Y es que no sabes convivir con otras personas, eres prepotente y siempre quieres tener la última palabra. Es poco tiempo el que hemos compartido, pero me doy cuenta que sí.—No me hagas ver como un monstro.—Entonces no seas uno.A mi nadie me diría que estaba exagerando sobre lo que sentía y mi dolor.—Fui imprudente por gritarte y no calmarme cuando me pediste que lo hiciera. Si te he tomado del brazo, jamás fue con la intención de lastimarte. No soy un hombre violento, Ivette. Jamás te haría algo así.—Lamentablemente, no puedo creerte René. No es la primera vez que escucho esas palabras. De tanto oírlas, ahora tienen poca credibilidad para mí.—Es injusto que me compares con el padre de tu hi
René ChapmanEn verdad pensé que Ivette no sería capaz de perdonarme tan rápido, pero cuando sus sutiles manos se entrelazaron con las mías y la rigidez de cuerpo cedió ante el mío, supe que tenía la mitad del camino ganado.De manera inconsciente la he lastimado físicamente y eso es algo que me hacía sentir incomodo.Sobre todo, porque jamás había puesto una mano sobre una mujer a menos que sea para hacerla sentir agotador e incansable placer.El maltrato doméstico es algo que aborrezco con todo mi ser. Es por ello que cuando mi esposa me ha acusado, me sentí totalmente contrariado.—No te he perdonado. De hecho, siento mucho rencor hacia ti, ahora mismo.—Entonces, ¿Por qué no eres capaz de soltar mi mano? —Cuestioné.—Placer.—¿Placer? —Arqueé las cejas.—¿Acaso crees que eres tú el único que tiene derecho a usarme?—No te ha usado para una cosa diferente a vengarme de tu exmarido. —Aparté el cabello de su cara—. Creo que eso ya lo platicamos.—De igual modo.Reí a carcajadas, al n
Ivette RussellMirar el estado en el que estaba Julius me ponía muy incómoda. Pero no porque me asqueara, ni nada por el estilo. Por lo contrario, si hay una cosa con la que no he aprendido a lidiar todavía, es con mis demonios del pasado.Diligentemente, puse manos a la limpieza, mientras René se encargaba de su aseo personal.—¿Necesitas ayuda? —Mi esposo me miró con algo muy parecido a la vergüenza.—Está bien. Terminaré aquí en un momento. —Asentí, volviendo a centrar la atención en el trapeador.A pesar de lo serio que pintaba la situación, ninguno de los dos tuvo la valentía suficiente para hablar de ello.Aun rechazando su ayuda, él se quedó a mi lado, mirándome trabajar en silencio. Quise abrir la boca para preguntarle por qué aún no había dicho nada, si es más que obvio que desde hace rato quería decirlo.—Cuando Julius despierte, tengo que llevarlo a un lugar.Por fon rompía el silencio.—¿Te irás de viaje?—Estaré fuera de la ciudad por unas horas, sí.—Él… —La incomodidad
René ChapmanMiré a mi mujer por un largo rato.Aunque no justificaba su embriaguez, me hacía una idea del dolor porque ha pasado en silencio todo este tiempo. Entonces, recordé sus palabras:«Tienes esa falsa creencia que mi vida inicia y muere con Giuseppe.»—La conocí en mi primer día de la universidad. Al principio, estaba recelosa y desconfiaba de todos. Luego hablamos y supe que, al igual que yo, era hija única. De ahí su actitud un poco reacia a relacionarse con todo el mundo. —Rompió el silencio—. Lo cierto es que, cada día nos acercábamos un poco más, hasta que terminamos siendo las más grandes amigas.»—Platicábamos mucho y de todo. Nos quejábamos de lo estrictos que eran nuestros padres y de todas las cosas que no habíamos podido hacer aún. Empezamos a salir a fiestas, conocer chicos, beber y… —El nudo que se había formado en su garganta, subió y bajo—. A probar cosas nuevas.—¿Drogas?—Si. —Sorbió su nariz—. Fue mi idea, ¿Sabes? —Sus ojos estaban perdidos—. Un día compré u
Ivette RussellRené se despojó de cada una de sus prendas antes de entrar al agua conmigo. La calidez de su cuerpo contra mi espalda, me hizo sentir reconfortada.Sus mansos subían y bajaban en movimientos suaves a través de mis brazos.—¿Julius estará bien? —pregunté, después de mucho tiempo de absoluto silencio.—Si. No debes preocuparte por eso hoy.Su barba raspaba sutilmente mi mejilla.—Eres un gran amigo, René.Hasta ahora, desconocía los detalles del hecho. Y cómo a él no le ha nacido contarme, yo tampoco quise preguntar.Me afligiría muchísimo si con mi intrepidez rompa este bello momento de intimidad.—Es lo menos que puedo hacer por él, después de todo lo que él ha hecho por mí.—Es muy afortunado.—Que va —chasqueó la lengua—. Si hay un tipo con menos suerte en este mundo, ese es Julius.—¿Por qué dices algo así? —Giré la cabeza sólo lo suficiente para que nuestras narices se rozaban.—Siento que estaría traicionando su confianza si te contara…—No tienes que hacer nada co
René Chapman—Yo también quiero preguntar algo —expresé, recorriendo sus muslos con las yemas de mis dedos.—¿Qué es?—Tu tatuaje.—Ah, eso. —Rio—. Me preguntaba por qué no habías dicho nada al respecto desde antes. Se nota que sientes mucha curiosidad al respecto.—¿Y bien?—Me lo hice durante mi último año de la universidad.—¿Cómo acto final de rebeldía?—Qué va.Su sonora carcajada provocaba eco en el cuarto de baño.»—Es algo vergonzoso de hecho. Mi novio del momento me había sido infiel, así que esa noche que me enteré, bebi mucho…—Y amaneciste con ese estupendo tatuaje.—Si.—¿Por qué una libélula?—No lo sé, supongo que porque me gustan.—Agradece que al menos era un profesional. De lo contrario hubieses tenido una porquería tintada en la piel.—De igual modo, es el primero y el ultimo.—¿Por?, claro, —me apresuré a añadir—, no es que te esté incitando a hacerte otro, solo siento curiosidad por saber.—Si te soy franca, tatuarme es algo que nunca me ha interesado, Sin embargo