28.Celos

Helena

Al llegar a casa, Carmelita me recibió con un abrazo cálido y lleno de cariño. Siempre había sido un soporte para mí, y en ese momento, su presencia fue como un bálsamo para mi alma herida.

—Helena, mi amor, ¿cómo estás? —me preguntó, mientras me acunaba en sus brazos.

Me desmoroné en lágrimas, y ella me dejó llorar, sin decir una palabra. Cuando finalmente me calmé, me miró con compasión.

—No tomes decisiones con la cabeza caliente, mi amor. Tómate tu tiempo, y piensa con claridad —me aconsejó.

Asentí, sabiendo que tenía razón. Los días pasaron, y con más claridad, empecé a pensar en todo lo que había sucedido. Ya era un mes desde mi separación con Thomas, y ningún día había dejado de doler. Recordar su rostro de súplica y llanto me causaba aún más dolor.

Pero algo dentro de mí comenzó a cambiar. Empecé a sentir una fuerza que no sabía que tenía. Me di cuenta de que no podía dejar que el dolor me consumiera. Tenía que hacer algo.

Y entonc
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