Prisas

Rebecca se quedó observando fijamente a Liam mientras se relamía y probaba el sabor salado de sus jugos y él, no pudo hacer nada más que quedarse embobado en ese gran océano azul.

No fue hasta que ella se levantó y se sentó sobre su regazo, que él volvió al mundo real. Había estado perdido por unos segundos y eso fue todo lo que necesitó para darse cuenta de la increíble mujer que tenía al lado, de que había conseguido el premio gordo.

Por fin, después de lo que pareció toda una eternidad, Rebecca había accedido a ser suya y no había satisfacción en el mundo más grande que esa, al menos no para él. Ni todo el dinero del mundo podía comprarle la felicidad que sentía en ese momento.

No importa lo que acababan de hacer, el deseo no había disminuido tanto en ella, como en él. Rebecca no puede evitar pasar sus manos por los fuertes brazos de Liam, su pecho, sus muslos.

—Te juro que si no nos damos prisa, no sé si pueda soportar todo el camino —le confiesa ella con los labios entreabiertos
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