¿Eres virgen?
Eduard se aproximó a mí y levanté la mirada para encontrarme con sus ojos azules que parecían devorarme. Tomó mi barbilla, sin apartar la mirada ni un segundo. Consciente de lo que estaba a punto de suceder, deseaba que ocurriera sin importarme nada más. Simplemente quería que fuera dueño de mí y me poseyera a su antojo.

—¿Estás consciente de lo que sucederá a continuación, verdad? —inquirió, sin soltar mi barbilla.

—No estaba en mis planes —comenté, cuestionándome mi propia respuesta.

—¿Y ahora? ¿No lo estás? —alzó una ceja, como si ya supiera que lo deseo, y no podría estar más en lo cierto.

—Si sigo aquí contigo, es porque estoy de acuerdo, aunque no sé en qué momento llegamos a esto —hablé como si estuviera hechizada, mirando sus ojos azules.

—Te deseo ahora —me susurró al oído inclinándose hacia mí. Cerré los ojos por unos segundos al escuchar su voz ronca y encantadora, que llegó hasta mis huesos haciéndome estremecer por completo. No sabe la satisfacción que me dio escuchar esa
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