Buena chica
Cuando me di cuenta, ya estaba sujeta a la cama, Eduard había usado su cinturón para atar mis muñecas, dejándome inmovilizada. ¿En serio? ¿Qué planea hacer?.

Su torso desnudo se encontraba frente a mí, mis ojos recorrían su esbelta y bien formada figura, fruto de su dedicación al ejercicio. Su piel blanca parecía aterciopelada, su cabello negro despeinado de manera perfecta, y sus ojos azules como el mar reflejaban poder, posesión y dominación. Su mirada cautivadora era capaz de atrapar presas con curvas con facilidad, y sus labios perfectamente delineados resultaban provocativos, con un color similar a la sangre mezclada con el agua. ¡Maldición! Este hombre no es de este mundo; mojo mis bragas por él y no lo puedo negar. Simplemente, me cautiva con su mirada, y un simple toque suyo me domina al punto de considerarme su esclava por la eternidad.

—Eduard —pronuncié agitada—, hazlo ya.

—Aún no. Necesito sentirte —respondió, despojándome gradualmente de mis bragas hasta que quedé completa
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