Una nota
A la mañana siguiente, desperté somnolienta, detesto las casas con ventanas que dejan entrar el sol en las mañanas, cegándome al abrir los ojos.

Me acomodé en la cama, deseando todo menos levantarme; anhelaba un día completo de descanso solo para mí, me siento agotada.

Espera...

—Mierda—murmuré, sentándome en la cama y cubriendo mis pechos desnudos con la cobija. Miré a mi lado y Eduard no estaba. ¿Cuánto tiempo dormí? Recordé que no estaba en mi apartamento, sino en el de mi jefe. Después de todo lo que hicimos anoche, quedé cansada y adolorida.

Lo hicimos tres veces, y Eduard siempre fue rudo. Además, cada vez que lo hicimos, me ató las muñecas y se adueñó de mi cuerpo a su antojo. Aparte de eso, no dejaba de decirme al oído que le pertenezco, incluso que no podía fijarme en nadie más que no fuera él. Fue tan posesivo anoche, me hizo gemir varias veces, y si no lo hacía, me obligaba con embestidas bastante salvajes.

No sabía que era tan dominante.

Me incorporé lentamente, mis piernas
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