Hanna. - “No creo que, en estos momentos, estes en una situación en la que puedas negarte, dudo que nadie te ofrezca algo mejor.”- me dijo el director de personal de la empresa Wolfang Society. Mientras trataba de poner su mano en mi muslo. Ya me estaba hartando de estas situaciones, llevaba semanas asistiendo a entrevistas, donde los únicos que me tocaban era babosos salidos, que se habían creído la difamación que había hecho sobre mí, el cerdo de Collins. Y esta era la gota que colmaba el vaso, había sido citada por George Green, el director de personal de la empresa médica Wolfang Society, que llevaba varias clínicas, y residencias de ancianos, solían contratar estudiantes de medicina y enfermería en el último año, no solía ser un sueldo elevado, pero con esto y el otro trabajo que había conseguido de repartidora nocturna, me ayudaría a cubrir los cuatro meses que me faltaban para la rehabilitación de Mia. Luego, junto con la venta de nuestra casa, para mudarnos a una más pequeña
Roy. - “Y recuerda, no te creas todo lo que vez en las redes estúpido, y trata a las mujeres con respeto, o volveré para arrancarte, con mis manos, lo que te queda de hombre, ¡Maldito cerdo de mierda!”- Dijo la bruja de ojos hipnóticos, de espalda a nosotros. Casi no podía creer que esa pequeña bruja de cuerpo de diosa, y lengua de víbora, diera esos golpes a un hombre, tan certeros y humillantes, hasta mis escoltas tenían problemas para aguantar las ganas de reírse, que provocaba ver a una mujer la mitad de ese hombre, con este último arrodillado, mientras ella lo abofeteaba, por una dama, la mitad de fuerte que él. Esto dejaba claro que Scarlet no es cualquier mujer. Cuando desde el ordenador del gerente, vi como la bruja derramaba la jarra de agua en la entrepierna de ese hombre, por tocarla, decidí que debía que dejar claro a ese estúpido, con quien se estaba metiendo. Lo que no esperé es que la bruja Scarlet , dejar desatara toda su ira sobre ese desgraciado, y casi tuve que m
Hanna. - “¡Gillipollas! ¿no sabes tratar a una dama?”-le grité indignada, cuando fui arrojada como un saco sobre el mullido sillón, haciéndome revotar como una maldita pelota. -“Ya estaba bien tanto maltrato, pero ¿se puede saber que le pasa a la población masculina de este mundo?”- pensé más que harta de ser el juguete de los malditos hombres. Mi ira iba acrecentándose, hasta el punto de que mi capacidad de autoprotección desapareció, me daba igual estar delante del depredador más peligroso de todos los de su especie. Por mí, tanto el Alfa, como el resto de la población masculina de la tierra, podrían irse al infierno. Estaba a nada de dejar salir al exterior todo el mal genio que había heredado de mi abuela, la andaluza española, con una lengua tan afilada, que podía cortar el aire. La ira que llevaba reprimiendo, desde el mismo día que vi a mi ex con otra, tras el Collins, y los tantos otros, incluido el Alfa, había rebasado mi límite. Pero al aparecer el Alfa estaba tan pag
Roy. Nada, nada era comparado a esto, ninguna mujer era capaz de hacerme perder el juicio así, como esa bruja de ojos cambiantes. Con ella sobre mí, después de sorprender como nadie, tomando la iniciativa, como una autentica tigresa, y tras quedarnos desnudos los dos, sin pensarlo, sabiendo que ambos apreciábamos los que veíamos delante, nuestras miradas se clavaron en el otro. Fuego y hielo enfrentados, queriendo consumirse en unos al otro. El cuerpo de esa bruja tenía todo lo que yo deseaba en una mujer, pero al mismo tiempo temía. - “Aún estas a tiempo de arrepentirte, Bruja de ojos cambiantes.”- le dije arrepintiéndome casi al instante de haberlo dicho. No deseaba que cambiara de opinión, quería hacerla mía, por una vez, para ver si así, tras tenerla, esta maldita obsesión que tenía por ella acaba. - “Tarde Alfa, tu encendiste este fuego, ahora te toca hacer de bombero, y apagarlo.”- me dijo acercándose a mí, pegando su cuerpo al mío, mientras sus labios besaban los míos.
Hanna. Han pasado una semana desde que cometí el error de dejar que mi deseo gobernaran mi mente, y aunque me ha costado recupérame, de lo que ese hombre me hizo sentir esa noche, gracias a dios, tengo mis ideas bien claras, se cuál es mi deber, y quien es verdaderamente importante para mí, en mi vida. No debe importarme que cada noche, cuando me acosté, después de comenzar a organizar todo para la mudanza que haré en tres días, después de todo el día trabajando de repartidora, y haciendo hora sueltas en el supermercado de mi barrio, ya que han pedido refuerzo por horas, para Navidad, aún me quedé tiempo para recordar cómo me sentí en brazos de ese hombre. Eso es lo peor que llevo, porque algo me dice, en mi interior, que, pese a todo, eso sí fue significativo, al mismo tiempo que mi mente, intenta que razone, que al aceptar la oferta que me hizo el cabrón del Alfa, para poder acercarme a él de nuevo, y descubrir por qué me afecta tanto, si sólo fue sexo, es rebajarme demasiado a
Roy. - “Decididamente Roy Willians eres un perfecto idiota, el más grande de los idiotas de tu reino, Arturo, debería llamarte Sir Idiota, en vez Rey Arturo, no puedo creer que seamos mellizos, será que toda la sensibilidad me la llevé yo, porqué si no entiendo que …”- la tuve que interrumpir o volvería romper algo en mi despacho. - “Ya está bien, si has venido a calmarme, bien, si no, ya te puedes ir por esa puerta, no estoy para uno de tus sermones de niñata perdida, Wendy.”- le dije con mi tono de voz que avisaba que estaba a punto de estallar de nuevo. Llevaba una maldita semana, intentando no golpearme varias veces al día, por haber sido tan idiota como para fastidiar eso tan alucinante que tuvimos Scarlet, la bruja de los ojos cambiante, y yo, esta noche. Y quizás por eso, porque fue demasiado intenso, lo más intenso que he sentido en mi vida, tanto que tuve miedo de lo que sentía, algo que, para mi forma de ser, es una cobardía, y si a eso añadimos que esa maldita mujer pret
Hanna. Cuando llegamos al restaurante, ya pude ver que, en la mesa contigua, muy cerca a la nuestra, casi pegadas, estaba la exesposa de Herman Dankworth, sentada estratégicamente, para que al sentarnos nosotros, ellos quedaran frente a frente, no era la primera vez que hacíamos esto, al contrario, esos dos se habían convertido en expertos en crear subterfugios para verse en público, si ser detectados. Yo, en muchos de ellos, era el escudo donde se escondían de las miradas indiscretas de los periodistas, y de los espías que, de seguro, la familia real mandaba para controlar a su exesposa. Apenas la saludamos, yo simplemente la ignore, después de que, con la mirada, la saludara, apoyándola en su nueva aventura. Su exmarido, Herman, ni la miró. Aunque durante toda la cena, las sonrisas, los brindis desde lejos, e incluso las frases dirigidas a ella, mientras me miraba, para parecer que me las dirigía a mí, se sucedieron, casi desde inmediato. Era la mar de incomodo estar en medio de
Roy. Cuando entré en el restaurante, mientras mi asistente Fletcher Gordon me esperaba fuera, en el Mercedes de lujo, junto a Consell, mi chofer, busqué con la mirada, para ver donde se encontraba la problemática de Ailan Caroline Miller. El metre no me puso problema, sabía quién era yo, seguramente conocería a la mayoría, de los altos empresarios de Londres, como a la mitad de los millonarios que habían asistido, alguna vez, al restaurante de lujo, con varias estrellas Michelin, “El Mirador”. En seguida, alguien llamó mi atención. En una mesa, sonriendo, junto a otro hombre, estaba la persona que menos me esperaba encontrar allí, la escurridiza Scarlet. En un principio, solo la miré, me parecía increíble que un hombre consiguiera, que esa mujer sonriera así, eso nunca lo había hecho conmigo, al parecer yo despertaba en esa bruja de lengua afilada, otro tipo de sentimientos. Comencé a sentirme mal, y una furia inexplicable, me hizo olvidarme del motivo por el que había asistido