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3. Capítulo: "Árabe Dominante"

Al llegar a casa y encontrarse sola, lloró mucho, la visita a donde ese hombre no le sentó bien. Ahora que estaba en su hogar, uno que en realidad ya no le pertenecía, porque solo era cuestión de unas semanas para que el banco se quedara con la casa, se puso a llorar. Tal vez si un empleo digno le diera la remuneración que necesitaba, entonces no estaría en esa situación, pero lamentablemente no tenía opción, porque lo que recibía de empleada en un sitio normal, se quedaba corto.

—Hola, pequeño. —saludó al gato que se acercó a ella de inmediato, un peludo blanco y negro muy cariñoso —. Ya no me siento sola, tu recibimiento me hace sentir mejor.

Lo acarició un rato, antes de ir por una ducha. Debía pensar bien las cosas, no era una decisión irrelevante. Dos días era poco tiempo. Se fue a la cama con el tema en la cabeza, al día siguiente siquiera comió antes de irse al hospital. Su visita matutina le hizo bien a su madre, quién se alegró de verla, el cáncer la tenía mal, apresada en sus garras, pero cada vez que veía a su hija, volvía a sonreir, y se sentía más viva que nunca.

—Mamá...

Era una mujer morena, de ojos enormes, ahora debajo habían surcos oscuros, y aunque el brillo de su mirada se apagaba con cada día que pasaba, seguía regalando el destello sincero en una sonrisa.

—Cariño, ¿ya has comido?

—Sí —le mintió, no quería preocuparla, lo mejor era que su madre estuviera tranquila —. ¿Cómo te sientes?

—Feliz de verte. Sabes que no hay nada más importante que verte mi amor. ¿Has logrado encontrar un empleo?

—La verdad es que...

—Vale, sí lo has encontrado —se apresuró en decir, y ella no se atrevía a desmentir, porque miró su hermosa sonrisa y no quiso borrarla.

—Sí, mamá. Y vamos a estar bien. Ya lo vas a ver, nuestra situación va a cambiar —continuó tocándole el cabello.

—Dame un abrazo, ven —la rodeó con cariño, ese incondicional cariño maternal la ayudó a tomar la decisión "correcta" —. Sabes que quiero verte feliz, que estés bien, no quiero irme dejándote...

—No, mamá, no vas a morir, por favor, no sigas —expresó entre lágrimas.

—Debemos estar preparadas para lo que sea —le recordó, mientras contenía el llanto.

—Yo no pierdo la esperanza, además no puedes dejarme sola.

—Si por mí fuera, me quedaría una vida entera contigo.

—Lo sé.

—Mírame —le tomó la barbilla e hizo que la viera —. No te preocupes.

—Mamá, tengo el dinero para tu tratamiento, por eso estoy segura de que no vas a dejarme, no lo harás —informó dejando a su madre estupefacta.

Dentro de los planes de Victoria no estaba decirle a su madre tal cosa, pero ya lo había soltado, porque estaba resuelta a aceptar la propuesta del árabe. Sabía que de todos modos podría costear todo, pero algo le decía que ese hombre se echaría para atrás si ella le negaba un hijo.

—¿Cómo lo has conseguido? No me digas que has ido al banco por un préstamo...

—No, nada de eso, mamá. Es decir... Ha sido de otro modo, pero no es lo importante ahora.

—Sí es importante, cariño. Cuéntame. —le tomó la mano.

—De acuerdo —suspiró, pero ya estaba pensando en una mentira —. Yo me topé con una señora muy especial, le he contado mi situación y se ofreció en pagar todo a cambio de que trabaje un tiempo con ella, es todo mamá.

—¿Qué? Eso es un milagro, Victoria. Te creo, a veces no se nos cruzan personas, sino angeles en nuestro camino para ayudarnos.

Pero en realidad el único que apareció en su vida fue Rashid, el mismísimo diablo. Se contuvo, antes de soltar la verdad. No podía decirle a su madre a lo que estaba dispuesta. Aún así, tendría que hacerlo después, su madre no era tonta, mucho menos ciega como para no darse cuenta de un embarazo. Ya se las arreglaría más adelante para ponerla al tanto de lo que iba a pasar, pero no aún que nada era un hecho.

—De acuerdo, te voy a dejar descansar, lo necesitas, mamá.

—Quiero que te quedes otro rato conmigo, cielo. Pero sé que tienes razón, debo descansar. No tardes en volver. —le dejó un beso en el dorso.

—Está bien, te amo.

—Y yo a ti.

Mientras atravesaba el pasillo su teléfono empezó a sonar. Era un remitente desconocido, por eso se tardó más en responder.

—Diga.

—Victoria, habla Rashid. Solo quería saber que estás pensando sobre lo que hablamos.

—Ya lo pensé, sí, lo pensé mucho y creo que aceptaré.

—¿Crees o estás segura por completo? Dime.

—De acuerdo, estoy completamente de acuerdo, acepto. —explicó, mientras se sentaba en la sala de espera.

—Bien, ha sido la decisión correcta. —aseguró antes de colgarle.

Mientras ella se quedaba mirando la pantalla de su móvil con un nudo en la garganta, por su parte, Rashid sonreía, a la vez que se acercaba a su minibar y se servía un vaso de whisky.

Le dio un sorbo.

—Estás en mis manos, Victoria. Siempre gano, siempre —emitió victorioso, a solas en su oficina, satisfecho con la llamada que hizo.

No solo se trataba de un bebé, de dinero, de un heredero, porque esa joven virgen significaba más, el árabe lo sabía.

Otra vez, volvían las cosas a su lugar.

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