Se le quedó viendo y esbozó una sonrisa ligera. Ella pasó saliva con dificultad y mantuvo el aire dentro, sin inhalar más, luego lo necesitó. Sus ojos volaron a esa carpeta abierta que miraba Rashid. Claro, tenía que ser algún documento que validara el pago, lo que ella daba. En ese preciso instante sintió que no valía nada. ¿Cómo podría si estaba vendiendo su cuerpo por dinero? Ella no era una cualquiera, pero se sentía como una y sabía que el resabio se quedaría por mucho tiempo en ella.
—¿Estás bien?—S-si... Solo un poco nerviosa —tras emitir la admisión se arrepintió.—Es normal, pero no deberías, no soy un desquiciado, y seré bueno, lo prometo. De lo que quiero platicar es un asunto que debe quedarse entre nosotros. ¿Comprendes?—No, aún no me dices a qué vas —confesó turbada, esa forma en la que la miraba le causaba cierto temor. Y él lo sabía. Tomaba ventaja del impacto que tenía en la muchacha, lo ponía a su favor, y lo convencía de que podría persuadirla para que aceptara.—Lo sé, escucha, Victoria —empezó, juntado sus palmas sobre el escritorio, posición que dejaba ver quién mandaba allí, lo escuchó atenta —. No solo quiero desvirgarte, busco algo más, y creo que eres la correcta para ello.—Por favor, vaya al grano de una vez, se lo suplico.—Increíble la prisa que tienes, está bien, entonces seré directo, quiero que seas la madre de mi hijo, te pagaré más, no te imaginas cuánto.Ahora que cortó el suspenso, se quedó como una piedra. Sus ojos se abrieron de par en par y creyó por un segundo que ese hombre la tomaba del pelo. No era una broma, lo confirmó al ver su seriedad, una que fue peor de lo que esperaba.—No, no, no, yo no haré tal cosa, soy muy joven aún, ¿por qué me pide esto? —brusca, se puso en pies y se tapó la cara, parecía preocupada, una violenta inquietud que se movía por todo su ser y la apresaba.No era para menos. Ese árabe le pedía un imposible.—Porque desde que te vi en una fotografía, te escogí, sé que eres la adecuada para darme un hijo. No debes tomar una decisión ahora, pero quiero una respuesta lo antes posible. Porque así solo sería suficiente estar juntos una vez.Su mente sé amuralló, una maraña de pensamientos la ocuparon. ¿En su primera vez quedaría embarazada? Es que no podía aceptar eso.—Temo que voy a rechazar su oferta, es algo que no estoy dispuesta a hacer —insistió perturbada con la situación. No lo sostenía siquiera en su cabeza.—Es una propuesta interesante, te voy a recompensar por ello, piénsalo, en nueve o quizá ocho meses me darás un hijo, obtendrás tu pago y todo habrá acabado. ¿Qué dices?—Lo dice cómo si fuera algo fácil, soy yo quién debe asumir estar encinta, tener un bebé y enfrentarme a una etapa que aún no quiero vivir. Es que no puedo aceptar, yo solo he venido...—Sé a que has venido Victoria —le recordó, elevando una ceja.—Entonces no me pida que haga esto, no es lo que quiero —expresó, era obvio que estaba asustada.—Es lo que yo quiero, pero te dejo pensarlo dos días, ¿bien?—No, mi respuesta es no —repitió, con la valentía casi extinta.—Te he dado dos días, Victoria. Sé de tu situación, he investigado sobre ti, así que estoy al corriente de lo mucho que te urge el dinero. El banco se quedará con tu casa, ¿en donde vivirás con tu madre? Dime, ¿crees que será suficiente lo que te daré a cambio de estar contigo?—Sí.Le dolía pensar en la realidad.—Vale, ahora piensa en multiplicar esa cifra. Seré más conciso, te daré diez millones de dólares si aceptas.No tenía sentido para la muchacha. La verdad es que para eso habían agencias de vientre en alquiler. Y aunque no conocía mucho del asunto, no creía que allí tendría que pagar diez millones de dólares.—Es mucho dinero, no entiendo nada.—¿Qué no comprendes? Soy un hombre adinerado, eso no es nada para mí, pero sé que lo es todo para ti, solo quiero ayudarte y yo también gano —expresó sincero.A ella le seguía pareciendo una locura.Ciertamente necesitaba el dinero, así muchas deudas se acabarían y podría cumplir sus metas. Incluso objetivos que nunca imaginó realizar. Al darse cuenta de que ya estaba dándole vueltas a la posiblidad, batió la cabeza.—Está bien, voy a pensarlo, es algo que aún proceso. Te daré una respuesta en dos días.—Perfecto, piénsalo bien, es algo bueno, y eres afortunada.—No sé si sentirme así, puede pedirle esto a alguien más, incluso recurrir a una agencia de...—Ni lo digas —clavó sus orbes verde grisáceos en ella, con profundidad y ella se cohibió —. Quiero que sea todo lo más discreto posible, puedo confiar en ti, ¿no es así?—Por supuesto. Entonces me lo pide a mí para que sea todo en secreto, porque supongo que la prensa siempre quiere conseguir entrar en su vida y saberlo todo sobre usted, ¿no?—Estás en lo correcto, por eso lo hago de este modo, y tú eres una candidata idónea.—¿Quiénes son las otras? —le interesó saber.—No vale la pena hablar de las otras, ahora tú tienes las de ganar diez millones de dólares, te quiero a ti, Victoria. Cuando estoy seguro de algo, nunca me equivoco, solo necesito tu respuesta —agregó ladeando una sonrisa.—Lo voy a pensar.—Siendo así, espero verte aquí en dos días. Que todo vaya bien en tu regreso a casa —mencionó, pero algo le decía que expresaba lo contrario.—Vale. Está bien, aquí estaré.—Te avisaré entonces la dirección a la que debes ir, a uno de mis hoteles —agregó, y le guiñó un ojo.Tragó duro.Nada bueno se avecinaba. Se lo temía. Incluso afuera, seguía sintiéndose prisionera de aquel sitio. Y por alguna razón, ya se miraba encadenada a aquel hombre.Mientras se alejaba de la propiedad, una mansión enorme de tres plantas, se notaba a lo lejos, un hombre se atravesó en su camino.—Señorita, por órdenes del señor Ansarifard debo llevarla a casa —le habló.—No, no es necesario, tomaré un taxi.—Es una orden, por favor, sígame.—Ya dije que no iré a ningún lado, me iré así como llegué, ¿de acuerdo?Pero no, se debía hacer como dijo ese Rashid. Acabó en la parte trasera de un auto negro, a regañadientes, se imaginó de lo peor de camino a casa. Pero nada de lo que pensó, ocurrió.Al llegar a casa y encontrarse sola, lloró mucho, la visita a donde ese hombre no le sentó bien. Ahora que estaba en su hogar, uno que en realidad ya no le pertenecía, porque solo era cuestión de unas semanas para que el banco se quedara con la casa, se puso a llorar. Tal vez si un empleo digno le diera la remuneración que necesitaba, entonces no estaría en esa situación, pero lamentablemente no tenía opción, porque lo que recibía de empleada en un sitio normal, se quedaba corto. —Hola, pequeño. —saludó al gato que se acercó a ella de inmediato, un peludo blanco y negro muy cariñoso —. Ya no me siento sola, tu recibimiento me hace sentir mejor. Lo acarició un rato, antes de ir por una ducha. Debía pensar bien las cosas, no era una decisión irrelevante. Dos días era poco tiempo. Se fue a la cama con el tema en la cabeza, al día siguiente siquiera comió antes de irse al hospital. Su visita matutina le hizo bien a su madre, quién se alegró de verla, el cáncer la tenía mal, apresada en
Y el día llegó. Cuándo anocheció y se miró al espejo de cuerpo completo con aquella ropa puesta tan exhibicionista se sintió aplastada por el sentimiento de culpa que ya se hacía presente en su sistema. La lencería a su medida la hizo sentir asqueada. ¿Qué es lo que pasaba con ella? La presión era grande, aún así se empujó a seguir adelante. No tenía otra opción que hacerlo. Se puso un abrigo sobre la ropa, entonces se quedó a la espera de Rashid, quién pasaría buscándola cerca de las diez, de ahí partirían a un hotel. Las manos le temblaban así como todo su cuerpo, no era ella, sino otra persona la que ocupaba aquel lugar. Se repetía vez tras vez, quizá para aminorar la culpa, que solo lo hacía por su madre. Salió de casa cuando escuchó aquel claxon que sonaba sin parar, era el árabe. Estaba a nada de ocurrir, a nada de ser desvirgada por ese espécimen de hombre. Cuando entró al auto, el perfume del aludido la asesinó, era tan fuerte, olía a todo eso, a un deseo fortuito, a esa no
—¿Me estás escuchando Victoria? Porque desde hace rato estoy hablando contigo y creo que no me estás prestando atención. Batió la cabeza al escuchar la voz del árabe que la llamaba y ella apenas regresaba de las nubes. Se había quedado suspendida, flotando... El recuerdo ya había dejado de golpear su cabeza. —Lo siento, ¿qué decías? —Que el dinero ya lo ha sido transferido a una cuenta por lo que ya puedes disponer del mismo. Ten. —le dio una tarjeta. —¿Todo está aquí? —Todo está allí. —Vale, gracias. —Estamos hablando de un millón de dólares, Victoria. Lo vio asombrada, al principio solamente había pedido medio millón de dólares pero ahora suponía que la cifra se había doblado porque ya no solo había vendido su virginidad.—¿Tanto así? —Es solo la primera parte. —¿Qué? —No me mires así, intento ser justo por todo lo que estás haciendo por mí. —Claro, pero... Aún no sabemos si estoy embarazada. —Lo estás, ya lo estás, créeme. Aguarda unas semanas y te haces la prueba. Per
Probablemente su madre se iba a sentir culpable. Y ella solo quería que estuviera tranquila, que se curara. Sorbió por la nariz y aguardó un rato allí. Después se encaminó hasta la cocina de su casa y empezó a buscar algo de comer. A pesar de lo fatal que se sentía el hambre no quería abandonarla. De hecho ahora tenía casi siempre un apetito muy voraz. Y eso la hacía sentir extraña. No era el tipo de personas que comía y comía sin parar, ahora suponía que con el embarazo eso había cambiado. Las ganas de comer un enorme plato, no fue suficiente para ella, pues al cabo de unas horas ya estaba preparándose un aperitivo. Maldijo en voz baja cuando recordó la visita que le prometió a su madre. No creía como era posible olvidar ir hasta el hospital. Pero con tantas cosas en la cabeza era normal que eso le sucediera. No se lo perdonaría sí faltaba ese día. Así que le dejó un mensaje y le prometió ir lo antes posible. Su madre no era de usar mucho el móvil, pero si respondía a los textos c
Sí bien su madre no era de las personas que siempre estaba pendiente de lo que se llevaba a la boca o de lo que podría engordar como ciertos alimentos, siempre le había educado a su hija para que se alimentara de forma correcta y se mantuviera siempre saludable. Victoria no era de esas personas que comía sin parar, pero repetía un segundo plato y Julia evidenciaba el gran cambio que tenía su hija en ese momento, había ganado peso y eso no solo se notaba en sus mofletes. —Estás más rellenita, y me parece que luces incluso más hermosa de lo que ya eres, pero sabes que no debes comer mucho. Lo necesario sí. —¿Crees que no se consciente de ello mamá? Yo solo estoy comiendo lo de siempre, bueno, uno que otro postre también puede que por eso he ganado más peso. Pero no estoy gorda mamá. —añadió con los ojos de par en par a lo que su madre sonrió y le acarició la mejilla.—No. Tú no estás gorda, eres la joven más hermosa de esta tierra, perfecta. Así que olvida lo que te dije, solo quiero
Rashid conducía a su compañía. Odiaba el terrible tráfico que siempre se hacía cada vez que iba de camino al trabajo y mucho más en la mañana. Era normal en la ciudad. Algo a lo que él, no se acostumbraba. Por supuesto debido a eso ya se sentía malhumorado y furioso, era de los que siempre llegaba de forma puntual a la compañía, pero ahora lamentablemente llegaría tarde a una reunión importante que tenía con unos socios. Después del molesto tráfico, por fin había llegado al parking subterráneo de la compañía. Y pronto apareció en su camino la asistente, la mujer tenía unos ojos muy expresivos, dando la impresión de que siempre andaba muy asustadiza. Aunque siendo así, no era para menos tomando en cuenta el tipo de jefe que tenía la pobre. —Señor, aquí tengo todo lo que me ha pedido y también su itinerario, si necesita otra cosa... —Candace, ahora mismo quiero un café bien cargado por favor, y dile a Mariola que no podré reunirme con ella como habíamos acordado, que lo siento mucho
Por la tarde Rashid supo que Victoria estaba otra vez en el hospital, y tras su salida de la compañía, decidió ir a verle. Ella se sorprendió de encontrarlo ahí. Y no, no era una coincidencia. —Rashid —expresó en medio del pasillo del hospital. ¿Acaso la había estado siguiendo? El hombre, que venía aún trajeado, sin decir una sola palabra ante su saludo sorpresivo, la cogió de la mano para dirigirse a un asiento. Victoria sintió como una especie de electricidad la recorría a través de sus dedos mientras él le sostenía la mano en la suya. Pero omitió el efecto por el simple hecho de parecerle ridículo e inaceptable. —¿Por qué estás aquí? Deberías dejarme tranquila, no soy una niña pequeña y sé perfectamente lo que debo hacer.—Al parecer has olvidado cada palabra que te dije, entiende Victoria qué tienes dentro de ti a mi hijo y debo velar por tu seguridad. —Es justo eso lo que detesto, que me trates como si fuera una chiquilla y no me va a pasar nada por tomar un taxi, de hecho m
—Doctora Jones, aquí estamos. Iremos a la consulta pronto. —De acuerdo, los voy a estar esperando en mi consultorio. Deslizó una sonrisa y se retiró dejándolo a los dos a solas. Ella no tardó en recriminar al millonario por lo que había dicho. —¿Por qué ahora soy la señora Ansarifard, eh? Yo creo que esto es demasiado, ¿No crees que te estás pasando ya? —lanzó, asesinando al aludido con la mirada. —Te volveré a besar si continúas así de felina. Vamos, no hay tiempo que perder. —Atrévete, tonto árabe. —¿Tonto, dices? Mierda, Victoria. No estoy para tus insultos infantiles, vamos. La muchacha rodó los ojos y lo siguió a regañadientes. No era necesario que la llamara de esa forma y le dijera a las personas que era la señora Ansarifard ni en sueños ni loca sería la esposa de un hombre como él. —Primero dices que soy tu prometida y ahora andas contándole al mundo que me convertí en la señora ansarifard. Todo esto tiene que ser una completa y una maldita pesadilla. Respiró exaspera