Días después...La noticia de la desaparición de Coral, llegó a oídos de Rashid esa mañana. Su abogado, Salvatore apareció de pronto dejándole saber que en efecto, estaba involucrado con aquella desaparición. —No hay de qué preocuparse por nada esa mujer ya no está en el país y sigue con vida si es lo que te estás preguntando.—¿Cómo es que has logrado que aceptara irse de los Estados Unidos? —inquirió con mucha curiosidad, recordando que la mujer se había mostrado renuente.—Es una drogadicta, una mujer que consume estupefacientes sin parar. Estando esa información bajo mi dominio, la he usado para presionarla, así es como se fue. Lo importante es que no va a volver a molestarte, es lo que interesa. —Menos mal has logrado deshacerte de ella sin llegar a otra instancia peor. —Así es. ¿Tienes junta en un rato? —No, la he cancelado, por cierto, ya el otro asunto es un afirmativo. —¿De verdad? —Sí, seré padre. —Felicidades, Rashid. Pero... ¿Tú de verdad crees que ella va a querer
El magnate dejó las bolsas sobre el mesón y comenzó a sacar lo que había traído, se trataba de varios alimentos adecuados para la alimentación de la joven. Ella se quedó sorprendida al ver todo lo que sacaba de la bolsa aunque también un poco enfadada pues ella misma pudo haber ido al mercado por todo eso sin necesidad de que él lo trajera a casa. —Creo que ya te estás pasando quizás piensas que esto es algo amable pero me parece un insulto hacia mi persona sé perfectamente Cómo debo cuidarme y lo que la doctora me dijo en la consulta esto es innecesario lo que has hecho. —Cuida tus palabras Victoria. Ya te dicho que me preocupo por el bebé qué estás esperando y es lo único que me importa. —El bebé del qué hablas también es mi hijo. No importa que esto se trate de un estúpido contrato y al cabo de unos meses deba a dártelo, eso nunca romperá el vínculo que ahora me une a él. Siempre existirá. —No creo que debas pensar en eso yo nunca le voy a hablar a ese bebé sobre ti. Es mío d
Aquella mañana tan oscura donde todos vestían de negro y el cielo parecía haberse puesto de acuerdo con la situación, al parecer se avecinaba una tormenta. El viento sacudía no solo los árboles cercanos de aquel cementerio sino también los cabellos de la joven convirtiéndose en una caricia de seda por su sistema qué caía en la desolación de la intensa tristeza, ante la gigantesca pérdida que sufrió, el vacío en su interior era tan hondo que nada podría llenarlo. Rashid le pasó un brazo sobre sus hombros y la atrajo a ella, volviendo a confirmar que seguía junto a ella, la joven aún no podía creer que estaba al frente de un adiós uno que siquiera quería pronunciar y por eso solo podía ser capaz de dejar una rosa blanca cerca de la lápida, antes de marcharse con Rashid. Subieron al auto, ella de copiloto, en silencio. Apenas y decía una palabra. Rashid estaba resuelto a llevarse a la joven a su casa. Era impensable que Victoria siguiera viviendo a solas y encima con todo lo que había
El árabe llamó a Candace para saber si ya había sido ocupado el puesto de la secretaria pero desafortunadamente la muchacha le dijo que aún seguía la vacante libre pero le dijo que seguía la búsqueda por la chica adecuada. Se frotó la sien, mientras intentaba calmarse y no perder los estribos. Sabía que fue un error contratar a Anastasia a sabiendas de lo inútil que podría ser, pero aún así le dio la oportunidad y acabó metiéndose en eso; ahora tenía que buscar a otra persona adecuada para el puesto y que cumpliera con todos sus requisitos. —Bien, no te equivoques a la hora de seleccionar varias chicas que sean candidatas buenas al puesto y me haces llegar lo antes posible sus currículum a mi correo —demandó, aflojandose un poco la corbata, al otro lado de la línea se escuchó un suspiro. La asistente se encontraba exhausta por todo los pendientes que tenía, no había podido pegar un solo ojo en la noche, de solo pensar que tenía tantas cosas por hacer y encima tendría que encargarse
Los días fueron pasando poco a poco pero el dolor parecía no querer irse de su sistema pues mientras más horas se sumaba a su vida, el dolor crecía sin parar. Aún así trataba de no echarse a morir en una cama o saltarse las comidas porque estaba consciente de que eso no le hacía nada bien al bebé. Lo que había cambiado esos días era la estrechez que ahora sentía por ese pequeño que la habitaba. Y de alguna manera ya lo amaba sin poder evitarlo. Pensar que pasado los meses tendría que entregar el niño al árabe, le rompía el corazón. Pero no evidenciaba aquel vínculo delante del hombre. No quería que ella se diera cuenta de que había forjado ese apego desde ya, fingía no tener el mínimo interés por la criatura, pero eso no era cierto. Cuando estaba a puerta cerrada ya dejaba de fingir o de aparentar que le importa un bledo. Cómo ahora. Victoria se encontraba en el baño mientras se frotaba aquella crema humectante sobre su abdomen que le había regalado el propio Rashid, asegurando que
—De acuerdo. Es que no estoy acostumbrada a que hagas esto, Rashid. —Siempre hay una primera vez, sé que puedo parecer un tipo duro pero también tengo un corazón, además se trata de mi hijo. —Es aún muy pequeño —le recordó.—No importa. Quiero que me sienta, que sepa que soy su padre. —No te preocupes, creo que tendrás el resto de tus días para dejárselo saber, algo que yo no —dejó salir el aire sonoramente. —¿Hay algo que no me dices? —buscó su respuesta en su mirada aunque ella no se lo dejaría saber. Así que sería difícil dar el atino. —No, no estoy ocultando nada. Mentía. Rashid no lo supo en ese momento. De modo que dejó una que otra caricia, antes de dormirse junto a ella, ajeno a toda la contradicción que la envolvía, ese amor ferviente y creciente que sentía la muchacha por el bebé. No se imaginaba cuan difícil estaba siendo no experimentar tantas cosas lindas en una etapa inolvidable como esa, mucho más al ser su primera vez. Fue la última en conciliar el sueño y mien
La muchacha se terminó tres piezas de pizzas, quedando satisfecha con ello. Al cabo de un tiempo le dieron ganas de subir a la terraza a tomar un poco de Sol no era lo más divertido que podía hacer, pero tampoco tenía muchas opciones y viendo el lado positivo, desde las alturas tenía una magnífica vista en la terraza, podría ver parte de la ciudad, un perfecto increíble panorama. Ya estaba arriba, contemplando las hermosas vistas hacia la ciudad de Nueva York también podía sentir el viento soplando suavemente sobre su rostro y batiendo inevitablemente cada hebra de su pelo. Era justo esa tranquilidad que necesitaba, dándole pequeñas dosis de felicidad qué volvían a irse al recordar la realidad que vivía. Tenía una enorme camisa blanca holgada la cual se levantó a la mitad de su abdomen y se puso de frente a los rayos de sol. Sabía que era bueno coger un poco de luz natural y a su bebé también le haría muy bien. Ahora más que nunca lo llamaba de esa forma, su bebé, su diminuto regalo
Victoria sabía que en cuanto abriera la nevera notaría la ausencia de la pizza sobrante, y justo eso pasó. —No me digas que te has acabado la pizza, Victoria —la miró entrecerrando los ojos hacia ella.En contesta, se encogió de hombros y sonrió confirmando así que había sido ella. —Tenía hambre. Él suspiro. Pidiendo paciencia. Pero no le dijo nada más. Volvió a echar un vistazo en la nevera y encontró en el frigorífico aquel pastel que no recordaba haber visto antes. Curioso lo sacó. —¿Asa salido a comprar una tarta? —quiso saber. —No, yo la hice, es mi tarta favorita y mamá solía hacerla. De hecho ella me enseñó a mí. —Bien —se limitó a decir, no iba a reñirle por eso, además tenía buena pinta y tomó una pieza —. Espero que no te moleste. —No, para nada. Sonrío para sus adentros, al verlo no poder resistirse por la tarta de queso. —Umm, ¿en serio la hiciste? —Sí, ¿te gustó? —La tarta de queso es mi favorita. Te ha quedado deliciosa, Victoria —le regaló un cumplido acompañ