La brisa suave de la mañana entraba por la ventana del pequeño apartamento de Clara mientras ella se preparaba para otro día de trabajo. Se miró en el espejo, ajustando su cabello y asegurándose de que su atuendo fuera apropiado para cuidar de Sofía. Sin embargo, su mente estaba lejos de la rutina diaria; estaba ocupada con pensamientos sobre Andrés. Cada vez que lo veía, su corazón latía con más fuerza, y su mente se llenaba de dudas sobre sus sentimientos.Al llegar a la casa de Andrés, Clara fue recibida con el sonido de las risas de Sofía, que jugaba en el jardín. La pequeña estaba emocionada, corriendo detrás de una mariposa que había aterrizado cerca de un rosal. Clara no pudo evitar sonreír al ver la alegría en el rostro de la niña. “¡Mira, Clara! ¡Es hermosa!” exclamó Sofía, señalando a la mariposa amarilla que revoloteaba cerca.“Sí, es muy bonita, Sofía. ¿Te gustaría que la atrapáramos?” respondió Clara, mientras se arrodillaba al lado de la niña.“No, no quiero hacerle dañ
El sol brillaba intensamente sobre la ciudad cuando Clara despertó aquella mañana. Se sentía inquieta, como si algo en el aire presagiara cambios inminentes. Había pasado la noche dando vueltas en su cama, los pensamientos sobre Andrés y la conexión que estaban desarrollando girando en su mente. A pesar de su determinación de enfrentar sus sentimientos, una sombra de incertidumbre la seguía.La semana había sido un torbellino de emociones. Cada día que pasaba junto a Andrés y Sofía, la conexión entre ellos se hacía más fuerte. Sin embargo, esa misma conexión era lo que la llenaba de ansiedad. Clara sabía que había un límite que no debía cruzar, y ese límite era la realidad de la situación: él era su jefe, un hombre comprometido, y ella era solo la niñera.Esa tarde, mientras cuidaba a Sofía en el parque, Clara sintió cómo su corazón se hundía. Sofía, feliz y despreocupada, jugaba en la arena, construyendo castillos con entusiasmo. Clara la observaba, sonriendo, cuando de repente, vio
Los días que siguieron a la conversación con Andrés fueron un torbellino de emociones para Clara. A pesar de haber sido honesta sobre sus sentimientos, la respuesta de Andrés no había sido la que ella esperaba. Su corazón, aunque aliviado de haber compartido su verdad, se sentía más pesado que nunca. La idea de que él estaba comprometido con Valentina se cernía sobre ella como una sombra, oscureciendo los momentos que antes eran llenos de luz y alegría.Clara trató de concentrarse en su trabajo y en cuidar a Sofía, pero cada sonrisa de la pequeña era un recordatorio de lo que no podía tener. Cada vez que veía a Andrés, su corazón latía con fuerza, pero también experimentaba una punzada de dolor al recordar que él no le pertenecía. A menudo, se encontraba mirando a Andrés mientras él interactuaba con Sofía, su risa resonando en la casa, su cariño palpable. Todo lo que Clara deseaba era ser parte de ese mundo, pero la realidad la mantenía atrapada en un ciclo de anhelos y resignación.U
Clara había tomado la decisión de renunciar a su trabajo como niñera. Era un paso difícil, pero sabía que era necesario para su bienestar emocional. A medida que se acercaba el día de su renuncia, su corazón se sentía pesado, pero también liberado. Había pasado semanas reflexionando sobre lo que realmente quería y lo que necesitaba para seguir adelante.En su último día, Clara se encontró con Sofía en el jardín. La pequeña estaba ocupada jugando con sus muñecas, ajena a la tristeza que Clara sentía por dejar atrás esa etapa de su vida.“Clara, ¿no te vas a ir nunca?” preguntó Sofía, con su inocente curiosidad.“Siempre estaré contigo en el corazón, Sofía. No puedo estar aquí físicamente, pero siempre recordaré todos nuestros momentos juntas,” respondió Clara, sintiendo que las lágrimas amenazaban con asomarse.Andrés apareció en el umbral de la puerta, y cuando sus miradas se encontraron, Clara sintió una mezcla de tristeza y gratitud. “¿Necesitas algo, Clara?” preguntó, notando la ex
Victoria sentía que su corazón iba a salir corriendo de su pecho, su respiración irregular y los nervios flotando a través de todo su ser, le arrebataban la escasa valentía que la habitaba. Trató de mantener la calma y quedarse quieta en su lugar, pero resultaba una tarea imposible. Lo único que quería era salir corriendo de aquella oficina y regresar a su casa; sin embargo recordaba la situación terrible en la que se encontraba junto a su madre enferma y sabía que no había vuelta atrás. No podía retroceder cuando sabía lo mucho que necesitaba sostener a su progenitora adolecida por una terrible enfermedad. No tenía un solo centavo, y con lo costoso que era el tratamiento para tratar a su mamá, se encontró con la soga en el cuello, así que se aventó a tomar una decisión tan desatinada como aquella. Vender su virginidad. Sí, entregar su inocencia al mejor postor. Y allí se encontraba ella, en el ostentoso y oscuro despacho de un hombre del que no tenía remota idea, no conocía absolu
Se le quedó viendo y esbozó una sonrisa ligera. Ella pasó saliva con dificultad y mantuvo el aire dentro, sin inhalar más, luego lo necesitó. Sus ojos volaron a esa carpeta abierta que miraba Rashid. Claro, tenía que ser algún documento que validara el pago, lo que ella daba. En ese preciso instante sintió que no valía nada. ¿Cómo podría si estaba vendiendo su cuerpo por dinero? Ella no era una cualquiera, pero se sentía como una y sabía que el resabio se quedaría por mucho tiempo en ella. —¿Estás bien? —S-si... Solo un poco nerviosa —tras emitir la admisión se arrepintió. —Es normal, pero no deberías, no soy un desquiciado, y seré bueno, lo prometo. De lo que quiero platicar es un asunto que debe quedarse entre nosotros. ¿Comprendes? —No, aún no me dices a qué vas —confesó turbada, esa forma en la que la miraba le causaba cierto temor. Y él lo sabía. Tomaba ventaja del impacto que tenía en la muchacha, lo ponía a su favor, y lo convencía de que podría persuadirla para que aceptar
Al llegar a casa y encontrarse sola, lloró mucho, la visita a donde ese hombre no le sentó bien. Ahora que estaba en su hogar, uno que en realidad ya no le pertenecía, porque solo era cuestión de unas semanas para que el banco se quedara con la casa, se puso a llorar. Tal vez si un empleo digno le diera la remuneración que necesitaba, entonces no estaría en esa situación, pero lamentablemente no tenía opción, porque lo que recibía de empleada en un sitio normal, se quedaba corto. —Hola, pequeño. —saludó al gato que se acercó a ella de inmediato, un peludo blanco y negro muy cariñoso —. Ya no me siento sola, tu recibimiento me hace sentir mejor. Lo acarició un rato, antes de ir por una ducha. Debía pensar bien las cosas, no era una decisión irrelevante. Dos días era poco tiempo. Se fue a la cama con el tema en la cabeza, al día siguiente siquiera comió antes de irse al hospital. Su visita matutina le hizo bien a su madre, quién se alegró de verla, el cáncer la tenía mal, apresada en
Y el día llegó. Cuándo anocheció y se miró al espejo de cuerpo completo con aquella ropa puesta tan exhibicionista se sintió aplastada por el sentimiento de culpa que ya se hacía presente en su sistema. La lencería a su medida la hizo sentir asqueada. ¿Qué es lo que pasaba con ella? La presión era grande, aún así se empujó a seguir adelante. No tenía otra opción que hacerlo. Se puso un abrigo sobre la ropa, entonces se quedó a la espera de Rashid, quién pasaría buscándola cerca de las diez, de ahí partirían a un hotel. Las manos le temblaban así como todo su cuerpo, no era ella, sino otra persona la que ocupaba aquel lugar. Se repetía vez tras vez, quizá para aminorar la culpa, que solo lo hacía por su madre. Salió de casa cuando escuchó aquel claxon que sonaba sin parar, era el árabe. Estaba a nada de ocurrir, a nada de ser desvirgada por ese espécimen de hombre. Cuando entró al auto, el perfume del aludido la asesinó, era tan fuerte, olía a todo eso, a un deseo fortuito, a esa no