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Brenda y Haidar salieron tomados de la mano aquella tarde, paseando por las calles de Nueva York. Los transeúntes caminaban apresurados a su lado, cada uno siguiendo su propio rumbo, mientras ellos disfrutaban de un momento tan simple y al mismo tiempo tan significativo: caminar juntos, tomados de la mano y disfrutando de la compañía mutua.

Haidar, siempre atento, mantenía su mirada en ella, asegurándose de que estuviera cómoda y feliz. Sin embargo, después de un rato, Brenda comenzó a sentir el peso del cansancio acumulado. La caminata, aunque maravillosa, comenzaba a ser demasiado para ella. Haciendo un esfuerzo, se detuvo y miró a su esposo.

—¿Quieres que regresemos a casa? —inquirió Haidar, con un tono preocupado—. Sería bueno que descanses.

Brenda asintió con una sonrisa cansada.

—Lo admito, solo quiero llegar a casa y descansar. Lamento que tengamos que regresar tan rápido, quería que este paseo durara más.

Haidar negó con la cabeza, colocando una mano sobre su mejilla con tern
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