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La dueña del restaurante, y quien también conocía al mafioso, se le acercó.

—¿Está todo bien, señor Borisov?

Andrei levantó su mirada hacia esa señora, sintiéndose culpable por haber inquietado ese lugar que siempre era tan tranquilo, y asintió como respuesta a su pregunta.

—Disculpe mi indiscreción, señora Novikova. Dígale a quienes perturbé que pagaré sus cenas como compensación ante mi impertinencia.

La señora asintió junto con una reverencia y se dirigió hacia sus clientes.

Andrei miró hacia donde ella se había perdido y se felicitó irónicamente por haberle arruinado la noche.

Elisa llegó al baño, cubriendo su boca con una mano para reprimir sus lastimeros sollozos, mirándose al espejo y cerrando sus ojos luego sintiendo con todo su cuerpo la reacción de Andrei.

Sus lamentos eran los mismos de siempre y estaba harta de que fuera de esa forma.

¿Pero qué iba a hacer si todos los días parecían ser tan distintos a los antiguos en donde sólo lloraba? ¿Cómo no iba a permitirse soñar
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