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Elisa miró a su alrededor y lo encontró, le dedicó una sonrisa para hacerle saber que todo estaba bien con su confesión, y él ladeó una para ella y luego seguir conversando.

Un poco más repuesta fue hacia los mesones y nuevamente no había de su licor favorito, pero había cerveza y suspiró porque al menos eso sí podía beber.

—¿Elisa?

La dueña de ese nombre se sorprendió al oír su nombre de una voz femenina, y aquella la conocía. Se volteó congelada, mirando a esa mujer de cabello color chocolate, vestida con un elegante vestido rojo oscuro.

—Helen… —pronunció nerviosa, lanzándose hacia ella para abrazarla. La chica lo hizo de vuelta y temblaba junto a su compañera de club—. Estás viva… —se aferraba más a ella, alejándose luego para mirarla ansiosa y preocupada.

Debía mirarla bien para convencerse de que se trataba de la chica que siempre tenía historias amorosas que contar en el camerino.

—Oh, por Dios, eres tú —le tomaba el rostro entre sus manos—. Pensé que todos estaban muertos… —
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