— ¿En este momento? —No. Desde que conoces la verdad sobre Gabriel. —Siento que eres responsable de la muerte de Marina. Él hizo un gesto incómodo, bebió un sorbo de coñac y le dijo con suavidad, pero con firmeza. —Me echas en cara un crimen terrible para el resto de mis días. ¡Diantres Sofía soy humano! Dios sabe que desearía deshacer lo que sucedió, pero como no puedo, permíteme reparar mi error en el hijo que nunca creí tener. — ¿A qué te refieres? —Te lo explicaré —se reclinó en el asiento, parecía relajado—: En el pasado, después que Dayana decidió que como marido era un completo fracaso, abandoné la idea de volver a casarme. Pensé que cuando mis empresas necesitaran a unos Rivas para ser administradas, los hijos de Ernesto podrían continuar con la tradición, mientras yo gozaba de los privilegios y libertades de la soltería. Para ser honesto, nunca me atrajeron los bebés, las noches en vela y las restricciones que vienen junto con ellos. Jamás sentí la necesidad de procrear
Sofía pensó que era preferible no discutir, pues Vicente necesitaba toda su concentración para manejar. Dio un suspiro de alivio cuando vio las luces del solitario hotel dándoles la bienvenida. —Si no les quedan habitaciones libres, quizá nos permitan sentarnos en el vestíbulo —opinó y Vicente le sonrió al apagar el motor, como una exhalación de triunfo. —Gracias, Sofía. — ¿Por qué? —Por no ponerte histérica. —No tendría sentido —contestó con tranquilidad—. No tienes la culpa de que haya llovido tan de repente precisamente hoy. —Me agrada no tener la culpa de algo —cogió una chaqueta de cuero, que estaba en el asiento posterior y se la entregó. Luego, en medio de la lluvia y un viento tenaz, rodeó el coche, cogió a la joven en brazos. Caminó hacia el hotel y apenas podía respirar cuando depositó a Sofía en la entrada. — ¡Fiu! —exhaló—. Gracias a Dios que estamos a salvo. ¿Te sientes bien? Aparte del frío y de lo mojada que estaba, Sofía se sentía bien, y se lo dijo. El pequeño
— ¿Por qué no pedimos más cobijas en la recepción de la posada? —sugirió Sofía. —¿A esta hora? Prefiero abrazarme a ti —afirmó, con el aire de un hombre que no tolerara que se opongan a su voluntad. La rodeó con los brazos, la espalda de ella contra su pecho, y apoyó la barbilla sobre su pelo—. No está tan mal, ¿eh? Por supuesto que no estaba nada mal. Era maravilloso sentirse segura, cálida. —Estoy muy cómoda, pero si intentas algo te arranco las bolas. —Tú le quitas la inspiración a cualquiera —Esa es la idea—suspiró—. Buenas noches, Vicente. —Buenas noches, Sofía. Sintió que le besaba en la nuca y luego se quedó quieta, gozando de ese sentimiento de seguridad. Esa tranquilidad duró varios minutos, pero después de un rato cambió. Ninguno de los dos se había movido, sin embargo, algo era diferente. El cuerpo de Vicente ya no estaba relajado. Sofía sentía la tensión de sus músculos y la boca se le resecó. Le pareció que debía apartarse urgentemente de él, pero tuvo miedo de que
—Sí. Me quedaría inmóvil, como una momia, durante el resto de la noche y rezaría para que sirvieran el desayuno al alba. Eres una mujer muy cruel, Sofía Espinoza. — ¿Te consolaría si te confesara que mi crueldad me duele tanto como a ti? —Sofía sonrió en la oscuridad. — ¿Qué quieres decir? —Para ser honesta, me gustaría... me gustaría mucho que me hicieras el amor. Pero necesito comprender tus motivos. ¿Es un simple deseo? ¿O hablas en serio cuando afirmas que quieres que Gabriel y yo vivamos contigo? Hubo una larga pausa, cargada de significado. Vicente se aclaró la garganta. —Sofía, ¡Por supuesto que hablo en serio!, tienes que creerme. — suspiró con impaciencia y le dijo— Me las arreglaría para quedarme quieto si creyera que soy el único que sufre la tortura del deseo. Pero como has dicho que nos estás condenando, a ti y a mí, a la frustración, me vuelvo al sofá. Vicente cogió una manta que estaba en el suelo antes de volver a tumbarse en el sofá. Sofía luchó contra emociones
Sofía se sentó a beber el café, y entonces Vicente entró en el cuarto hecho una furia. — ¿Qué le ha pasado al coche? —preguntó Sofía, levantándose para servirle una taza de café. —El árbol ha hundido parte del techo —respondió con amargura—. Me va a costar una fortuna repararlo. — ¿Ese daño no lo cubre el seguro? —No lo creo. Esta clase de accidentes están considerados como “actos de la voluntad divina”, según la opinión de las compañías de seguros. Sofía consultó su reloj. — ¿Eso significa que no podrás llevarlo hasta Puerto Cabello? —indagó preocupada. —El administrador me ha dicho que un amigo suyo nos llevará en su camioneta. Uno de los empleados recogerá el Ferrari después. — ¡Menos mal! —exclamó Sofía con seriedad, arrepintiéndose para sus adentros de haber aceptado cenar con Vicente, y sobre todo, de haber permitido que le hiciera el amor. Esa mañana parecían dos desconocidos hablando de un estúpido coche—. ¿Cuándo nos vamos? —En cuanto llegue el amigo del administrador
—Creo que debes hacer lo que de verdad quieras —le acarició la mejilla con ternura—. Que no te importé el pasado. Piensa en el presente y en el futuro, déjate guiar por tu instinto —y con esas palabras, salió de la habitación. Sofía llevó a Gabriel y a Vanesa al parque para distraerse y al regresar la invadió el desaliento, al enterarse de que Vicente no le había llamado. Ella tenía la culpa, se dijo furiosa. Había calificado lo que habían compartido como un acontecimiento superficial y, sin embargo, lo único que deseaba era que Vicente la abrazara de nuevo y jurarle que apreciaba como algo valioso su entrega de la noche anterior. Y decirle lo que no tuvo el valor de hacer, que iba a ser padre por segunda vez. Sofía no sentía segura de los verdaderos sentimientos de Vicente, sí quería ser su esposa, pero no por Gabriel o por el bebe que ahora llevaba en su vientre. Si no porque él la amara de verdad. “¿Dijo que amó a Dayana con locura, me tengo que conformar con menos?” Después de v
—Sí —sentenció Elba—. Aquí están las llaves de mi coche y estas son las llaves de la empresa. Vicente va para allá. No empieces a poner objeciones y ve a esperarlo. Yo llamaré a seguridad para que te dejen entrar. Ernesto me ha dicho que no interfiriera, pero no puedo hacerme a un lado mientras veo que dos amigos, por ser tan obstinados, destrozan sus vidas. Para asombro de Elba, Sofía obedeció, y quince minutos después, llegaba frente a la empresa, no hubo problemas con los de seguridad, ya la esperaban y la dejaron pasar. Era extraño caminar por los pasillos desiertos y las oficinas a oscuras, no se había dado cuenta, pero extrañaba ese lugar. Sintiéndose como un ladrón, entró en la oficina de presidencia y miró a su alrededor con interés, tenías tantos recuerdos en ese lugar. Sofía se sentó en un sofá, al lado de una estantería. Estaba muy nerviosa y temía que Vicente se disgustara por encontrarla en su oficina. Elba le había dado tiempo para cambiarse de ropa, pero sabía que su te
Vicente lanzó un gemido sofocado y la besó apasionadamente. Sofía empezó a llorar mientras correspondía a sus besos y lo abrazaba con igual violencia. —Perdóname por hacerte sufrir —le rogó Sofía cuando logró hablar y frotó su mejilla contra la de él, una y otra vez, como queriendo convencerse de que estaba vivo y le pertenecía—. Y por echarte en cara que no me hayas llamado. Es que estaba tan preocupada por ti, que cuando te he visto, he perdido el control... Vicente se sentó en el sofá, con ella en su regazo. —Hemos sido un par de tontos —concluyó y después río un poco—. Menos mal que no nos puede ver ahora ninguno de mis empleados... la clásica situación... la secretaria en las rodillas del jefe. Sofía lo besó con pasión y él respondió de inmediato. El beso se prolongó hasta que ambos temblaron de deseo. —Te deseo tanto, mi vida —musitó Vicente contra los labios femeninos entreabiertos—. Y no solo físicamente. Te amo tanto, como nunca había amado antes, quiero que pasemos todas