—Sí. Me quedaría inmóvil, como una momia, durante el resto de la noche y rezaría para que sirvieran el desayuno al alba. Eres una mujer muy cruel, Sofía Espinoza. — ¿Te consolaría si te confesara que mi crueldad me duele tanto como a ti? —Sofía sonrió en la oscuridad. — ¿Qué quieres decir? —Para ser honesta, me gustaría... me gustaría mucho que me hicieras el amor. Pero necesito comprender tus motivos. ¿Es un simple deseo? ¿O hablas en serio cuando afirmas que quieres que Gabriel y yo vivamos contigo? Hubo una larga pausa, cargada de significado. Vicente se aclaró la garganta. —Sofía, ¡Por supuesto que hablo en serio!, tienes que creerme. — suspiró con impaciencia y le dijo— Me las arreglaría para quedarme quieto si creyera que soy el único que sufre la tortura del deseo. Pero como has dicho que nos estás condenando, a ti y a mí, a la frustración, me vuelvo al sofá. Vicente cogió una manta que estaba en el suelo antes de volver a tumbarse en el sofá. Sofía luchó contra emociones
Sofía se sentó a beber el café, y entonces Vicente entró en el cuarto hecho una furia. — ¿Qué le ha pasado al coche? —preguntó Sofía, levantándose para servirle una taza de café. —El árbol ha hundido parte del techo —respondió con amargura—. Me va a costar una fortuna repararlo. — ¿Ese daño no lo cubre el seguro? —No lo creo. Esta clase de accidentes están considerados como “actos de la voluntad divina”, según la opinión de las compañías de seguros. Sofía consultó su reloj. — ¿Eso significa que no podrás llevarlo hasta Puerto Cabello? —indagó preocupada. —El administrador me ha dicho que un amigo suyo nos llevará en su camioneta. Uno de los empleados recogerá el Ferrari después. — ¡Menos mal! —exclamó Sofía con seriedad, arrepintiéndose para sus adentros de haber aceptado cenar con Vicente, y sobre todo, de haber permitido que le hiciera el amor. Esa mañana parecían dos desconocidos hablando de un estúpido coche—. ¿Cuándo nos vamos? —En cuanto llegue el amigo del administrador
—Creo que debes hacer lo que de verdad quieras —le acarició la mejilla con ternura—. Que no te importé el pasado. Piensa en el presente y en el futuro, déjate guiar por tu instinto —y con esas palabras, salió de la habitación. Sofía llevó a Gabriel y a Vanesa al parque para distraerse y al regresar la invadió el desaliento, al enterarse de que Vicente no le había llamado. Ella tenía la culpa, se dijo furiosa. Había calificado lo que habían compartido como un acontecimiento superficial y, sin embargo, lo único que deseaba era que Vicente la abrazara de nuevo y jurarle que apreciaba como algo valioso su entrega de la noche anterior. Y decirle lo que no tuvo el valor de hacer, que iba a ser padre por segunda vez. Sofía no sentía segura de los verdaderos sentimientos de Vicente, sí quería ser su esposa, pero no por Gabriel o por el bebe que ahora llevaba en su vientre. Si no porque él la amara de verdad. “¿Dijo que amó a Dayana con locura, me tengo que conformar con menos?” Después de v
—Sí —sentenció Elba—. Aquí están las llaves de mi coche y estas son las llaves de la empresa. Vicente va para allá. No empieces a poner objeciones y ve a esperarlo. Yo llamaré a seguridad para que te dejen entrar. Ernesto me ha dicho que no interfiriera, pero no puedo hacerme a un lado mientras veo que dos amigos, por ser tan obstinados, destrozan sus vidas. Para asombro de Elba, Sofía obedeció, y quince minutos después, llegaba frente a la empresa, no hubo problemas con los de seguridad, ya la esperaban y la dejaron pasar. Era extraño caminar por los pasillos desiertos y las oficinas a oscuras, no se había dado cuenta, pero extrañaba ese lugar. Sintiéndose como un ladrón, entró en la oficina de presidencia y miró a su alrededor con interés, tenías tantos recuerdos en ese lugar. Sofía se sentó en un sofá, al lado de una estantería. Estaba muy nerviosa y temía que Vicente se disgustara por encontrarla en su oficina. Elba le había dado tiempo para cambiarse de ropa, pero sabía que su te
Vicente lanzó un gemido sofocado y la besó apasionadamente. Sofía empezó a llorar mientras correspondía a sus besos y lo abrazaba con igual violencia. —Perdóname por hacerte sufrir —le rogó Sofía cuando logró hablar y frotó su mejilla contra la de él, una y otra vez, como queriendo convencerse de que estaba vivo y le pertenecía—. Y por echarte en cara que no me hayas llamado. Es que estaba tan preocupada por ti, que cuando te he visto, he perdido el control... Vicente se sentó en el sofá, con ella en su regazo. —Hemos sido un par de tontos —concluyó y después río un poco—. Menos mal que no nos puede ver ahora ninguno de mis empleados... la clásica situación... la secretaria en las rodillas del jefe. Sofía lo besó con pasión y él respondió de inmediato. El beso se prolongó hasta que ambos temblaron de deseo. —Te deseo tanto, mi vida —musitó Vicente contra los labios femeninos entreabiertos—. Y no solo físicamente. Te amo tanto, como nunca había amado antes, quiero que pasemos todas
— ¿Inesperado? —preguntó frunciendo el ceño. —Porque resultó... tan intenso, tan apasionado... hasta antes del final Como todos nuestros encuentros—agregó, sonrojándose. — ¿Y cómo fue el final? —indagó él con interés. —¿Acaso no me escuchaste gritar tontito? Fue la experiencia más maravillosa de mi vida. —Te amo y por favor preparemos rápido los preparativos para la boda, ya deseo que seas mi esposa. —Le pediré a Elba que me ayude a organizarla. Vicente expresó su gratitud besándola y acariciándola con tanta pasión que transcurrió cierto tiempo antes de que volvieran a la realidad. Vicente, al fin, aceptó de mala gana que debía llevar a Sofía a su casa. —Amor, déjame enviar, una información importante por correo y en un momento nos vamos. Cuando él se sentó detrás de su escritorio, Sofía le dijo con picardía. —Jefe, quiere que le prepare un café como a usted le gusta. Él la miró divertido y le respondió. —Por favor, señora Espinoza, me encantaría. —Enseguida se lo traigo,
—¿Cómo podrías saber eso? —dijo Amelia entre risas. —Porque si la quisieras muerta la habrías matado en cuanto entraste —dijo Miguel—. Sin importarte los demás. Amelia lo miró, y su mano temblaba un poco menos. —¿Crees que matándola vas a ganarte el amor de Vicente? —preguntó Miguel, dando un paso más hacia Amelia— Deja que cometa el error, deja que se dé cuenta por sí mismo de que debería estar contigo, no con Sofía. —No, no —dijo Amelia—, no puedo… —Sí, puedes —dijo Miguel, extendiendo su mano hacia el revolver de Amelia—. Porque eres mejor persona que esto, porque matar no está en ti. Eres una mujer de negocios, Amelia Sarmiento. No una asesina. Naciste para el éxito —¿Tú crees? —Amelia sollozó. —Lo sé —dijo Miguel, luego empujó despacio el revolver hacia abajo, para luego tomarlo de su mano. Amelia estalló en llanto, y Miguel la abrazó fuerte con una mano mientras le ofrecía el arma con la otra a un escolta. Le sujetaron las manos a las espaldas con unas esposas y se la ll
—¡Te ves hermosa! —gritó Marta, y las dos la abrazaron al mismo tiempo.Miró a Vicente y él solo se encogió de hombros mientras se alejaba, para saludar a Ernesto y a Francisco. Los traviesos hijos de Ernesto salieron corriendo hacia el Jardín.—¿Vinieron juntos? —preguntó Sofía frunciendo el entrecejo.—Vicente nos dio el número de su casa. Ernesto y yo los llamamos para pasar a recogerlos, ya que veníamos en la misma dirección. ¡Francisco es tan gracioso! Ernesto y yo veníamos llorando de la risa.—Ya ves lo que me tuve que aguantar por años—dijo divertida Sofía.—¿Me lo dices a mí? Yo estoy casado con él—dijo Marta.Elba les dijo.—Vicente y él se la van a llevar muy bien, porque mi cuñado aparenta que es serio, pero es muy gracioso. —hizo una pausa —¿Y dónde está? —preguntó— ¿Está despierta?Subieron las escaleras de la mansión,—Sí —dijo Sofía, caminando hacia la habitación principal, seguida de cerca de ellas—. Por aquí.Marta le tomó del brazo mientras rodeaban la cama hacia la