La Venganza de Judas
La Venganza de Judas
Por: Fernando Ferraz
Capítulo 1 Leyenda

Dos mil años se pasaron, y la historia más

comentada en el mundo tomó fuerza, teniendo seguidores

dispuestos a morir por ella, y es así hasta los días actuales,

pero la gran verdad, lo que nadie conoce de hecho, en fin,

será descubierto, pues un grupo de estudiosos descubrió el

lugar exacto de uno de los templos profanos. El lugar que

marcó para siempre el mundo. El árbol donde Judas se

ahorcó.

La ciudad de Jerusalén además de ser la Tierra

Santa, prometida por Dios, también alberga el suicidio más

comentado y juzgado del mundo. Judas, después de entregar

a su maestro y verlo morir sin poder hacer nada, se mató - se

ahorcó -, de acuerdo con los relatos que la Biblia Sagrada

predica.

No sabemos con certeza lo que llevó a aquel

hombre a matarse realmente, pero -en breve sabremos - decía

el maestro para sus pupilos.

Sus rasgos recordaban a los banqueros antiguos de

Inglaterra, su traje muy bien alineado en su cuerpo mostraba

sus bienes y el bastón en su mano no oculta el hecho de

pertenecer a una fraternidad.

Desafortunadamente, por la edad avanzada, el

elegante señor no formaría parte de la expedición que iría a

Jerusalén, pero su hijo iría con los otros mentores del

ocultismo, un niño de pocos años, pero de una habilidad

impresionan con las tinieblas. Sus trajes eran igual a los

demás, una capa negra que se arrastraba en el suelo.

Eliot tenía dieciséis años cuando el padre lo llevó a

conocer a la Orden. Su familia siempre tuvo mucho prestigio

en la sociedad francesa. Era un chico con cabellos rubios,

ojos grisáceos, una cara muy bella y enigmática, pero pocos

eran los que conversaban con Eliot. Su cuerpo era escaso,

algunos cortes por el cuerpo, marcas de un tiempo que no

fuera generoso con él.

El señor se acercó al chico y le mostró el templo

donde él se quedaba la mayor parte del día.

- Aquí, Eliot, es donde las verdades del mundo son

reveladas. Y es aquí que nosotros, los ocultistas de la Orden

de Nemo Vitae -Ninguna Vida en Latín-, estudiamos e

intentamos entender lo que nos ocurrió anteriormente a

nosotros. Los preparativos esta vez son para encontrar el

árbol que sirvió de suicidio para Judas, el décimo segundo

apóstol.

El tiempo parecía no tener fin, los recuerdos se

remontaban el período cuando entró a la Orden, su padre

siempre muy rígido, le mostró que para alcanzar el poder no

se puede flaquear.

-Un día yo seré el jefe del templo, tengo que mostrar lo

que soy capaz de eso, estoy seguro mi maestro - Eliot miraba

al padre con un pequeño sonrisa de satisfacción.

- Sí, eso mismo, pero usted no heredará la jefatura por ser mi

hijo. Usted tiene que merecer, y para merecer el regalo,

tendrá que trabajar mucho aquí dentro.

-dice el señor.

-Lo sé mi padre. Prometo ser el mejor, quiero ayudar a

procurar a tal árbol, creo que seré de gran ayuda. - decía el

chico animado, observando el lugar.

En el instante envolvió la mirada hacia el padre, se

encontró con él apuntando el bastón en su dirección. Sus ojos

grisáceos sabían muy bien lo que significaba aquel gesto. Él

estaba listo para dirigir la misión a Jerusalén. Y el mundo

sabría lo que realmente sucedió con el mayor traidor de todos

los tiempos.

La sala oscura del templo fue inundada por una luz

blanca, la Bóveda fue abierta y la luz que descendía

iluminaba al joven Eliot. Él se quedó parado por algunos

segundos, sintiendo la frescura de la luz. La bóveda fue

cerrada y el maestro continuó.

- El secreto ya no puede ser un misterio cuando vuelva. -

decía el maestro, con una mirada fija y certera.

- Sí, maestro, puede estar seguro de que en ese momento,

haremos todo lo que esté a nuestro alcance y también lo que

no está para desentrañar ese secreto. Y, desde ese momento,

él ya no será un secreto, eso se hizo desconocido. - los ojos

de Eliot transmitían la certeza de encontrar ese objeto,

después de todo, él trabajó mucho para encontrarla.

El salón de la Orden fue totalmente preparado para

eventuales caídas de energía, pero esta vez las pocas luces

tuvieron algo que los ocultistas llaman presencia. Algo estaba

dentro de la habitación, algo que, de cierta forma, Eliot

conocía bien.

Él era como su guardián, en una de las

invocaciones, él accidentalmente, lo trajo. Era un espíritu

fuerte e inteligente, que le ayudó a entender cómo funcionaba

el mundo, del otro lado. "Enseñanzas obtenidas sin dolor,

carecen de valor", y Eliot lo sabía muy bien. El chico sufrió

mucho cuando entró a la Orden, y los hábitos que le gustaban

le fueron quitados para que los secretos fueran pasados.

Las columnas de apariencia neoclásicas se

mostraban imponentes en la Orden, muchas de ellas hechas

de marfil puro. Los espíritus del otro lado ayudaban a los

líderes, muchos de ellos con pactos, incluso extraños. Eliot

participó en esos pactos, ayudando en uno de ellos, pero

como es el espíritu quien escoge el receptor, el elegido fue

Eliot, por accidente.

Él consiguió atraer un guardián, y lo mismo se

mostró para Eliot, que estaba perplejo y asustado. Su mirada

siempre impasible y sin sentimiento, estaba cansado y

denotaba el miedo.

El espíritu llegó cerca del niño y tocó su frente y

enseguida, tocó su propia frente. En ese momento, el padre

de Eliot, el señor Byron, se acercó al hijo, miró la expresión

del chico. El dolor era sentido por todos y desde ese

momento, el joven había sido convocado para las tinieblas. El

futuro y el presente se alinearon momentáneamente. Y Eliot

gritó de dolor. Su mente se expandió y explotó en

conocimiento.

-No tenga miedo, joven maestro. Yo soy Fénix, soy uno de

los guardianes del infierno.

Sé que no teme, por eso, estoy aquí, su invocación fue un

el éxito y te escogí para ser mi maestro, yo te daré

conocimiento y poder.

- Eliot escuchaba las palabras atenta. El dolor en ese

momento aumentó y su cerebro lo hizo desmayarse, y lo

último que pudo oír fue: - Él necesita tiempo.

El señor Byron tenía cabellos grises y una extraña

gafas. Su aspecto, en la mayoría de las veces, denotaba un ser

frío y calculista, pero, en el momento en que vio a su hijo

desmayarse, dejó su bastón y agarró la cabeza de Eliot,

impidiéndole caer al suelo.

Eliot volvía al templo en todos los momentos

importantes, Fénix estaba en la Orden y, esta vez, entró sin

mucho esfuerzo, después de casi un año frecuentando la

Orden. Él podía entrar y salir, tranquilamente, bajo los ojos

admirados de todos allí alrededor, cuando el espíritu se

reveló, mostró lo importante que era el momento.

- ¿Sabes que ese viaje a Tierra Santa no será fácil?

- dijo- Nix alerta Eliot.

- Lo sé, no esperaba por menos, para hablarle la verdad.

- El ritual está listo, sé lo que están tratando, yo no viví en

esa época, pero conozco la historia. Estoy junto a ti, Eliot.

Siempre que lo necesite, me puede invocar.

- la voz de Fénix no era la misma de la primera vez, estaba

preocupado, como si supiera algo que estaba a punto de

suceder. Pensaba Eliot.

Eliot comentó con el padre sobre el espíritu, y ese

dijo que se quedaría un poco más y pondría a todos a la par

de la situación. Las calles de París que exaltaban al gran Dios

pronto conocerían la mayor verdad oculta de la Tierra. El

invierno en la región dejaba las calles totalmente blancas por

la nieve y con un colorido diferente.

En breve Eliot se encontraría con el misterio que había

hecho varios, antes de él, morir. ¿El secreto más bien

protegido del mundo dejaría de ser un secreto a través de su

ardua misión o él moriría antes incluso de desvelarlo? Esta

pregunta casi lo dejó perturbado.

Al llegar a casa fue a sus aposentos, tomó un baño

largo de bañera y puso a pensar en cómo podría cambiar la

historia del mundo. ¿Él sería el descubridor o apenas uno más

que fracasaría en la elucidación de los hechos?

El tiempo le daría esa respuesta y sólo el tiempo

sería capaz de mostrarle la verdad de los hechos. Sus ojos se

cerraron en su cómoda cama. Sus maletas estaban listas y su

despertador accionado. A pesar de ser francés, Eliot mantenía

la puntualidad británica.

Lejos de allí, detrás de las murallas de Jerusalén, en

un valle a muy abandonado, un pequeño agujero apareció y,

dentro de él, una inscripción en arameo antiguo. "De ese

punto en adelante, sostenga en su fe, pues ella será su única

fuerza".

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