La condición

Atina

La intensidad con que William mantenía sus ojos clavados en mí era tal que tuve que apartar la vista. ¿Qué había en ese hombre que lo hacía tan especial? Era solamente un chico de mi colegio al que apenas conocía, y sin embargo, no podía ignorar lo que causaba en mí. No era solamente su belleza, la que Jess se había encargado de resaltar con su sinfín de comentarios, ni su voz masculina tan cautivadora, la que resonaba en mis oídos y tocaba mis sentidos, sino es velo de misterio que lo cubría. Había en él algo que no alcanzaba a descifrar, pero que llamaba, como una canción secreta que solo mi alma podía escuchar.

“¿Y entonces, Atina Pier, me permitirías conocerte mejor?”

La mención de mi nombre en sus labios era dulce, lenta y firme, así como alguien que declama un poema de amor. Rayos, estaba cayendo en algo de lo que no estaba segura en absoluto. Esto no podría estar sucediendo. Salir con chicos no estaba en los planes, no hasta la universidad. Mi madre siempre fue clara al respecto, en principio porque ella, aunque no lo dijese con esas palabras, sentía que había sacrificado sus propios sueños al enamorarse de mi padre, y aunque estaba tratando de recuperar el tiempo perdido, ese era de seguro su más grande arrepentimiento.

“Nunca permitas que una persona ocupe en tu mente más espacio, ni más tiempo en tu vida que tus sueños”

Me dirán que mi madre era muy radical en algunos aspectos, pero ella había aprendido sus lecciones de un modo doloroso.

“Podemos ser amigos” resolví.

Él me ofreció otra de esas sonrisas de perfecto diseño. “Yo no busco tu amistad, Atina”

“Pero es todo lo que puedo darte ahora”

Me estaba costando decir esas palabras, pero creía cada una de ellas. Realmente, era todo lo que podía brindar en esos momentos.

“Quiero pedirte algo.” antes de que siquiera pudiera hablar, él continuo con su determinada pasividad “Tres citas. Si al cabo de esas tres, no quieres que vuelva a mencionarlo, ni que me acerque a ti siquiera, lo respetaré”

Eso sonaba justo, pero yo también pediría algo.

“Si al cabo de tres citas todo sigue igual, y te digo que así será, tú aceptaras mi amistad”

Extendió su mano para sellar el trato, y en el instante que le di la mía sentí que estaba haciendo una enorme apuesta en la que corría el riesgo de salir perdiendo.

Henrik

La clase estaba aburrida, y ese día no había podido hablar con Atina. Ella había llegado inusualmente tarde, y aunque esa tarde debían reunirse de nuevo a trabajar en su proyecto, sentía que cada minuto era vital para conseguir información respecto a lo que vio el día anterior, aunque una parte de él temía que ella ni siquiera fuese a mencionarle lo de William. Si ese era el caso, no tendría opción que averiguar por sus propios medios.

La mañana transcurrió con increíble lentitud, y las asignaciones en clase eran más pesadas de lo normal. Quizás esa era solamente su impresión, pero todo era demasiado tedioso para soportarlo. ¿Trigonometría? ¿Podía tener cabeza para la hipotenusa cuando el peligro de que su mundo se derrumbara frente a él estaba tan próximo y casi podía sentir que le respiraba encima?

Si William hablaba ¿qué podría decirle a Atina?

Atina era su amiga, lo conocía, pero ¿creería en su palabra? Por supuesto que le creería, después de todo, William, comparado con él, era un extraño.

Ni todo su intento por convencerse de ello resultó. El temor de que Atina lo mirara con disgusto y rechazo era muy real como para ignorarlo. Cuando finalmente sonó el timbre, Henrik se apresuró a levantarse, e ir hasta el asiento de Atina, quien estaba con Jess, que se sentaba a su lado.

“Ati, ¿vamos al comedor?”

“Hola, Henrik… ¿cómo estás? ¿acaso soy invisible?” la voz de Jess derrochaba sarcasmo y reproche.

“Lo siento, Jess. Hola”

“Te ves muy estresado, Henrik. Deberías ir al spa conmigo esta tarde, te aseguro que no te arrepentirás. Te quitan los nudos con unos masajes que ni te imaginas”

Jess se levantó, sin esperar que respondiera y se fue. Atina se giró hacia Henrik, y le dijo que iría a la biblioteca.

“Te acompaño” dijo él.

Caminaron en silencio. Esa era una novedad, usualmente el bullicio dominaba sus encuentros. Había tensión entre ambos, causada por palabras necesitaban ser dichas.

“Ati, ¿qué hiciste ayer en la tarde? Te llamé y no atendiste”

Ella se giró, sorprendida por la pregunta. “Lo siento. Olvidé devolverte la llamada, estaba algo ocupada”

Ocupada con la persona equivocada. ¿Hasta cuándo se lo ocultaría?

¿Irás a casa esta tarde? preguntó Henrik.

“Sí, habíamos quedado en eso” ella sonrió, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos.

“Ok”

En el pasillo rumbo a la biblioteca, se cruzaron con Reuben, que probablemente iba a ver a Jessica. Los de su sector raramente visitaban el edificio en el que ellos estaban, pues tenían su propia biblioteca y áreas de deporte. El muchacho sacó un paquete de sus bolsillos, y acercándose a Atina, se lo dio.

“Esto es para ti”

Era una cajita azul, con un moño de color dorado.

Se alejó ignorando a Henrik por completo.

Atina miró a su amigo, como tratando de leer su expresión, y no hallando las palabras que debía decir en ese momento.

“¿Lo abrirás?” le preguntó serenamente. Era toda la calma que había podido juntar.

Ella examinó el paquete con detenimiento. Solo podía ser de William, pero abrirlo frente a Henrik no era una buena decisión, pero no hacerlo solo volvería más evidente lo que ocultaba.

Levantó la tapa, y en su interior había un lirio de plata. Una pequeña encima decía “Alguna vez leí un pasaje bíblico que hablaba de la belleza de los lirios. Por alguna razón, tú me recuerdas a ellos”

Henrik estaba a su lado, y alcanzó a leer la nota.

“Tienes un admirador secreto” dijo con acritud mal disimulada.

Atina suspiró, resignada.

“Es de tu primo”

Por supuesto que él lo sabía, pero el escucharlo de sus labios hizo su pecho doler. ¿Cómo se atrevía ese idiota a enviarle obsequios?

“Y te envía presentes porque…”

Henrik se reprendió mentalmente por lo estúpido que sonaba esa oración. Era evidente porqué.

Incluso si no los hubiera visto en el café.

Atina no lo estaba mirando a los ojos, por mucho que él buscaba encontrar su mirada.

“William me invitó a salir”

Y ni siquiera había perdido el tiempo. Esa simple oración había durado dos segundos, pero cargaba el dolor de años de amor secreto. Henrik sintió que lo estaban pateando en el pecho, sin compasión alguna. Él había amado a Atina por dos años, y había acariciado el momento en que finalmente pudiera hablarle de sus sentimientos desde entonces. ¿William la había visto por cuánto? ¿Dos horas? Y allí estaba él, haciéndolo.

Henrik tenía planeado hacerlo con cuidado, sabía lo que Atina pensaba al respecto, y en circunstancia alguna quería arriesgar su amistad, aquello tan hermoso que había entre ambos, ni que se tornara incómodo para ella. Le había dado demasiadas vueltas, y tal parece que había cometido un gran error.

Forzó su cara de póker, para no evidenciar lo destrozado que estaba por dentro.

“¿Y qué le dijiste?”

“Le dije que solo podríamos ser amigos”

Una corriente de alivio recorrió su cuerpo.

“Pero…”

Pero. Había un pero. Por supuesto que había un pero. No podía haberse librado de eso tan fácilmente.

“Me invitó a tres citas. Cuando vea que nada cambia, la idea se le pasará”

Atina no podría haber dicho que sí. Eso no sonaba a ella. Atina era determinada y decir no a cosas en las que no estaba de acuerdo era su especialidad.

“Y tú…” espera que ella completara la oración.

“Luego de esas citas, esto se habrá acabado”

No. Eso no podía estarle sucediendo.

“Tú no puedes salir con él”

Henrik había hablado sin pensar, sin filtros.

Ella lo miró con seriedad. “Henrik, ¿cuál es el problema entre tu primo y tú?”

William

A esas horas la chica debía de haber recibido el paquete. El día anterior había ido a la joyería a comprar el lirio. Lo escogió luego de que le mostraron varios anillos y collares, ninguno de los cuales había llamado su atención. Quería algo menos común.

Recibió un mensaje de Reuben.

Entregado. Henrik estaba con ella.

Imaginó a su primo, furioso, y sonrió. El placer estaba llegando antes de lo esperado.

Henrik debía de estar sufriendo. Reuben había obtenido mucha información de Jessica, y se la había dado a William. Al parecer lo de Henrik era más que un simple enamoramiento. Ella le importaba demasiado.

Seguir en el EEI estaba dándole resultados, y por primera vez agradeció que su madre hubiese insistido en que siguiera estudiando allí, pese a que él ya no quería. Pagar el instituto era un gasto que estaba desgastando las ya heridas finanzas de su familia.

El timbre volvió a sonar, y Reuben regresó con una enorme sonrisa en el rostro. Su nueva novia lo tenía feliz. William se preguntó cuánto tardaría en aburrirse, como con todas las anteriores.

“Volví a ver a tu chica de camino aquí”

William enarcó una ceja a modo de interrogación.

“Estaba con tu primo, y parecía que discutían”

Interesante. Últimamente Reuben era una fuente de buenas noticias.

“No alcancé a escucharlos, pero vi a Henrik retirarse en medio de la discusión. Parecía muy molesto”

Sonrió, complacido.

El resto de la clase transcurrió con normalidad, pero dos horas más tarde recibió un mensaje que no esperaba.

Te veo en tu casa a las 3

Henrik. Debía estar desesperado, pues de otra forma jamás le hubiese escrito.

Tú no puedes entrar a nuestra casa. En el naranjal, a las 3.

El Naranjal era una propiedad que llevaba su nombre por los enormes naranjos que lo cubrían de extremo a extremo, y estaba ubicada de camino a la que era la casa de sus abuelos. De niños, pasaban mucho tiempo allí. En ese entonces, antes de que sus vidas cambiaran para siempre, se divertían bastante jugando en El Naranjal, que para ellos era un verdadero parque de diversiones. Ninguno imaginaba entonces que esos días terminarían tan atrás en sus memorias que parecía que hubiesen sucedido en otra vida.

Ok.

Esa misma tarde, después de no haberse dirigido la palabra durante años, estaría frente a frente a la persona que más odiaba en el mundo.

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