Inicio del juego

Henrik

Esa misma tarde comenzaron la tarea en casa de ella. Atina, usualmente enfocada y de gran dedicación en todo, no había logrado concentrarse. Debían elegir un tema para el poemario, y no habían conseguido avanzar.

“Podríamos hacer uno sobre el amor no correspondido”

Ella lo miró, confundida.

“Los siento, estaba pensando en otra cosa”

“¿Qué sucede, Ati?” le preguntó, tomando su mano. El contacto con la suave piel de Atina envió señales a todo su cuerpo. Debía evitar tocarla, por mucho que deseara hacerlo, o ella notaría lo mucho que significa para él. Aunque deseaba decírselo todavía no era el momento.

“Mi padre no vendrá este año” dijo con un suspiro resignado.

Los padres de Atina estaban separados, y su padre trabajaba en China. Este se había vuelto a casar, y raramente visitaba a su hija. Por lo general lo veía una vez al año, pero al parecer este no sería el caso.

“Lo siento mucho” fue todo lo que pudo decir. Henrik quería decirle algo más, pero ciertamente no sabía qué podría animarla en esa situación. Atina amaba y extrañaba demasiado a su padre.

“Es que es no es justo. No sabes cuánto espere por este momento” masculló. Las lágrimas se asomaban a sus ojos.

Henrik la abrazó, y ella correspondió a ese abrazo.

“Me envió un mensaje. Ni siquiera pudo llamarme”

Henrik la abrazó con más fuerza. Quería cubrirla de todos los dolores del mundo.

“Atina, siempre estaré contigo”

Atina permaneció en sus brazos por un momento. Por un instante, fueron solamente ellos dos.

Atina

Henrik fue a la cocina por algo que beber. Había estado en casa de Henrik muchas veces. Su familia era bastante agradable, y los conocía a todos. Al menos eso pensaba hasta hace unos días. En su ausencia, me levanté de la almohada en que estaba sentada en el piso, y me puse a mirar las fotografías familiares. La sala, como todo en la casa de los Chase, era bastante lujosa. Nunca se había puesto verdaderamente a pensar en ello, pero ellos eran millonarios. Era de suponerse que las personas que asistieran al Elite Education Institute (EEI) tuvieran una posición económica privilegiada, pero ellos eran incluso más ricos que el promedio. Mi familia no era rica como la suya, sino más bien de clase media. Si asistía al instituto era porque mi padre pagaba mis estudios desde China. Él había insistido con que tuviese la mejor educación que pudiera conseguir.

Me acerqué a mirar las fotos en una de las repisas. En una de ellas, una muy poco visible, había dos bebés en el regazo de la abuela Anna. Uno era más grande que el otro, pero ambos eran muy parecidos: cabello castaño, pálida piel, y grandes ojos claros. Parecían ser hermanos, y sin dudas el parecido seguía estando allí.

Henrik y William eran muy similares por fuera, pero lo poco que había visto de William me bastaba para entender que eran muy diferentes por dentro.

Tenía la fotografía en las manos cuando Henrik volvió a la sala.

“Éramos un dulce par. Al menos eso decía la abuela Anna”

Henrik no parecía molesto. Desde un punto racional, no tendría porqué estarlo, pero había deducido que William no era su tema favorito.

“Eran muy bonitos”

“¿En tiempo pasado? Gracias por el elogio” reprochó bromeando, mientras bajaba una bandeja con galletas y jugo. En esos momentos en que no me sentía bien, él conseguía siempre animarme.

 Henrik había estado allí en los días más duro que había vivido en los últimos años. Cuando supe que mi padre se había casado sin avisarnos, él estuvo allí. También cuando mi madre enfermó gravemente y Fran, su nuevo esposo y yo tomábamos turnos en el hospital cuidando de ella. Henrik estuvo a mi lado, de manera incondicional, sosteniéndome como el mejor de los hermanos. Eso no podría pagárselo jamás.

Le sonreí, y el me devolvió la sonrisa. Se acercó a mí para servir jugo. Cuando estuvo a unos centímetros, lo miré de perfil. Henrik era hermoso.  Eso solía decir Jess. Ciertamente, Jess decía lo mismo de muchos chicos, pero en más de una ocasión había dicho que si no fuera mi mejor amigo lo había invitado a salir. Sacudí ese pensamiento. Henrik era mi mejor amigo.

Estábamos merendando cuando un recibí un mensaje.

Hola, Atina. ¿Cómo estás? Soy William

Mi corazón se aceleró. Era William, y me había escrito. ¿Cómo obtuvo mi número? Bueno, era probable que tuviera que ver con Jessica.

Henrik notó el cambio en mi cara, y arqueó una ceja, inquisitivo.

“Jess me está contando algo interesante”

No estaba orgullosa de mentirle a Henrik, pero por alguna razón, preferí no decirle de quien se trataba.

Un par de mensajes más, y él me había invitado a tomar un café.

¿Qué daño podría hacer un simple café?

William

La chica llegaría en cualquier momento. Todo estaba yendo acorde al plan. Atina claramente había mostrado interés, aunque era bastante discreta, a diferencia de su amiga. Reuben se lo había dicho el fin de semana. “La chica jamás ha salido con nadie, y es demasiado reservada” Por un instante se preguntó como es que una persona como ella tenía como mejor amiga a alguien tan claramente distinta como Jessica Tam, pero luego recordó que sus amigos más cercanos eran Reuben y Stephan.

Había vestido como lo hacía siempre, casual, pero su madre, en uno de esos escasos lapsos en que no lucía consumida por el dolor y casi sonaba como la persona que solía ser, le había dicho que lucía muy elegante. “Tienes ese porte distinguido de tu padre” le dijo acomodando su camisa. Era gracioso recordarlo, pues su padre le decía de niño que cuando creciera sería un gran galán, uno que conquistaría a quien quisiera, como su madre, pues había heredado su encanto.

Nunca le había importado mucho aquello, hasta ahora.  Solo había una mujer que le importaba en esos momentos.

Atina llegó unos minutos antes de la hora a la que habían acordado el día anterior. Era puntual, y eso le agradaba. No soportaba a la gente que llegaba tarde.

Llevaba jeans y una camisa. Su largo y oscuro lo había recogido en una cola de caballo. Era muy sencilla, pero se veía bien. Por otra parte, pensó, su aspecto era irrelevante. Ella era un medio para lograr su objetivo de destruirle la vida a Henrik como él destruyó la suya.

“Atina, me gustas” dijo sin titubear apenas cumplieron el saludo básico. Lo dijo sin apartar sus ella.

Ella se le quedó viendo, y la expresión de sorpresa en su rostro no tenía precio.

“Tú no me conoces” dijo cuando pudo hablar.

“No necesitas conocer a las personas por años, para saber cómo son. A veces puedes pasar toda una vida con alguien, y aun así vivir engañado”

“Punto” secundó “pero no puedes ir a decirle a alguien que te gusta cuando solamente lo has visto una vez”

“No creo en esas cosas del amor a primera vista, pero sí en una intensa primera impresión. Puede que no sepa quién eres, pero me encantaría descubrirlo”

William se inclinó ligeramente hacia ella.

“No es mi intención incomodarte, pero me gusta ser claro. Fue una suerte haberte conocido, Atina”

Ella se acomodó en su asiento, y se aclaró la garganta.

“No me lo esperaba”

“¿En verdad?” inquirió estoicamente.

“¿Qué quieres decir?” preguntó, ligeramente ofendida.

“No te ofendas, pero cuando un chico invita a una guapa señorita a salir es porque busca algo más”

Levantó la ceja.

“No pensé que tuvieras ideas tan arcaicas”

“Confucio decía que un caballero se avergüenza de que sus palabras sean mejores que sus actos, por lo que sugiero no me midas por lo que escuches, sino por lo que veas”

“¿Te gusta leer o te has memorizado las citas que suenan mejor?”

William comenzó a reír, pero no de un modo burlón.

“¿Y entonces, Atina Pier, me permitirías conocerte mejor?”

Henrik

Estaba regresando a casa de llevar a su madre al gimnasio, pues el auto de ella no funcionaba. Había prometido volver por ella en unas dos horas, aunque tenía el presentimiento de que lo llamaría a decirle que se tomara su tiempo. A Helena le gustaba pasar tiempo con sus amigas. Se Había alejado unas cuadras de allí cuando vio a Atina caminando en la zona de los restaurantes. El semáforo dio luz roja, lo que le dio tiempo de ver que se metía a un café. Cuando la luz cambió, decidió que retornaría en la misma dirección.

Espiarla no era algo que quisiera llegar a hacer, pero tenía un mal presentimiento.

El café tenía enormes ventanales que daban a la calle, y pronto vio a Atina sentada cerca de uno de ellos, con su camisa blanca, y su bello cabello cayendo en contraste. Frente a ella estaba él.

Henrik apretó los puños.

William estaba con ella. Y lo que era peor, Atina le estaba sonriendo.

Su amiga no le había dicho que tendría una cita con su primo, al que solo había conocido unos días antes. No sabía qué le dolía más, si su silencio, o que ella jamás le había sonreído de ese modo a él. Para Atina él era más que un amigo, un hermano. Ella se lo había dicho muchas veces.

Henrik, eres el hermano que no tuve.

A veces se preguntaba si ella podría realmente vivir tan ajena a la realidad. Por lo general, él no tenía problema con ser ese amigo, pero ahora lamentaba cada uno de esos momentos de duda, en los que optó por el silencio.

Atina era una joven hermosa, y poseía demasiadas cualidades por las cuales una persona podría fijarse en ella. Pero no William.

De una cosa estaba absolutamente convencido, y era que las intenciones de William eran oscuras, y que su amiga era una presa que él deseaba cazar. No importaba que tuvieran la misma sangre, él jamás lo permitiría.

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