Tras firmar el divorcio y de dejar a Eileen en la mansión, Joseph se encaminó hacia la empresa. Aún tenía demasiado que hacer. Los últimos meses había descuidado tanto la empresa, que las fugas, en lugar de menguar, habían comenzado a ser más cuantiosas.Al llegar a Anderson Inc., Joseph estacionó en la zona reservada para él y los demás altos cargos de la empresa.Cuando subió al segundo piso, en dirección a su despacho, se encontró de frente con April.—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que dijo. Su presencia allí lo había tomado por total sorpresa.—Necesito el trabajo, señor Anderson y sé que usted necesita una secretaria, dado que su esposa —«Exesposa», pensó Joseph con pesar— no puede trabajar.—Mira, no creo que sea buena idea. Si bien Eileen ya no es mi esposa, lo mejor es que te marches. Si necesitas trabajo, puedo conseguirte uno en alguno de los sitios en los que sé que están necesitando. Pero conmigo no cuentes. Lo siento —dijo Joseph con seguridad.—¿Cómo? —preguntó April,
Joseph estaba histérico. No podía más. La cabeza le iba a estallar de un momento a otro. Si continuaba acumulando tanto estrés terminaría hospitalizado, no le quedaba duda. Las altas dosis de cortisol que estaba liberando su cerebro hacía que el estrés lo consumiera.Negó con la cabeza y pegó un puñetazo su escritorio.A continuación, se dejó caer sobre la silla de cuero de su despacho y comenzó a trabajar, o, al menos, lo intentó. Los números cada día eran más bajos y no podía hallar el porqué de aquella fuga, de aquel déficit de la empresa. Sin perder tiempo, llamó a la encargada de las cuentas de Anderson Inc.Minutos más tarde, la mujer se presentó en el despacho de Joseph con una carpeta debajo del brazo y un bolso en el que llevaba su portátil.—Señor Anderson —saludó la mujer y tomó asiento frente al escritorio de Joseph—. Aquí le traigo todos los balances del último año. Al parecer, por la información que he podido recabar, la fisura está en la sección de mercadería.—¿Cómo?
Si en algún momento había tenido una certeza, ese no era uno de ellos. Miles de interrogantes surcaban la mente de Joseph, planteándose qué tan estúpido había sido para no ver lo que hasta un ciego podría.Todo ese tiempo había tenido a la razón de sus males prácticamente en sus narices.Inspiró profundo y se llevó a los labios el vaso en el que se había servido una buena cantidad de whisky.Había sido un estúpido en creer que todo aquello no tenía nada que ver con la maldita Patsy. Ella siempre había estado detrás de todo el mal que le había sucedido tras romper su compromiso con ella y casarse con Eileen. Bueno, ella y Charles Mortensen.Patsy y Charles.Charles y Patsy.Joseph estrechó los ojos y frunció el ceño. ¿Acaso era cierto que todo tenía que ver con todo?Como si acabara de despertar de una profunda pesadilla, Joseph se bebió de un sorbo el resto del contenido de su vaso y se puso de pie. Se encaminó hacia el piso superior y, confiado de que Malena estaba con Mary, se aden
UN MES MÁS TARDE. Eileen estaba cada día más desesperada. George no había logrado dar con ni la más mínima pista que la pudiera guiar hasta el paradero de su hijo y la policía parecía estar comprada por los malhechores, dado que, después de tanto tiempo, no habían hecho ni el más mínimo avance. —No puede ser que no den con ninguna pista —le dijo a Joseph, tomando un mechón de su cabello y comenzando a juguetear con él, un tic que se despertaba siempre que estaba nerviosa—. No sé qué más hacer. Me pone de los nervios estar en casa sin poder hacer nada. —¿George sigue sin tener noticias? —Sí, está en las mismas que nosotros. Y Walter o se ha vendido o es un inepto. Lo siento, sé que es tu amigo, pero… —Suspiró. —No te disculpes, la verdad es que yo pienso lo mismo. No sé ni para qué me sigo molestando en llamarlo. Siento que hay algo en todo lo que es la policía. Creo que tendremos que hacerlo todo por nuestra cuenta —sentenció, llevándose la taza de café en los labios. Durante las
Eileen se quedó por un momento mirándolo fijamente. Lo que decía tenía sentido, a fin de cuentas, todo estaba relacionado con él. Ella jamás había tenido problemas como aquellos. Sí, Charles era un malnacido que durante su matrimonio la había maltratado física, verbal y económicamente, y que luego de que hubiera contraído nupcias con Joseph había intentado apartarla de él.Sin embargo, ahora, si lo pensaba bien, con la perspectiva que Joseph acababa de darle a todo, podía ser que se hubiese inmiscuido en su vida con el afán de que Joseph no supiera la verdad. Pero ¿qué verdad? Ella no sabía mucho más que el propio Joseph.«Pero tu pasado hace que tengas acceso a cierta información…», dijo una voz en el interior de su cabeza. —Creo que, por una vez, tienes razón —dijo con la mirada perdida en un punto inexistente de la pared que se encontraba frente a ella. —¿Por una vez? —se burló Joseph. —Sí, al menos, esta vez concuerdo contigo. Creo que el problema soy yo. Que estés conmigo
Eileen tomó el ordenador, lo posó sobre sus piernas y comenzó a leer los documentos,—Joseph, ¿con quién te hiciste los análisis de fertilidad y cuándo? —preguntó Eileen, alzando la vista y frunciendo el ceño.—Hace dos años, cuando me comprometí con Patsy —respondió.—¿Ella quería tener hijos?Joseph se limitó a negar con la cabeza.—¿Por eso no querías casarte con ella?—Por eso y porque es insufrible. En realidad, ella sí quería tener hijos, pero jamás pudo quedarse embarazada. Lo intentamos antes de llegar al casamiento. Mi madre quería, a toda costa, que le diera un nieto. Y yo no había nada más que quisiera un hijo. Por eso me emparejó con ella. Pero… bueno, es largo de explicar. Yo no la quería, solo quería complacer mi deseo de ser padre.—¿Ella también se hizo el examen de fertilidad? —preguntó Eileen. —Sí y dio positivo. Pero el mío, bueno…, ya sabes cuál fue el resultado.—¿Y dónde se hicieron los análisis?—Ella el laboratorio de Markus y yo en el de Arnold —respondió si
No obstante, pese a la insistencia de Eileen, Joseph abrió los archivos y comenzó a leerlos.Mientras lo hacía, Eileen, sin saber cómo reaccionaría Joseph ante aquella noticia, comenzó a alejarse hacia la puerta.Sin embargo, no alcanzó a tomar el picaporte cuando una exclamación, proveniente de su exmarido, la hizo pararse en seco.Se dio media vuelta en el momento exacto en el que Joseph, quien se había llevado las manos a la cabeza y miraba la pantalla del ordenador con cara de incredulidad, alternando la mirada entre cada uno de los archivos. Un segundo después, Joseph tomó en el portátil, se levantó y, con una fuerza sobrehumana, estampó el aparato contra la pared que tenía frente a él.El ordenador impactó de lleno contra el cuadro del matrimonio de Lydia y Alfred, sus padres.Se sentía un imbécil, más imbécil de lo que se había sentido durante el último tiempo. No podía entender cómo había sido tan ciego. La verdad siempre había estado delante de sus narices, al menos, en cuant
—Déjame a solas, por favor —le pidió Joseph a Eileen. Se sentía desfallecer. No sabía qué diablos pensar. ¿Toda su maldit4 vida había sido una completa mentira? ¿Qué era verdad y qué no de todo lo que sus padres le habían dicho? «Eso, si es que ellos son mis padres», pensó con pesar. Sin embargo, eso era una de las más pequeñas de sus preocupaciones. Por culpa de su afán de saber si los trillizos eran sus hijos o no, por culpa de sus dudas hacia las palabras de Eileen, había dejado la clínica, dándole la oportunidad al secuestrador para llevarse a uno de los niños, uno de los pequeños que, ahora, confirmaba que eran sus hijos.Eileen lo miró con pesar. Temía que, de dejarlo solo, comenzara a beber de nuevo. Sin embargo, la frialdad y el desánimo en los ojos de Joseph la hicieron obedecer de inmediato.No sabía por qué, pero no le daba miedo, sino que, más bien, le daba pena verlo en ese estado.«Si tan solo hubiese creído en mis palabras», pensó y suspiró, antes de asentir y diri