—¿Qué sucede? —preguntó Eileen, quien había permanecido en silencio durante toda la conversación y no se había perdido ni el más mínimo detalle de las reacciones de Joseph.—Creo que hay alguien empeñado en que no sepa la verdad.—¿De qué estás hablando?—Los documentos que me facilitó el tal George han desaparecido —respondió con pesar.—¿Qué?—Tal y como lo oyes —respondió, dejándose caer sobre la silla de respaldo alto que se encontraba tras su escritorio—. Creo que todo tiene que ver con todo.—¿A qué te refieres? ¿Quieres decir que todo lo que ha pasado en el último tiempo ha sido adrede?—Exactamente. —Asintió con la cabeza.—¿Incluso la manipulación de los análisis de ADN? —lo interrogó.Joseph alzó la mirada y la fijó en ella. —¿Qué te hace pensar que dudo de eso? —preguntó con las cejas alzadas.—Pues si todo ha sido manipulado o hecho a propósito…—Sigues obstinada en que te crea que son mis hijos, ¿verdad? —Alzó las cejas.—No —negó sintiéndose dolida. No sabía por qué dia
Cuando Eileen llegó a la habitación que había adoptado como propia nada más llegar de su luna de miel, miró el móvil, buscó el contacto de George y le dio al botón de llamada. —Hola, Eileen —se escuchó al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? Me enteré de que habías estado hospitalizada. ¿Qué sucedió? —la ametralló a preguntas.—Hola, George. A decir verdad, no muy bien —respondió con sinceridad. Si bien consideraba que no tenía amistades, George era lo más cercano a ella. A pesar de lo que él en algún momento había sentido por ella, habían logrado consolidar una buena relación, algo que hacía que Eileen confiara en que recibiría su ayuda sin pedirle nada a cambio. «¿Por qué no le di una oportunidad a él?», se preguntó. La verdad es que no lo sabía. George era un hombre apuesto, de buenos modales, de un trato afable y capaz de respetarla por sobre todas las cosas. Había sido una estúpida a la hora de elegir a Charles por sobre George, sin embargo, eso no era lo importante y no er
Cuando Joseph vio el que el hombre y Eileen se ponían de pie en simultáneo, estacionó de tal manera que su todavía esposa no lo pudiera reconocer. Esperaba que fuera mala para recordar matrículas de automóvil.Inspiró profundo y observó, detenidamente, todos y cada uno de los movimientos de aquella pareja, cuyo varón continuaba dándole las espaldas.Inevitablemente, vio como Eileen le sonreía a aquel hombre de modo íntimo, como si se conocieran de toda la vida.Por lo poco que podía vislumbrar del hombre, estaba más que seguro de que no era Charles, como había llegado a pensar en un principio.Sin embargo, ¿quién diablos era? ¿Y por qué Eileen se había reunido con él?Los celos aumentaron conforme se hacía estas preguntas. Sentía que no podía permitir que su esposa hiciera y deshiciera como se le diera la gana. Ya lo había engañado una vez, ¿quién le aseguraba que no lo volvería hacer?«Divórciate», dijo una voz en el interior de su cabeza. «Ella te lo pidió y, al parecer, ya empezó a
—¿Estás segura? —preguntó Joseph.No sabía por qué, pero algo dentro de él le pedía a gritos que lo impidiera, mientras que la otra, la más consciente, le decía que lo hiciera; a fin de cuentas, era lo que habían pactado.—Sí, estoy segura. No quiero tener nada que ver contigo. Podemos seguir viviendo juntos por Malena y por John. Pero, una vez tengamos el certificado de divorcio, dejarás de controlar mi vida. Podemos colaborar el uno con el otro. No te odio, Joseph. Simplemente, no quiero ser un estorbo para ti y, ya que estamos, que tampoco tú lo seas para mí —sentenció Eileen con seguridad.—¿Estás proponiendo que nos divorciemos y que sigamos siendo amigos? —inquirió Joseph incrédulo.—Si lo quieres ver de ese modo, sí. Podemos convivir, hasta que encuentre a mi hijo y logre mudarme —respondió.—Está bien, si eso es lo que quieres…, pero no permitiré que trabajes hasta que no encontremos a John. Yo tendré que seguir ocupándome de la empresa, porque las fugas son cada vez más grand
Tras firmar el divorcio y de dejar a Eileen en la mansión, Joseph se encaminó hacia la empresa. Aún tenía demasiado que hacer. Los últimos meses había descuidado tanto la empresa, que las fugas, en lugar de menguar, habían comenzado a ser más cuantiosas.Al llegar a Anderson Inc., Joseph estacionó en la zona reservada para él y los demás altos cargos de la empresa.Cuando subió al segundo piso, en dirección a su despacho, se encontró de frente con April.—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que dijo. Su presencia allí lo había tomado por total sorpresa.—Necesito el trabajo, señor Anderson y sé que usted necesita una secretaria, dado que su esposa —«Exesposa», pensó Joseph con pesar— no puede trabajar.—Mira, no creo que sea buena idea. Si bien Eileen ya no es mi esposa, lo mejor es que te marches. Si necesitas trabajo, puedo conseguirte uno en alguno de los sitios en los que sé que están necesitando. Pero conmigo no cuentes. Lo siento —dijo Joseph con seguridad.—¿Cómo? —preguntó April,
Joseph estaba histérico. No podía más. La cabeza le iba a estallar de un momento a otro. Si continuaba acumulando tanto estrés terminaría hospitalizado, no le quedaba duda. Las altas dosis de cortisol que estaba liberando su cerebro hacía que el estrés lo consumiera.Negó con la cabeza y pegó un puñetazo su escritorio.A continuación, se dejó caer sobre la silla de cuero de su despacho y comenzó a trabajar, o, al menos, lo intentó. Los números cada día eran más bajos y no podía hallar el porqué de aquella fuga, de aquel déficit de la empresa. Sin perder tiempo, llamó a la encargada de las cuentas de Anderson Inc.Minutos más tarde, la mujer se presentó en el despacho de Joseph con una carpeta debajo del brazo y un bolso en el que llevaba su portátil.—Señor Anderson —saludó la mujer y tomó asiento frente al escritorio de Joseph—. Aquí le traigo todos los balances del último año. Al parecer, por la información que he podido recabar, la fisura está en la sección de mercadería.—¿Cómo?
Si en algún momento había tenido una certeza, ese no era uno de ellos. Miles de interrogantes surcaban la mente de Joseph, planteándose qué tan estúpido había sido para no ver lo que hasta un ciego podría.Todo ese tiempo había tenido a la razón de sus males prácticamente en sus narices.Inspiró profundo y se llevó a los labios el vaso en el que se había servido una buena cantidad de whisky.Había sido un estúpido en creer que todo aquello no tenía nada que ver con la maldita Patsy. Ella siempre había estado detrás de todo el mal que le había sucedido tras romper su compromiso con ella y casarse con Eileen. Bueno, ella y Charles Mortensen.Patsy y Charles.Charles y Patsy.Joseph estrechó los ojos y frunció el ceño. ¿Acaso era cierto que todo tenía que ver con todo?Como si acabara de despertar de una profunda pesadilla, Joseph se bebió de un sorbo el resto del contenido de su vaso y se puso de pie. Se encaminó hacia el piso superior y, confiado de que Malena estaba con Mary, se aden
UN MES MÁS TARDE. Eileen estaba cada día más desesperada. George no había logrado dar con ni la más mínima pista que la pudiera guiar hasta el paradero de su hijo y la policía parecía estar comprada por los malhechores, dado que, después de tanto tiempo, no habían hecho ni el más mínimo avance. —No puede ser que no den con ninguna pista —le dijo a Joseph, tomando un mechón de su cabello y comenzando a juguetear con él, un tic que se despertaba siempre que estaba nerviosa—. No sé qué más hacer. Me pone de los nervios estar en casa sin poder hacer nada. —¿George sigue sin tener noticias? —Sí, está en las mismas que nosotros. Y Walter o se ha vendido o es un inepto. Lo siento, sé que es tu amigo, pero… —Suspiró. —No te disculpes, la verdad es que yo pienso lo mismo. No sé ni para qué me sigo molestando en llamarlo. Siento que hay algo en todo lo que es la policía. Creo que tendremos que hacerlo todo por nuestra cuenta —sentenció, llevándose la taza de café en los labios. Durante las