Cuando los cuatro por fin se encontraron en el coche, Joseph puso en marcha el vehículo y se encaminó hacia la villa. Eileen sentía rechazo y desagrado hacia la idea de regresar con Joseph, sin embargo, no veía la hora de llegar y ver a su pequeña Male. Sin embargo, al pensar en esto, inevitablemente, un nudo se formó en su pecho. Malena conocería a dos de los niños y ella ni siquiera sabía que eran tres. Tras salir de la consulta con el ecógrafo, no habían hecho demasiado camino hacia la mansión cuando aquel maldito auto se atravesó en su camino, logrando que los niños nacieran antes de tiempo y que ella terminara hospitalizada. Durante los últimos quince días, no solo no había podido ver a su primogénita, sino que, además, no había tenido la oportunidad de contarle que tendría tres hermanos, no dos. Sin embargo, no sabía cómo contarle la verdad en cuanto cruzara el umbral de la puerta. Su niña era por demás inteligente, pero ¿cómo le explicaría que eran trillizos y que
La primera semana, tras regresar a la mansión, Eileen se la pasó enfocada en sus tres hijos, mientras que, por la noche, buscaba la manera de dar con el paradero de John, su hijo desaparecido.Cada día que pasaba, se sentía peor. Era como si el avance de las manecillas del reloj no hiciera más que alejarla de su pequeño hijo. —Creo que tendré que contactarme con mis ex colegas —dijo mientras desayunaba junto a Joseph. Los dos pequeños recién nacidos se encontraban durmiendo en la planta alta, bajo el cuidado de una nana que habían contratado al día siguiente de que llegaran a la mansión, mientras que Malena se encontraba en el colegio.Joseph frunció el ceño, interrogante.—Ya sabes, los mismos que contacté para saber quién era ese niño, el de la foto y las noticias que tú encontraste…—¡Espera! —exclamó Joseph, interrumpiéndola.—¿Qué sucede? —preguntó Eileen, confundida.—Ven conmigo. Hace dos semanas, luego del accidente, cuando vine a la mansión, había un hombre en la puerta hab
—¿Qué sucede? —preguntó Eileen, quien había permanecido en silencio durante toda la conversación y no se había perdido ni el más mínimo detalle de las reacciones de Joseph.—Creo que hay alguien empeñado en que no sepa la verdad.—¿De qué estás hablando?—Los documentos que me facilitó el tal George han desaparecido —respondió con pesar.—¿Qué?—Tal y como lo oyes —respondió, dejándose caer sobre la silla de respaldo alto que se encontraba tras su escritorio—. Creo que todo tiene que ver con todo.—¿A qué te refieres? ¿Quieres decir que todo lo que ha pasado en el último tiempo ha sido adrede?—Exactamente. —Asintió con la cabeza.—¿Incluso la manipulación de los análisis de ADN? —lo interrogó.Joseph alzó la mirada y la fijó en ella. —¿Qué te hace pensar que dudo de eso? —preguntó con las cejas alzadas.—Pues si todo ha sido manipulado o hecho a propósito…—Sigues obstinada en que te crea que son mis hijos, ¿verdad? —Alzó las cejas.—No —negó sintiéndose dolida. No sabía por qué dia
Cuando Eileen llegó a la habitación que había adoptado como propia nada más llegar de su luna de miel, miró el móvil, buscó el contacto de George y le dio al botón de llamada. —Hola, Eileen —se escuchó al otro lado de la línea—. ¿Cómo estás? Me enteré de que habías estado hospitalizada. ¿Qué sucedió? —la ametralló a preguntas.—Hola, George. A decir verdad, no muy bien —respondió con sinceridad. Si bien consideraba que no tenía amistades, George era lo más cercano a ella. A pesar de lo que él en algún momento había sentido por ella, habían logrado consolidar una buena relación, algo que hacía que Eileen confiara en que recibiría su ayuda sin pedirle nada a cambio. «¿Por qué no le di una oportunidad a él?», se preguntó. La verdad es que no lo sabía. George era un hombre apuesto, de buenos modales, de un trato afable y capaz de respetarla por sobre todas las cosas. Había sido una estúpida a la hora de elegir a Charles por sobre George, sin embargo, eso no era lo importante y no er
Cuando Joseph vio el que el hombre y Eileen se ponían de pie en simultáneo, estacionó de tal manera que su todavía esposa no lo pudiera reconocer. Esperaba que fuera mala para recordar matrículas de automóvil.Inspiró profundo y observó, detenidamente, todos y cada uno de los movimientos de aquella pareja, cuyo varón continuaba dándole las espaldas.Inevitablemente, vio como Eileen le sonreía a aquel hombre de modo íntimo, como si se conocieran de toda la vida.Por lo poco que podía vislumbrar del hombre, estaba más que seguro de que no era Charles, como había llegado a pensar en un principio.Sin embargo, ¿quién diablos era? ¿Y por qué Eileen se había reunido con él?Los celos aumentaron conforme se hacía estas preguntas. Sentía que no podía permitir que su esposa hiciera y deshiciera como se le diera la gana. Ya lo había engañado una vez, ¿quién le aseguraba que no lo volvería hacer?«Divórciate», dijo una voz en el interior de su cabeza. «Ella te lo pidió y, al parecer, ya empezó a
—¿Estás segura? —preguntó Joseph.No sabía por qué, pero algo dentro de él le pedía a gritos que lo impidiera, mientras que la otra, la más consciente, le decía que lo hiciera; a fin de cuentas, era lo que habían pactado.—Sí, estoy segura. No quiero tener nada que ver contigo. Podemos seguir viviendo juntos por Malena y por John. Pero, una vez tengamos el certificado de divorcio, dejarás de controlar mi vida. Podemos colaborar el uno con el otro. No te odio, Joseph. Simplemente, no quiero ser un estorbo para ti y, ya que estamos, que tampoco tú lo seas para mí —sentenció Eileen con seguridad.—¿Estás proponiendo que nos divorciemos y que sigamos siendo amigos? —inquirió Joseph incrédulo.—Si lo quieres ver de ese modo, sí. Podemos convivir, hasta que encuentre a mi hijo y logre mudarme —respondió.—Está bien, si eso es lo que quieres…, pero no permitiré que trabajes hasta que no encontremos a John. Yo tendré que seguir ocupándome de la empresa, porque las fugas son cada vez más grand
Tras firmar el divorcio y de dejar a Eileen en la mansión, Joseph se encaminó hacia la empresa. Aún tenía demasiado que hacer. Los últimos meses había descuidado tanto la empresa, que las fugas, en lugar de menguar, habían comenzado a ser más cuantiosas.Al llegar a Anderson Inc., Joseph estacionó en la zona reservada para él y los demás altos cargos de la empresa.Cuando subió al segundo piso, en dirección a su despacho, se encontró de frente con April.—¿Qué haces aquí? —fue lo primero que dijo. Su presencia allí lo había tomado por total sorpresa.—Necesito el trabajo, señor Anderson y sé que usted necesita una secretaria, dado que su esposa —«Exesposa», pensó Joseph con pesar— no puede trabajar.—Mira, no creo que sea buena idea. Si bien Eileen ya no es mi esposa, lo mejor es que te marches. Si necesitas trabajo, puedo conseguirte uno en alguno de los sitios en los que sé que están necesitando. Pero conmigo no cuentes. Lo siento —dijo Joseph con seguridad.—¿Cómo? —preguntó April,
Joseph estaba histérico. No podía más. La cabeza le iba a estallar de un momento a otro. Si continuaba acumulando tanto estrés terminaría hospitalizado, no le quedaba duda. Las altas dosis de cortisol que estaba liberando su cerebro hacía que el estrés lo consumiera.Negó con la cabeza y pegó un puñetazo su escritorio.A continuación, se dejó caer sobre la silla de cuero de su despacho y comenzó a trabajar, o, al menos, lo intentó. Los números cada día eran más bajos y no podía hallar el porqué de aquella fuga, de aquel déficit de la empresa. Sin perder tiempo, llamó a la encargada de las cuentas de Anderson Inc.Minutos más tarde, la mujer se presentó en el despacho de Joseph con una carpeta debajo del brazo y un bolso en el que llevaba su portátil.—Señor Anderson —saludó la mujer y tomó asiento frente al escritorio de Joseph—. Aquí le traigo todos los balances del último año. Al parecer, por la información que he podido recabar, la fisura está en la sección de mercadería.—¿Cómo?