El hombre que se encontraba en el automóvil, estacionado frente al laboratorio de Arnold Johnson, tomó el teléfono del bolsillo de su chaqueta y, tras buscar rápidamente el número de su jefe, le dio a la opción de llamar. —Señor, Joseph Anderson acaba de salir de Johnson’s Laboratory —le comunicó. El sujeto, al otro lado de la línea, suspiró, antes de decir: —Muy bien, síguelo. No le pierdas la pista por nada del mundo. Ahora estoy ocupado, hay demasiado trabajo, pero mantenme al tanto de todo lo que veas que sea sospechoso. —Bien, señor —respondió el hombre—. En cuanto al laboratorio… —Déjame eso a mí —contestó—. Yo me encargo. *** Joseph, iba tan enfocado en lo que tenía que hacer a continuación que no se percató del BMW que lo seguía. Inconsciente de que alguien lo había seguido durante un buen tiempo, desde que había salido de la clínica, Joseph aparcó frente a la comisaría y se adentró en el edificio. Sabía que la policía no haría mucho, de por sí estaba acostumbrado a
DOS SEMANAS MÁS TARDE.Durante las últimas dos semanas, Joseph se había dedicado a resolver los asuntos de la empresa, con la intención de no dejarla a la deriva, mientras alternaba con visitas periódicas a Eileen y los niños, así como también se hacía cargo de la pequeña Malena, a quien le había dicho, únicamente, que su madre estaba hospitalizada por cuestiones del embarazo.No se había sentido preparado para confesarle a aquella niña que le demostraba tanto cariño que, por su culpa, su madre y sus hermanos habían estado cerca de la muerte.Sabía que mentirle no era la mejor idea, pero, en cuanto la pequeña le preguntó por su madre, había sido lo primero y lo único que se le había ocurrido para no confesarle la verdad.Inspiró profundo y se puso de pie, tomó el abrigo que había dejado colgado del respaldo de la silla de cuero de su despacho en Anderson Inc. y se encaminó rápidamente hacia el garaje, con la intención de dirigirse a la clínica.En cuanto llegó al nosocomio, que prácti
Esperaba haber llegado a tiempo. Durante los últimos días el trabajo había sido un caos y un dolor de cabeza, pero se había comprometido a llevar a cabo aquella acción, y como las personas que estaban con él no eran del todo fiables, no podía delegarle a nadie aquella tarea.Una vez que llegó al edificio en el que se encontraba el laboratorio, aparcó junto al arcén, se apeó del coche y se encaminó hacia la entrada.Al ingresar, se encontró con que Arnold Johnson se encontraba hablando por teléfono.Cuando lo vio, el especialista en ADN cortó rápidamente la conversación que estaba manteniendo, sorprendido por la presencia de aquel sujeto en su lugar de trabajo. No era que jamás lo hubiera visitado allí, sin embargo, hacía años que no se veían y eso era lo que más le llamaba la atención.—¿Qué haces aquí? —preguntó desconcertado mientras fruncía el ceño, interrogante—Necesito tu ayuda. He tenido complicaciones en el trabajo y estoy necesitando de alguien que pueda ayudarme con ello.—Y
Eileen se encontraba a solas en la clínica. Su madre había ido a visitarla recientemente, a pesar de que, durante los últimos meses, habían tenido un contacto casi nulo. Sin embargo, la mujer estaba más que agradecida de que su progenitora le brindara apoyo en un momento como aquel.Eileen le había comentado lo sucedido con Joseph y la decisión que había tomado al respecto y, Margaret, su madre, había estado completamente de acuerdo. A pesar de que le dolía en el alma ver como su hija tendría que atravesar por un nuevo divorcio. Por supuesto, prefería eso antes de que su hija y sus nietos sufrieran, pero no veía la hora de que su única hija, su pequeña niña, pudiese vivir en paz, que pudiera encontrar un hombre que le correspondiera y la hiciera sentir una reina; sin sospechas, abusos ni malentendidos de por medio. Cuando su madre se marchó, Eileen le pidió a una de las enfermeras que la ayudara a ponerse de pie para ir al baño. Una vez salió de allí, le dijo:—¿Puedo ver a mis hijos
Cuando llegaron al café que quedaba a la vuelta del laboratorio, Arnold pidió un café doble para cada uno con unas gotas de coñac, consciente de que el alcohol por sí solo no sería bueno para Joseph, pero que, aun así, lo necesitaba de alguna manera. —Joseph —dijo Arnold, una vez que la mesera les entregó los cafés y se quedaron a solas. Para su suerte, el café estaba más vacío de lo normal, lo que les daba la oportunidad de hablar con tranquilidad.Joseph alzó la cabeza y lo interrogó con la mirada. —Sé que los resultados no son los que esperabas, pero lo repetí y el resultado fue el mismo… Sin embargo, no sé si te habrás dado cuenta de un detalle… —¿El qué? —lo interrogó con el ceño fruncido. Era la primera vez que hablaba desde que habían salido del laboratorio. —Esos niños, no son tuyos, son de Charles Mortensen —dijo—, según las pruebas que me facilitaste. Sin embargo… —Suspiró—. ¿Me permites el folio? —preguntó. Joseph estaba confundido, pero, sin decir ni una palabra, s
Cuando Joseph llegó a la clínica, se adentró en esta a toda velocidad. Esquivando a médicos y enfermeras, se dirigió hasta la habitación en la que había dejado aquella mañana a Eileen tras la discusión que habían tenido. No sabía qué había sucedido, pero, por el tono de voz de la mujer, sumado a que lo había llamado poco tiempo después de que le pidiera el divorcio, le decía que aquel llamado no lo había hecho con la mera intención de hablar. Su esposa le había dejado muy en claro que no quería saber nada del matrimonio y él, hasta hacía poco tiempo, había estado de acuerdo con ello tras enterarse de los resultados del ADN. Sin embargo, luego de la inesperada noticia que le había dado su amigo, Arnold Johnson, había cambiado de parecer. «Quizás pueda hacerla cambiar de idea», pensó. No sabía por qué, pero, en ese momento, no quería divorciarse de Eileen. No cuando sentía que ella y esos niños eran la clave para desenmarañar el ovillo en que se había convertido su vi
Joseph se acuclilló junto a Eileen y posó una mano en su espalda con el fin de consolarla; aun cuando él no estaba mucho mejor que ella.Eileen se sentía devastada. ¿Qué rayos había hecho en la vida para merecer tanta angustia y desgracia? ¿Por qué no podía encontrar la calma y la felicidad? ¿Por qué su vida no era más que una maldita montaña rusa en la que el tiempo de tranquilidad duraba una milésima de segundo, antes de precipitarse a toda velocidad?No era posible que, después de todo lo que había tenido que vivir, ahora, uno de sus tres hijos hubiese desaparecido.—John, no, no, no —repetía sin cesar, mientras movía la cabeza de un lado al otro, con el rostro tapado con las palmas de sus manos.Joseph sintió como el estómago se le estrujaba al ver a Eileen en aquel estado. No tenía idea de qué era lo que había sucedido, pero sabía que, lo que le había dicho Charles tiempo atrás, era verdad. Desde que Eileen se había casado con él no había parado de sufrir desgracia tras desgracia
Cuando los cuatro por fin se encontraron en el coche, Joseph puso en marcha el vehículo y se encaminó hacia la villa. Eileen sentía rechazo y desagrado hacia la idea de regresar con Joseph, sin embargo, no veía la hora de llegar y ver a su pequeña Male. Sin embargo, al pensar en esto, inevitablemente, un nudo se formó en su pecho. Malena conocería a dos de los niños y ella ni siquiera sabía que eran tres. Tras salir de la consulta con el ecógrafo, no habían hecho demasiado camino hacia la mansión cuando aquel maldito auto se atravesó en su camino, logrando que los niños nacieran antes de tiempo y que ella terminara hospitalizada. Durante los últimos quince días, no solo no había podido ver a su primogénita, sino que, además, no había tenido la oportunidad de contarle que tendría tres hermanos, no dos. Sin embargo, no sabía cómo contarle la verdad en cuanto cruzara el umbral de la puerta. Su niña era por demás inteligente, pero ¿cómo le explicaría que eran trillizos y que