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CAPITULO CUATRO. DOLOR.

Desperté atontada y con una sensación  de mareo y necesidad en el estómago a causa de una medicación  sedante muy fuerte, en un lugar impoluto donde todo es blanco, pulcro y con un olor a desinfectante asqueroso que me produce  nauseas: “Un hospital". Un murmullo de voces y un llanto lastimero llenan mis oídos y reconozco la voz de mi hermana Annia, mis ojos se llenan de lágrimas y mi pecho arde de miedo y aflicción  por partes iguales, no tengo dolor físico, a este nivel ya nada me duele, solo el alma y mi corazón roto en mil pedazos, pisoteado por unos hombres gigantes que me maltrataron y mataron mi inocencia, mi dignidad y toda mi vida hasta que muera; no sin antes acabar de manera indolente con las vidas de cada uno de ellos. ¡Eso lo juro! Solo después; solo después moriré en paz.

No quiero abrir los ojos, me rehúso  a enfrentar  la realidad. El perfume de mi hermana  me envuelve y mis lágrimas se deslizan por las sienes mojando la cama de sábanas blancas, no puedo ver a nadie aún no estoy preparada para eso, no deseo que mi familia vea en mis ojos el dolor y el terror que sufrí, la humillación  y la vejación de la que fui objeto.

—¡An, sé que estás ahí y me escuchas! Yo, yo solo  quiero que sepas,  que, que ¡Oh Dios! ¿Por qué no fui yo? ¿Por qué tuviste que ser tú? – sus sollozos destruyeron mis fuerzas y todas las defensas que había construido.

Sus palabras taladraron tan hondo que no resistí y la abracé, sus gritos de dolor calaron en mi piel y ardía como una brasa directa haciendo mella en ella. No podía ser ella, ahora lo comprendo ¡Siempre debí ser yo! Prefiero soportar este  profundo dolor, que la perdida de ella.

—¡No! ¡No digas eso nunca más! No hubiese soportado perderte – y me quedé ahí escuchando sus sollozos y sus murmullos inentendibles. Su sufrimiento me atraviesa como una vara de acero, rompiéndome por dentro.

Mi padre mira la escena con su hermoso rostro desfigurado por el dolor ¡Sí! No es lástima; es un dolor rabioso que también  me hace presa sin embargo no se acerca, cosa que agradezco ya que la cercanía de cualquier  hombre, me es insoportable.

Ya es de noche, mi padre y mi hermana se encuentran sentados en el sofá que está a mi derecha, bastante retirado. Observo a mi alrededor preguntándome que me falta, hay un vacío en mi vida que solo llena la persona que está diseñada genéticamente para cuidarme y protegerme: Mi Madre.

No está y creo saber dónde se encuentra. Debe estar en el Sanatorio para Enfermos Mentales a causa de su problema. Una especie de obsesión compulsiva con la protección a los suyos y eso le causa un estrés que la lleva a un punto esquizofrénico no diagnosticado. Imagino que se encuentra descansando sedada completamente para poder encontrar un equilibrio entre la lucidez y la oscuridad en la cual se sume.

...

Son las dos de la mañana y aún no duermo ya que le temo a mis pesadillas que siempre llegan a un momento en el  cual me están  lastimando sin ningún  tipo de remordimiento. Me siento cansada, me vence el sueño pero llegan a mi mente un par de ojos verdes traidores que me llevan hacia el mar de desvaríos que se ha vuelto mi vida.

Tres días  después, ya en la casa  que ni siquiera siento  como hogar y no tiene nada que ver con que no me atiendan bien. Nada me agrada y todo me molesta, es como si de día  fuera una cárcel  de la cual no deseo salir. Y las noches son peor porque me encuentro con el monstruo de los recuerdos que se convierten en pesadillas azotándome hasta hacerme gritar de dolor.

— ¡Noooooo! ¡No por favor déjenme! – el miedo me traspasa como una daga en el pecho —  ¡No me lastimen yo no hice nadaaaaa! – mi grito fue tan agudo y desgarrador, que mi padre lo escuchó, abrió la puerta de golpe haciendo que brincara asustada y cayera al piso.

—¡Ann! Mi amor, mi niña preciosa. Ven con papá mi amor – juro que deseaba que mi padre me abrazara pero no pude, esto es más fuerte que yo, que mi voluntad y mis fuerzas.

—¡Noooo! ¡Noooo! ¡No quierooo! ¡Déjame nooo! – lo golpee y patalee, las náuseas me atacaron  al punto de tener que devolver lo poco que ingerí.

—¡Anny mi amor! - ¡Mi madre! ¡Oh Dios es mi madre!

—¡Mamáaaaa! ¡Mamiii! ¡Ayuda por favor! – me abrazó, al instante me sentí  protegida y a salvo en esos brazos que fueron hechos solo para hacerme sentir amada.

Mi padre lloraba en un rincón abrazado a mi hermana y yo me sentía un monstruo horrible y deplorable.

—¡Fue mi culpa! Yo soy culpable de lo que sucedió, mi hija sufrió  la consecuencia de mis actos. Yo no merezco vivir – mi padre se culpaba y yo en lo único que pensaba era en que mis demonios se fueran y que mi cuerpo se estabilizara ya que mi corazón  amenazaba con salirse de mi pecho.

Y así  fueron mis días; por tres años consecutivos las pesadillas no se detuvieron al contrario se incrementaron, cada vez que cerraba los ojos allí estaban las escenas donde esos hombres me  lastimaban y en las noches era peor aún. Despertaba gritando y llorando igual que el primer día. Mi madre me consolaba y prestaba toda la colaboración a los médicos  mientras me atendían, hasta que se tomó la decisión de internarme en un sanatorio para que los psiquiatras pudieran vigilarme de cerca ya que  mi actitud era agresiva ante los hombres y me escondía en mi habitación día y noche para evitar el contacto.

Entre medicamentos, regresiones y curas de sueño lograron estabilizar  la  parte de  mi cerebro que se encarga de traer a mi subconsciente todo cuanto padecí. Estuve recluida tres años completos, donde mi madre nunca dejo de acompañarme cuando lo necesitaba, al principio las visitas eran restringidas y al cabo de año y medio se volvieron más frecuentes hasta que  ya estuve  más tranquila. Me permitían salidas de pocas horas, supervisadas por supuesto y visitas para socializar.

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