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Entonces, los susurros de la noche comenzaron a hacerse presentes en el interior de la habitación roja mientras que Edward y yo nos sumíamos en una responsabilidad de un éxtasis compartido. La pasión entre nosotros era muy intensa que casi podía compararse con una de las antorchas que iluminaban el interior de esta. Su llama se intensificaba a medida que nuestros cuerpos se unían en una oleada de calor impresionante y difícil de apagar. 

La cama, era a la única testigo de todas nuestras hazañas en aquel lugar del castillo. Por suerte, yo había escogido el lugar perfecto donde se refugiarían mis historias placenteras, con cada uno de mis amantes. Puesto que Edward, no era el único que se daba el placer de llegar al éxtasis con mi cuerpo y con mi sed de sexo. No, había más hombres, yo era una mujer sin compromiso que no buscaba el amor, ni tampoco buscaba casarme.

Yo era una reina que nada más vivía para la ambición y para mi reino. Ese había sido mi juramento para el día de mi coronación. Y hasta ahora, lo he cumplido al pie de la palabra. La lujuria se desataba en la habitación. Con cada toque que yo le daba al cuerpo de Edward podía sentir como mi cuerpo se estremecía por completo. 

Entre besos y caricias, terminamos con nuestros cuerpos danzando al compás de una melodía que no tenía música, pero que el momento era tan especial que no había necesidad de tener la música para disfrutarlo como si hubiera una. La única música que nos acompañaba en ese momento era nada más que nuestros gemidos, que se escapaban de nuestros labios con cada sentir del placer que nuestras manos, o lo demás, pudiera causar entre nosotros. 

El tiempo parecía hacerse nuestro más grande aliado porque para nosotros, este no existía. El tiempo se había congelado, no sabíamos qué hora era, ni cuánto tiempo había pasado desde que llegamos al lugar, simplemente, mi amante y yo nos habíamos dejado llevar por la pasión desenfrenada del momento.

Edward tenía manos delicadas, pero también eran muy fuertes. Siempre se lo había recalcado, y él respondía sentirse orgulloso de ese don vampírico. Sus manos jugaban con cada curva de mi cuerpo. Mi cuerpo reaccionaba a como era de esperarse, siempre fascinada por ese instante de placer. 

Nuestros cuerpos se fusionaban en un vaivén de pasión desenfrenada que parecía que no quería llegar a un final. Nos sentíamos como si bien fuéramos un par de almas gemelas que se buscaban y se encontraban el uno con el otro en un abrazo de inmensa lujuria. 

Los suspiros se entrelazaban como murmullos de la noche, creando una sinfonía que solamente nosotros éramos capaces de escuchar. En medio de aquel torbellino de placeres, mis sentidos vampíricos se agudizaron para permitirme escuchar la aceleración de los fuertes latidos del corazón de Edward. El aroma embriagador de su piel me tenía hipnotizada, tanto así que si él no hubiera sido un vampiro como yo, posiblemente, muy posiblemente, si hubiera sido él un humano, yo ya hubiera mordido su cuello y hubiera succionado de él cada gota de su sangre hasta dejarlo caer al suelo como una piedra. 

Pronto se acercó el momento del éxtasis, las embestidas de Edward eran demasiado fuertes, muy potentes, no sé si fueron así por su increíble fuerza de vampiro, o sí, fueron así por su ansiedad de placer. Edward dejó escapar un susurro desde sus labios, mientras que sus ojos se mantienen cerrados debido a que sus embestidas todavía continuaban pronunciándose en mi interior. 

— Eres mi reina, siempre será mi amante eterna — dijo él, sus palabras sonaban como si estuvieran impregnadas de devoción y deseo. 

Yo no lo he mirado a los ojos porque estaba sumergida y concentrada en la satisfacción del momento, pero al haberlo escuchado, fue como música para mis oídos, todo porque Edward sabía que me encantaba que me dijeran este tipo de cosas cuando estábamos en la cama. 

Y así, terminamos en un clímax que nos envolvió con su todo su poder. Los susurros se convirtieron en gemidos liberadores, y nuestros cuerpos parecen haber descansado profundamente luego de este éxtasis. La noche fría se fundía con el calor de nuestro encuentro sexual, y Edward terminó por acostarse a mi lado, rendido porque su cuerpo no daba para más acción.    

Aunque nuestra naturaleza vampírica nos permitía a ambos descansar tan solamente un par de minutos hasta antes de querer continuar teniendo sexo como conejos por el resto de la noche si así lo queríamos. Debo de confesar que esta era una de las cosas que más me fascinaban de ser un vampiro. 

Había un brillo resplandeciente que dominaba nuestros ojos vampíricos, nuestra respiración se escucha agitada, y así como yo lo estoy haciendo en este instante, sé que Edward también está escuchando los latidos de mi corazón pronunciarse fuertemente. 

— Mi reina, mi querida, Helen. Tengo que confesarte que eres y siempre serás la dueña de mi existencia — susurró Edward a mi oído con tal determinación que casi pude pensar iba a ser una confesión. 

Después de aquellas palabras, Edward permaneció acostado a mi lado, ambos estábamos en posición de boca arriba, sus ojos que eran dorados, reflejaban una mezcla de satisfacción pura, demostrándome con ello que él había disfrutado cada momento nuestro en la cama. Luego, me miró con intensidad, girando su cuerpo para quedar acostado boca abajo, y con una de sus manos, él comienza a acariciar mi brazo más cercano desde su posición.

— Siempre seré tuyo, mi reina — reiteró él, hablando con voz grave y profunda, como si le costara pronunciar una sola palabra de ellas, y sus ojos no dejaban de mirarme a los míos fijamente. 

Sonreí con picardía, pero no con amor, y peor aún, no con admiración, porque yo sabía que él si estaba enamorado de mí, que él por mi amor y mi cuerpo iba a ser capaz de hacer hasta lo que fuera por complacerme. Yo estaba segura de que él conocía esos pensamientos que yo tenía acerca del romance, sin embargo, que no quería hacer ni decir ni mucho menos quejarse, por esto era una cosa completamente diferente. 

Él para mí, no era nada más que un simple sumiso del que yo quería seguir usando como títere por toda la eternidad, claro, si me era posible. Sin embargo, gracias a que él supo satisfacerme en la cama esta noche, él se ha ganado un regalo de mi parte, entonces, acaricié su rostro con suavidad, sintiendo la frescura y frialdad de su piel. 

— Edward, cariño. Siempre serás mi fiel amante, cada encuentro sexual que tenemos juntos, es único e importante para mí. Gracias por saber cómo complacerme — respondí, dejando que en mi voz se escuchaba un leve toque de misterio como siempre me gustaba hacer, sin importar cuál fuera la situación vivida para hacerlo. 

De repente, las llamas de fuego de las antorchas se han apagado, una a una, a causa de una fuerte ventisca que se apareció de la nada, como si hubiera sido por arte de magia, porque dentro de la habitación roja, no existía ningún tipo de ventana que pudiera dar acceso a entrada de aire desde el exterior. 

Me incorporé rápidamente en la cama, estaba alerta ante cualquier tipo de señal que pudiera estar perturbando la serenidad de nuestro refugio de pasión. Edward me ha imitado también, mirándome mientras que él espera a que yo diga algo sobre la situación. 

— ¿Escuchaste esto? — pregunté, mientras que mis oídos vampíricos se agudizaban para captar cada sonido que estuviera tanto por dentro como por fuera de mi castillo. Ahora, he sentido como si la noche hubiera cambiado tan repentinamente, el ambiente se ha tensionado, y una sensación de peligro nos abrazaba en ese momento. 

— Algo está ocurriendo en el castillo, mi reina. Debemos salir de aquí a averiguar de qué se trata — dijo Edward con determinación, su mirada y sus sentidos también están alertas a lo que ocurría.

Entonces, nos hemos levantado de la cama, dispuestos a enfrentar cualquier desafío de la noche, a enfrentar cualquier peligro que estuviera apoderándose de la tranquilidad y de la armonía que llevaba nuestra celebración de la noche.

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