Riccardo tenía un nudo en la garganta, una angustia en su pecho que mantenía su espíritu intranquilo. Encabezaba la mesa donde cenaba con aquellas personas que habían llegado a su vida de repente. Era bonito volver a ver caras felices en el comedor después de veinte años, era un regocijo para su corazón descubrir que después de tantos años de dolor, la vida podía ser piadosa y darle la dicha de una segunda oportunidad, pero eso también le causaba temor. Cuando estás solo puedes enfrentar lo que sea sin miedo a perder, pero cuando quieres a alguien entonces tus enemigos te tienen en sus manos, pues en esa persona habita tu debilidad.Al lado derecho del Capo, estaba sentada Demie con un precioso vestido rojo que conjuntaba con la camisa de su hijo Alessandro. En el izquierdo, Riccardo tenía a la mujer que poseía la belleza de un ángel, Sabrina. Estando entre ellas intentaba disimular el miedo que estaba sintiendo de volver a perder, de ver aquel salón manchado de sangre otra vez, pero
El corazón de Demie se le subió por la garganta, era la primera vez que Enzo estaba tan cerca de su hijo sin imaginarlo, desesperada fue directo a aquella entrada para terminar de romper cualquier vínculo con aquel hombre, y echarlo de su vida antes de que llegase a descubrir su tan preciado tesoro.Enzo miraba la nieve caer embelesado. Nunca había visto nada más bonito. Era increíble ver toda la isla adornada después de tanto años. Desde que perdieron a sus familias.Todos los años, Enzo subía a la misma lancha con la que se marchó de su hogar abandonando a su esposa e iba hasta la isla en cada Navidad, dónde de lejos recordaba tiempos más felices. Aquella noche, al ver que algo había cambiado y que aquel lugar que lo vio crecer ya no era una especie de cementerio en medio del Mediterráneo, decidió acercarse y bueno, tal vez poder pasar un rato con las únicas personas que le restaban.-¿Qué estás haciendo aquí? -inquirió Demie abriendo la puerta con violencia para recibir al visitant
La Navidad fue el principio de algo especial para dos corazones rotos que necesitaban con desesperación una salida, un lugar, alguien donde alcanzar el privilegio de vivir en paz. Riccardo y Sabrina descubrieron que uniendo los fragmentos de lo que restó de sus corazones, podían no solamente vivir tranquilos lejos de sus demonios del pasado, sino que también podían vivir la magia del amor.-¡Esto es demasiado hermoso! -exclamó Sabrina abrazando a Riccardo, mientras que descalzos y desde la playa, asistían el espectáculo de fuegos artificiales que el italiano había preparado para recibir el nuevo año.-Es hermoso porque estás tú aquí conmigo. -respondió Riccardo antes de darle un beso en la frente y Sabrina se derritió en su calor.Ella lo miró pensando en cómo el destino le había sorprendido con la llegada de aquel hombre a su vida. Había empezado el año viviendo una pesadilla, para terminarlo en medio de un cuento de hadas.El matrimonio de Sabrina fue un verdadero infierno al lado d
Riccardo dio órdenes para que preparasen su yate, dejando muy claro que solamente él y Sabrina subirían a bordo. Esta vez se marcharía sin tripulación, pues no hacía falta. Lo más importante que tenía para ofrecerle a aquella mujer que lo doblegó nada más cuando sus ojos se cruzaron, estaba justamente allí…en aquella isla. Junto con su futura reina y con su adorada princesita protegida en el vientre de su madre, Riccardo bordeó la isla hasta llegar al otro lado, a la entrada de una gran cueva que se ocultaba entre la flora del lugar. Sabrina abrazó a Riccardo que estaba pegado al timón con una bonita sonrisa de satisfacción en su rostro, pues sin mirarla podía percibir lo sorprendida que estaba. Dentro de la cueva había un gigante tragaluz por donde entraba no solamente la luz de la luna, sino que también el brillo de los fuegos artificiales. Pero lo más impresionante de aquella playa escondida no era solo su belleza natural, también lo que escondía. Cuando llegaron al pequeño emb
La sensación de tener alguien tan cerca de su cuerpo, desnudándola, siempre fue como una especie de tortura para el alma de Sabrina. Ella padecía por tener que intimar con su marido, pero aquellos ojos grises recorriendo su piel con la mirada, deseando probarla y poseerla, la invitaban a dejarse llevar y a descubrir el paraíso…o tal vez, el infierno en la tierra, pues en cada caricia de Riccardo Lucchese, el Señor del Mediterráneo, no había nada de santidad, pureza o cualquier relación con el Dios Todopoderoso. Por primera vez Sabrina tenía las bragas empapadas como si fuese una virgen a punto de descubrir lo que es tener a un hombre entre sus piernas. Era el infierno, había un rastro pecaminoso en su mirada que la tenía rendida, incluso sus miedos se esfumaban poco a poco hasta dejar espacio únicamente para el placer que aquel hombre ansiaba darle. -Ahora toda mi atención es para tu mamá princesa, duerme tranquila y sueña bonito mientras que yo me encargaré de que tu mamita sepa lo
Riccardo le hizo el amor de distintas maneras, hasta la saciedad y le resultó poco.El italiano le enseñó a su reina en cada centímetro de aquella cama lo que es el placer y como explorar su cuerpo sin miedo a sentir o a entregarse por completo a un hombre. Sabrina fue suya, totalmente suya y una noche no sería suficiente para calmar el deseo que Riccardo despertó en ella, en esa flor que él con tanto cuidado y delicadeza, mezclados con lujuria y deseo, había explorado sin límites y hecho florecer. Se amaron sin reservas, mancharon las sábanas dejando un rastro de toda la pasión que experimentaron juntos. Riccardo despertó horas después y lo primero que hizo fue buscar a Sabrina en la cama, pero no la encontró. Un hombre como él estaba acostumbrado a abandonar a las mujeres a la mañana siguiente. No soportaba despertar al lado de sus amantes, pero esta era la primera vez que una mujer lo dejaba solo. Riccardo abrazó la sábana que cubrió el cuerpo de la era por fin su mujer, su rei
Alessandro despertó de sopetón cuando sintió los brazos de su madre que lo levantó de la cama.-¿Mamá? -murmuró frotándose los ojos para ver mejor, y luego buscó a Nayla, que ya no estaba en la cama donde dormía juntos. -¿Mamá qué está pasando?...¿Mamá?-Cariño, necesito que ahora seas más listo que nunca, ¿ok? -pidió Demie y Alessandro la miró con incomprensión, hasta que su madre lo metió dentro de un armario donde Demie había escondido a Nayla.-¿Mamá por qué nos metes en el armario? -cuestionó Alessandro asustado viendo que Nayla comenzaba a llorar atemorizada.Demie bajó la cabeza respirando con dificultad. La isla estaba siendo atacada y no tenía tiempo para explicarle a su hijo lo que sucedía, mucho menos llevarlos a un lugar más seguro. Entonces sacó uno de sus cuchillos tácticos, armas que para ella eran como una parte de su cuerpo. No podían vivir sin ellas.-Alessandro, escúchame muy bien. -demandó Demie sabiendo que en ese momento no podía ser débil. Como madre su debilida
Demie vio a Enzo observar a su hijo con los ojos cristalizados, delineando el rostro de Alessandro después de haberle tomado el pulso.Ella cayó arrodillada delante de ellos, sin atreverse a tocar a su hijo con las manos manchadas con la sangre de aquel animal.-¿Está bien…dime que está bien?-preguntó con la voz temblorosa y la respiración acelerada, pero Enzo a penas levantó la cabeza para mirarla y ella lo vio llorar.Aunque todavía se escuchaba el tiroteo que ocurría en la isla, los Betas acabando con la vida de los últimos enemigos que restaban con vida, y los gritos de Nayla fuera de la habitación llamando por Alessandro…aún en medio de aquel caos, Demie pudo escuchar la desgarradora pregunta de Enzo, que habló con un hilo de voz casi inaudible.-¿Tanto me odias…tanto es tu rencor que fuiste capaz de hacerme esto…de hacernos esto?Demie trago saliva mirando a Alessandro inconsciente en los brazos de su padre. Hizo un intento de acercarse, pero Enzo se alejó de ella con el niño.-