Riccardo dio órdenes para que preparasen su yate, dejando muy claro que solamente él y Sabrina subirían a bordo. Esta vez se marcharía sin tripulación, pues no hacía falta. Lo más importante que tenía para ofrecerle a aquella mujer que lo doblegó nada más cuando sus ojos se cruzaron, estaba justamente allí…en aquella isla. Junto con su futura reina y con su adorada princesita protegida en el vientre de su madre, Riccardo bordeó la isla hasta llegar al otro lado, a la entrada de una gran cueva que se ocultaba entre la flora del lugar. Sabrina abrazó a Riccardo que estaba pegado al timón con una bonita sonrisa de satisfacción en su rostro, pues sin mirarla podía percibir lo sorprendida que estaba. Dentro de la cueva había un gigante tragaluz por donde entraba no solamente la luz de la luna, sino que también el brillo de los fuegos artificiales. Pero lo más impresionante de aquella playa escondida no era solo su belleza natural, también lo que escondía. Cuando llegaron al pequeño emb
La sensación de tener alguien tan cerca de su cuerpo, desnudándola, siempre fue como una especie de tortura para el alma de Sabrina. Ella padecía por tener que intimar con su marido, pero aquellos ojos grises recorriendo su piel con la mirada, deseando probarla y poseerla, la invitaban a dejarse llevar y a descubrir el paraíso…o tal vez, el infierno en la tierra, pues en cada caricia de Riccardo Lucchese, el Señor del Mediterráneo, no había nada de santidad, pureza o cualquier relación con el Dios Todopoderoso. Por primera vez Sabrina tenía las bragas empapadas como si fuese una virgen a punto de descubrir lo que es tener a un hombre entre sus piernas. Era el infierno, había un rastro pecaminoso en su mirada que la tenía rendida, incluso sus miedos se esfumaban poco a poco hasta dejar espacio únicamente para el placer que aquel hombre ansiaba darle. -Ahora toda mi atención es para tu mamá princesa, duerme tranquila y sueña bonito mientras que yo me encargaré de que tu mamita sepa lo
Riccardo le hizo el amor de distintas maneras, hasta la saciedad y le resultó poco.El italiano le enseñó a su reina en cada centímetro de aquella cama lo que es el placer y como explorar su cuerpo sin miedo a sentir o a entregarse por completo a un hombre. Sabrina fue suya, totalmente suya y una noche no sería suficiente para calmar el deseo que Riccardo despertó en ella, en esa flor que él con tanto cuidado y delicadeza, mezclados con lujuria y deseo, había explorado sin límites y hecho florecer. Se amaron sin reservas, mancharon las sábanas dejando un rastro de toda la pasión que experimentaron juntos. Riccardo despertó horas después y lo primero que hizo fue buscar a Sabrina en la cama, pero no la encontró. Un hombre como él estaba acostumbrado a abandonar a las mujeres a la mañana siguiente. No soportaba despertar al lado de sus amantes, pero esta era la primera vez que una mujer lo dejaba solo. Riccardo abrazó la sábana que cubrió el cuerpo de la era por fin su mujer, su rei
Alessandro despertó de sopetón cuando sintió los brazos de su madre que lo levantó de la cama.-¿Mamá? -murmuró frotándose los ojos para ver mejor, y luego buscó a Nayla, que ya no estaba en la cama donde dormía juntos. -¿Mamá qué está pasando?...¿Mamá?-Cariño, necesito que ahora seas más listo que nunca, ¿ok? -pidió Demie y Alessandro la miró con incomprensión, hasta que su madre lo metió dentro de un armario donde Demie había escondido a Nayla.-¿Mamá por qué nos metes en el armario? -cuestionó Alessandro asustado viendo que Nayla comenzaba a llorar atemorizada.Demie bajó la cabeza respirando con dificultad. La isla estaba siendo atacada y no tenía tiempo para explicarle a su hijo lo que sucedía, mucho menos llevarlos a un lugar más seguro. Entonces sacó uno de sus cuchillos tácticos, armas que para ella eran como una parte de su cuerpo. No podían vivir sin ellas.-Alessandro, escúchame muy bien. -demandó Demie sabiendo que en ese momento no podía ser débil. Como madre su debilida
Demie vio a Enzo observar a su hijo con los ojos cristalizados, delineando el rostro de Alessandro después de haberle tomado el pulso.Ella cayó arrodillada delante de ellos, sin atreverse a tocar a su hijo con las manos manchadas con la sangre de aquel animal.-¿Está bien…dime que está bien?-preguntó con la voz temblorosa y la respiración acelerada, pero Enzo a penas levantó la cabeza para mirarla y ella lo vio llorar.Aunque todavía se escuchaba el tiroteo que ocurría en la isla, los Betas acabando con la vida de los últimos enemigos que restaban con vida, y los gritos de Nayla fuera de la habitación llamando por Alessandro…aún en medio de aquel caos, Demie pudo escuchar la desgarradora pregunta de Enzo, que habló con un hilo de voz casi inaudible.-¿Tanto me odias…tanto es tu rencor que fuiste capaz de hacerme esto…de hacernos esto?Demie trago saliva mirando a Alessandro inconsciente en los brazos de su padre. Hizo un intento de acercarse, pero Enzo se alejó de ella con el niño.-
Había un bloqueo en su mente, algo que impedía a Riccardo abrir los ojos aquella mañana. Había pasado un día después del ataque ocurrido en su isla, por parte de Danielle Gambino. Pero el recuerdo de una heroína, de una reina que protegió su reino y a su rey, lo impulsó a enfrentar el amanecer.Allí estaba ella, más hermosa y fuerte. Más suya que en aquellas horas en las que se dedicó en cuerpo y alma a hacerla su mujer. Perdido en su belleza, hipnotizado por la pureza y la profundidad de esa mirada azul, Riccardo separó los labios para llamar por ella…por Sabrina.-La mia regina…Las manos pequeñas de Sabrina envolvieron la suya, y al tenerla más cerca Riccardo percibió que debía haber pasado toda la noche llorando.-No te sientas culpable por lo que pasó, no tenías más opción. -murmuró Riccardo acariciando el rostro de Sabrina. Ella con toda aquella delicadeza que él tanto adoraba, besó la mano de su mafioso, de su hombre, y lo miró a los ojos.-No existe culpa, moral o remordimient
Enzo sabía que Riccardo no dudaría en hacer cualquier cosa para proteger a Demie. Con ayudarla a engañarlo sobre su embarazo, lo tenía más que comprobado.-Antes de que sigas aquí montando un escándalo que solo servirá para asustar a mi ahijado. Te pido por favor que me acompañes al despacho. Necesitamos hablar. -pidió Riccardo con cansancio y buscando ser lo más amable posible. Aquella situación era muy delicada y solo él podía intervenir.-¿Podré ver a mi hijo después? -preguntó Enzo.-Será tu decisión una vez que me escuches. -contestó Riccardo señalando el camino, aunque Enzo se lo sabía de memoria.Sabrina tomó a Riccardo de la mano, mirándolo con preocupación.-Por favor, no vayas a estresarte. Te necesitamos bien y recuperado. -rogó Sabrina, y Riccardo pasó la mano por su pancita con cariño.En el despacho Riccardo soltó su pistola encima del escritorio e invitó a Enzo a hacer lo mismo, que lo hizo sin protestar.Riccardo no pensaba darle vueltas sobre aquel asunto, así que fue
Riccardo se vio desesperado en aquella orilla mirando la tempestad que cubría su isla con un manto negro.Su mirada estaba borrosa por la fuerte lluvia que no dejaba de caer y su corazón cada vez más estrujado. Para aumentar su aflicción escuchó aquel grito de dolor que tanta impotencia le causaba.Aquella noche, Riccardo descubrió que podía proteger a Sabrina de cualquier amenaza, pero no de las leyes de la naturaleza, contra eso no tenía oportunidad, ni él ni nadie.El italiano se giró bruscamente para ver aquella luz encendida en la última planta de la mansión. Las puertas de la terraza abiertas de par en par, allí en aquella habitación se encontraba Sabrina en la cama, gritando cuando otra ola de intenso dolor atravesó todo su cuerpo como una corriente eléctrica.La tormenta también la tenía al borde de la desesperación pero tenía que ser fuerte, fuerte para traer al mundo a aquella criatura que decidió nacer en una tormentosa madrugada.Riccardo volvió a mirar a su hombres que int