Amenazas.

Eiza.

El aire de la mañana estaba fresco, pero sentía un peso en mi pecho que no me dejaba disfrutar del día. Mamá estaba en recuperación, y aunque todo parecía estar bajo control, no podía quitarme la inquietud de encima. Los días desde que Kadir desapareció habían sido una tortura. Las autoridades seguían buscándolo, pero era como si la tierra se lo hubiera tragado. Sus padres, claro, se lavaron las manos, como siempre lo han hecho. Según ellos, no tenían idea de lo que andaba haciendo su hijo, y lo peor es que me echaron la culpa a mí. Según ellos, todo era por no haberle cedido el derecho a ver a nuestro hijo.

Desde cuándo, me preguntaba. ¿Desde cuándo le interesaba su hijo? Nunca se preocupó antes, ni él ni sus padres. Pero ahora, de repente, pretendían ser una familia unida. Intenté no pensar demasiado en eso, aunque la rabia me carcomía por dentro. Sabía que debía mantener la calma, sobre todo por los niños. Había hablado con Savanna y le pedí un tiempo, un descanso del modelaj
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