—¿Y cómo estuvo el viaje?—Agotador y extremamente aburrido—confesó Helena con un suspiro.Eloísa sonrió compadeciendo a su hermana, pero a la vez sin poder dejar de pensar en lo que le ocultaba.—¿Y tú? ¿En qué ocupaste el tiempo en esta semana?—Yo…—una reacción exagerada se mostró en el rostro de la menor, quien tenía mucho que ocultar y se sintió por un ligero instante descubierta.—Sí, tú, ¿quién más?Helena arqueo una ceja sin comprender su extraño comportamiento.—Bueno, no hice nada interesante. Ya sabes ni siquiera puedo salir de esta casa—sin proponérselo, su voz surgió en tono de queja.—Lo siento, Isa—se disculpó Helena sintiéndose culpable de esto último, si no fuese por ella y su espantosa vida de casada, su hermanita no se vería involucrada en todo esto.—Tranquila, no es tu culpa—por primera vez no había reproche en la voz de la menor—. Eres simplemente una víctima más de ese malvado hombre.—Y hablando de él, ¿no ha vuelto a molestarte?El rostro de Eloísa perdió el c
Era de noche cuando Eloísa supo que no se encontraba sola. Esa era la primera noche desde que su hermana regreso, la primera noche en la que esperaba dormir en completa paz luego de una semana cargada de incertidumbre. Sin embargo, algo en el ambiente cambio, algo en el ambiente no se sentía del todo bien… La joven no lo había visto, pero su presencia llenaba la habitación con una amplia y pesada atmosfera. Su aroma amaderado se expandía en cada rincón, dándole la certeza de que él estaba ahí, oculto en algún lugar de la penumbra. «¿Era acaso otra pesadilla?», se preguntó con los ojos cerrados. No tenía necesidad de abrirlos, su cuerpo lo presentía. Como toda respuesta a su pregunta, el colchón se hundió bajo un nuevo peso. En ese momento, sus ojos se abrieron únicamente para confirmar lo que ya sabía. Henrick estaba ahí, a su lado, mirándola con la misma intensidad que lo había hecho en cada noche desde la partida de Helena. —¿Qué está haciendo? Eloísa no podía creer que fuese ta
Helena la llevaba de la mano, mientras visitaban algunas tiendas. Sus manos estaban repletas de bolsas llenas de compras, pero ella no parecía querer detenerse pronto.—Es la única manera que tengo de vengarme—le confesó la razón de aquel derroche de dinero.La menor no dijo nada, pero supuso que su esposo se molestaría al ver que había gastado aquella exagerada suma. «Se lo merecía», concordó en su mente, pero sin duda Henrick no era el único que merecía un castigo.«¿Cómo pudo ser tan débil para caer en su trampa?», se preguntó Eloísa cuando entraron a otra tienda.—¿Te gusta?—preguntó Helena, escogiendo el vestido más caro de la exhibición.Se trataba de un bonito ejemplar de Chanel, que seguramente costaría toda una fortuna. —Está bonito—la voz de Eloísa surgió en un tono monótono.—Oye, ¿qué pasa contigo?—la reprendió su hermana al ver que se comportaba como un robot. Al parecer, no quería estar ahí—. Si quieres que regresemos a la casa, solamente debes decirlo. —Lo siento, Hel
Dos. Dos. Dos. Eloísa salió del consultorio sintiéndose mareada, su hermana la esperaba en el exterior del mismo, sin sospechar nada de lo que había ocurrido dentro de esas cuatro paredes. —¿Qué pasa, Isa? Estás muy pálida—se preocupó Helena al detallar en el aspecto de su cara, pero sin duda su palidez era el último de sus problemas. El verdadero problema de Eloísa, radicaba en su interior, dónde dos bebés se formaban. Y no, no eran las criaturas en sí el inconveniente, sino el padre de las mismas. «¿Cómo pudo pasar esto?», se preguntó la joven, negando ante la pregunta de su hermana y continuando su camino como si nada. En ese momento, se sentía como una especie de zombi, moviéndose por pura inercia, pero sin deseos reales de hacerlo. —¿La doctora dijo algo que te disgusto?—continuó Helena con su interrogatorio, necesitaba saber qué había sucedido para que su hermanita se viera como una persona a la que acababan de dar un diagnóstico de muerte. —No es nada, Helena—la corto El
La puerta se cerró con un ligero sonido. Hombre y mujer se miraron fijamente al encontrarse completamente solos en esas cuatro paredes. Las manos de Eloísa se empuñaron como clara muestra de su irritación y odio creciente. —Usted…—miró al hombre con una repulsión latente. Deseaba tanto gritar y decirle una serie de insultos, pero sabía que debía mantener la compostura, su hermana estaba afuera y podía darse cuenta de todo. —¿De qué querías hablar, Eloísa?—preguntó Henrick mostrándose indiferente. —¿De qué?—boqueo la mujer, sin poder creerse su descarado—. ¿Le parece que no hay tema de conversación suficiente?—Me temo que no—la voz del hombre era extremadamente fría—, todo quedó bastante claro en nuestro contrato. Al escuchar aquella palabra, el corazón de Eloísa se sintió débil. "Contrato" todo se resumía a simplemente eso, un negocio donde debía de entregar a sus hijos como parte de un convenio.—No, me niego—afirmó con sus ojos llorosos, muestra de que el llanto estaba próximo
Helena no podía dejar de pensar en las últimas palabras pronunciadas por Henrick. "Tu hermana sabe perfectamente que ya nada puede cambiarse, porque mejor no vas y se lo preguntas personalmente"«¿Qué sabía él que ella estaba ignorando?», se preguntó, sintiéndose completamente intrigada. Tenía el presentimiento de que aquellas palabras ocultaban más de lo que estaba imaginando. ¿La seguridad de Henrick se debía únicamente al contrato? ¿O realmente existía una razón lo suficientemente fuerte por la cual Eloísa no podía negarse? Sea cual sea esa razón, la única capaz de despejar sus dudas era su hermana. Por ello, en lo que puso un pie de regreso a la mansión, intentó buscarla y cuestionarla respecto a este asunto. Helena usó su llave de repuesto y abrió la habitación de Eloísa, encontrándose con la joven profundamente dormida. Ante aquella imagen no le quedó más alternativa que postergar la conversación para el día siguiente, ya que sabía que su hermana necesitaba aquel descanso.
—Isa. Helena había entrado en la habitación de su hermana, encontrándose con la imagen de la joven mucho más animada. Eloísa se hallaba frente al espejo, cepillando su largo cabello con una mirada risueña. La mayor rápidamente recordó lo que había visto más temprano en ese día y se animó a investigar, si esa era la razón de su alegría. —¿Te sientes mejor?—preguntó con cautela.—Sí, lo estoy—admitió Eloísa con voz arrepentida. Recordaba haber tratado muy mal a su hermana en los últimos días. —Eso me alegra. Helena tomó asiento en la cama, sopesando la manera correcta de tratar aquel tema. ¿Cómo preguntarle si su buen humor se debía a causa de aquel jardinero?—¿Y tú? La voz de Eloísa interrumpió sus cavilaciones anteriores. —Ahora que te veo, mucho mejor. —Lo lamento, Helena. No fue mi intención descargar contigo mi frustración.La joven había dejado de lado el cepillo y se giró para mirar a su hermana con la sinceridad bañando sus orbes. —Lo sé, no te preocupes, por eso—su her
Eloísa estaba dormida para el momento en que Henrick entró a la habitación. El hombre miró la silueta de la mujer sobre la cama y cerró la puerta con seguro. No sabía exactamente qué hacía ahí, pero sentía un fuerte impulso que no podía contener. La rabia carcomía su sistema a una velocidad sorprendente, mientras se imaginaba a la insulsa chica en compañía de otro hombre. ¿Acaso creía que podía faltarle al respeto de esa forma? ¡De ninguna manera! No lo permitiría. Mientras Eloísa viviera en su casa y estuviese bajo la vigencia del contrato, él tenía absoluto control sobre ella. Le pertenecía de alguna manera, pero aparentemente, la chica no lo había entendido aún. El cuerpo de Eloísa se estremeció ante el sonido de un jarrón romperse. Sus ojos somnolientos se fueron abriendo lentamente, para encontrarse con una alta figura en la penumbra de su habitación. «¿Henrick?», se preguntó tratando de aclarar su confundida visión. —¿Quién era?—la voz del hombre confirmó sus sospechas, s