Dos. Dos. Dos. Eloísa salió del consultorio sintiéndose mareada, su hermana la esperaba en el exterior del mismo, sin sospechar nada de lo que había ocurrido dentro de esas cuatro paredes. —¿Qué pasa, Isa? Estás muy pálida—se preocupó Helena al detallar en el aspecto de su cara, pero sin duda su palidez era el último de sus problemas. El verdadero problema de Eloísa, radicaba en su interior, dónde dos bebés se formaban. Y no, no eran las criaturas en sí el inconveniente, sino el padre de las mismas. «¿Cómo pudo pasar esto?», se preguntó la joven, negando ante la pregunta de su hermana y continuando su camino como si nada. En ese momento, se sentía como una especie de zombi, moviéndose por pura inercia, pero sin deseos reales de hacerlo. —¿La doctora dijo algo que te disgusto?—continuó Helena con su interrogatorio, necesitaba saber qué había sucedido para que su hermanita se viera como una persona a la que acababan de dar un diagnóstico de muerte. —No es nada, Helena—la corto El
La puerta se cerró con un ligero sonido. Hombre y mujer se miraron fijamente al encontrarse completamente solos en esas cuatro paredes. Las manos de Eloísa se empuñaron como clara muestra de su irritación y odio creciente. —Usted…—miró al hombre con una repulsión latente. Deseaba tanto gritar y decirle una serie de insultos, pero sabía que debía mantener la compostura, su hermana estaba afuera y podía darse cuenta de todo. —¿De qué querías hablar, Eloísa?—preguntó Henrick mostrándose indiferente. —¿De qué?—boqueo la mujer, sin poder creerse su descarado—. ¿Le parece que no hay tema de conversación suficiente?—Me temo que no—la voz del hombre era extremadamente fría—, todo quedó bastante claro en nuestro contrato. Al escuchar aquella palabra, el corazón de Eloísa se sintió débil. "Contrato" todo se resumía a simplemente eso, un negocio donde debía de entregar a sus hijos como parte de un convenio.—No, me niego—afirmó con sus ojos llorosos, muestra de que el llanto estaba próximo
Helena no podía dejar de pensar en las últimas palabras pronunciadas por Henrick. "Tu hermana sabe perfectamente que ya nada puede cambiarse, porque mejor no vas y se lo preguntas personalmente"«¿Qué sabía él que ella estaba ignorando?», se preguntó, sintiéndose completamente intrigada. Tenía el presentimiento de que aquellas palabras ocultaban más de lo que estaba imaginando. ¿La seguridad de Henrick se debía únicamente al contrato? ¿O realmente existía una razón lo suficientemente fuerte por la cual Eloísa no podía negarse? Sea cual sea esa razón, la única capaz de despejar sus dudas era su hermana. Por ello, en lo que puso un pie de regreso a la mansión, intentó buscarla y cuestionarla respecto a este asunto. Helena usó su llave de repuesto y abrió la habitación de Eloísa, encontrándose con la joven profundamente dormida. Ante aquella imagen no le quedó más alternativa que postergar la conversación para el día siguiente, ya que sabía que su hermana necesitaba aquel descanso.
—Isa. Helena había entrado en la habitación de su hermana, encontrándose con la imagen de la joven mucho más animada. Eloísa se hallaba frente al espejo, cepillando su largo cabello con una mirada risueña. La mayor rápidamente recordó lo que había visto más temprano en ese día y se animó a investigar, si esa era la razón de su alegría. —¿Te sientes mejor?—preguntó con cautela.—Sí, lo estoy—admitió Eloísa con voz arrepentida. Recordaba haber tratado muy mal a su hermana en los últimos días. —Eso me alegra. Helena tomó asiento en la cama, sopesando la manera correcta de tratar aquel tema. ¿Cómo preguntarle si su buen humor se debía a causa de aquel jardinero?—¿Y tú? La voz de Eloísa interrumpió sus cavilaciones anteriores. —Ahora que te veo, mucho mejor. —Lo lamento, Helena. No fue mi intención descargar contigo mi frustración.La joven había dejado de lado el cepillo y se giró para mirar a su hermana con la sinceridad bañando sus orbes. —Lo sé, no te preocupes, por eso—su her
Eloísa estaba dormida para el momento en que Henrick entró a la habitación. El hombre miró la silueta de la mujer sobre la cama y cerró la puerta con seguro. No sabía exactamente qué hacía ahí, pero sentía un fuerte impulso que no podía contener. La rabia carcomía su sistema a una velocidad sorprendente, mientras se imaginaba a la insulsa chica en compañía de otro hombre. ¿Acaso creía que podía faltarle al respeto de esa forma? ¡De ninguna manera! No lo permitiría. Mientras Eloísa viviera en su casa y estuviese bajo la vigencia del contrato, él tenía absoluto control sobre ella. Le pertenecía de alguna manera, pero aparentemente, la chica no lo había entendido aún. El cuerpo de Eloísa se estremeció ante el sonido de un jarrón romperse. Sus ojos somnolientos se fueron abriendo lentamente, para encontrarse con una alta figura en la penumbra de su habitación. «¿Henrick?», se preguntó tratando de aclarar su confundida visión. —¿Quién era?—la voz del hombre confirmó sus sospechas, s
—¡Nunca más vuelva a tocarme!—amenazó la mujer, dándole una fuerte cachetada en el rostro. Por reflejo, Henrick llevó su mano derecha al lugar en donde había sido golpeado, dándose cuenta de que ahora no únicamente su labio inferior sangraba, sino que, además, Eloísa acababa de abofetearlo. «¡Chiquilla insolente! ¿Cómo se atrevía a hacer semejante cosa?», se preguntó, mirándola con odio renovado. —¡Lárguese!—ordenó la chica sin acobardarse ante lo que acababa de hacer.No le atemorizaba la mirada que el hombre le estaba dedicando, lo quería fuera de su vista cuánto antes. —¿Cómo te atreves?—la voz de Henrick surgió baja, mortal, mientras daba un paso al frente. Ante el inminente peligro, Eloísa retrocedió un paso, pero sin dejar de observarlo de forma desafiante. —Usted se lo busco—contestó entonces—. ¡Escúcheme muy bien, señor Collen, no quiero que nunca más vuelva a ponerme sus sucias manos encima, ¿le quedó claro?!—advirtió fieramente. Henrick arrugó la nariz como un animal r
—Ven, siéntate con cuidado—indico Helena, cuando llegaron a la habitación de Eloísa. La mujer se apresuró en llamar a una de las empleadas del servicio y pidió que le sirvieran una bandeja de frutas recién cortadas. —¿Qué haces, Helena?—suspiro Eloísa, sintiéndose de pronto muy agobiada. Su hermana se estaba comportando de una forma bastante extraña. —Debes empezar a alimentarte bien—contestó ella a su pregunta—. Son dos bebés, Eloísa, necesitarás de muchos cuidados. Al poco tiempo llamaron a la puerta y Eloísa hizo el gesto de levantarse para atender, sin embargo, su hermana se apresuró a hacerlo por ella. —Yo abriré—anunció dirigiéndose a la salida.Helena regresó con una bandeja en sus manos y se sentó a un lado de la menor en la cama. —Ven, abre la boca—indicó con voz suave, mientras tomaba con el tenedor un pedazo de fruta. A Eloísa no le quedó más alternativa que obedecer y, de esa manera, fue alimentada por su hermana. —Me muero por saber que serán—empezó Helena a divag
Una sola maleta fue suficiente para empacar todas sus pertenencias, después de todo únicamente le interesaba llevarse consigo las cosas que había traído desde Suiza, el resto podía quedarse en esa mansión o en propiedad de Helena. Eloísa salió de la mansión Collen esa mañana, rumbo a un destino mucho más caótico. No tenía idea de cuál sería el lugar donde la llevarían, pero no necesitaba ser muy inteligente para intuir que no sería bueno."Mudanza", la idea de estar en un nuevo lugar a merced del hombre que la había obligado a firmar un contrato que estaba a punto de acabar con su vida, no le hacía nada de gracia. ¿Pero qué podía hacer? Hacía tiempo que había dejado de ser dueña de su vida y ahora no era más que otra marioneta movida al antojo de Henrick Collen, pero a pesar de su cruel destino, estaba decidida a no dejarle al hombre las cosas fáciles. —Llegamos—anunció Arno deteniendo el automóvil. Únicamente en ese instante, Eloísa se permitió mirar a su alrededor. El color ver