—Helena, ¿qué fue todo eso?
Eloísa no podía procesar la escena que acababa de presenciar. Primero, el esposo de su hermana le era infiel y, segundo, Helena parecía tener una explicación para su actuar. ¿Qué significaba? ¿En qué clase de manicomio había ido a parar?
—Eloísa, te lo explicaré en casa.
—¡No, basta! ¡¿Dímelo ahora mismo?!—exigió completamente fuera de control.
Estaban justo al frente de aquel restaurante. La menor no podía ocultar su turbación con relación a lo sucedido, mientras Helena parecía más interesada en guardar las apariencias.
—Por favor, alguien puede escuchar—suplico su hermana.
—¡Por Dios, Helena! ¿Quién eres? No logro reconocerte—la decepción en los ojos de Eloísa era evidente.
No sabía qué había pasado en esos cinco años separadas, pero estaba claro que esa mujer no era su hermana, era una completa extraña, a la cual ya no quería seguir escuchando.
Eloísa se subió al auto dando un portazo y Helena la siguió con más recato. Luego de que estuvieron en el interior de aquel vehículo, el mismo arranco dejando tras de sí a un pequeño grupo de espectadores…
Una vez llegaron a la mansión Collen, Eloísa salió del vehículo dando grandes zancadas. Lo único en lo que podía pensar era en armar su maleta y la de su hermana. Debían irse de ese sitio cuanto antes.
—¡Eloísa!—la llamo Helena tras de sí, tratando de darle alcance.
—¡Haz tu maleta, Helena, nos vamos de aquí!—ordeno sin reducir su velocidad.
—No, Isa, yo no puedo irme.
Eloísa se detuvo en medio del pasillo, para encarar finalmente a su hermana.
—¿No puedes irte?—su voz estaba cargada de desconcierto—. ¿Por qué no?
—Es… complicado.
—¡Por Dios, Helena, habla de una vez!
—¡Yo firmé un contrato, Isa! ¡Yo soy una esposa de mentira!—estallo la mujer liberando las lágrimas que había estado conteniendo en todo el camino.
—¿Qué?
—Tenías razón cuando me dijiste que él no parecía enamorado, que más bien parecía que me estaba contratando para algo—menciono recordando sus palabras de aquel día—. No sabes cuánto lamento, no haberte hecho caso en ese momento, porque sí, Isa, estabas en lo correcto. ¡Fui una ciega, que no pude verlo!
—Helena, ¿qué has hecho?
Eloísa sintió su corazón conmoverse. Las lágrimas en los ojos de su hermana, el dolor palpable en sus palabras, era evidente lo mucho que estaba sufriendo.
—Ya es tarde, no hay marcha atrás—se quebró Helena, cayendo arrodillada en el suelo.
—Nunca es tarde, Helena—su hermana menor la imito, abrazándola en el proceso—. Debe existir una manera de salir bien librada de todo esto. Dime, ¿qué decía ese contrato exactamente?
—Que debo de tolerar la escena que viste en el restaurante, entre otras cosas más…
—¡Es un maldito!
Las manos de Eloísa se empuñaron con rabia, no podía creer que existiera alguien tan vil, alguien capaz de tanto.
—Lo sé, pero lo amo—sollozó la mayor en contra del pecho de su hermana. Aquello era lo que más le dolía de todo eso, que ilusamente se había enamorado.
—No, Helena, no puedes amarlo—Eloísa se negaba a esa posibilidad. Una persona tan cruel no merecía el amor de su hermana—. Ese hombre no te merece, debemos buscar la forma de salir de aquí, regresaremos a Suiza y todo esto solamente será un mal recuerdo, ¿de acuerdo?
—No puedo, Isa.
—Si puedes.
—No lo entiendes, si falto al contrato, me enviará a la cárcel.
—¿Qué?
—No tengo más opción.
La resignación en la voz de la mayor era asfixiante. Eloísa negó, tratando de pensar en alguna forma, de negociar con ese hombre, debía existir una manera de que la dejase libre.
—¿Por cuánto tiempo debes fingir ser su esposa?
—Hasta que él lo decida, Isa.
—Es un infeliz…
[…]
Eloísa había pedido a una de las mujeres del servicio que prepara un calmante para su hermana. Helena había estado llorando por horas y, aparentemente, finalmente descansaba. Todavía no lograba entender cómo era que se había metido en una situación tan complicada, pero estaba decidida en ayudarla.
—Disculpe, ¿el señor Collen a qué hora suele llegar?—preguntó a alguien de la servidumbre.
—El señor rara vez viene, señorita.
La respuesta fue como un balde de agua fría, porque en ese instante le urgía hablar con él. Necesitaba exigirle que liberara a su hermana, y, también, dejarle en claro que se la llevaría con ella de regreso a Suiza sin importar el costo que eso representara.
Fueron largas horas de espera, realmente Eloísa pensó que ese hombre no se presentaría. Pero para su sorpresa, el mismo había hecho su entrada triunfar.
Los pasos de Henrick parecían grandes zancadas que se dirigían hacia la recámara de Helena. Necesitaba poner en su lugar a su querida esposa. ¿Cómo se atrevía a armarle semejante escena? ¿Y quién era esa mugrosa que la acompañaba?
—Necesito hablar con usted—la caminata del hombre fue detenida por una voz que se alzaba a su espalda, aquella voz ya la había escuchado antes en ese día.
—Tú…—rugió Henrick girándose, para encarar a la insolente que lo había insultado en el restaurante.
—Sí, yo—Eloísa alzo su barbilla desafiante.
—¿Qué demonios haces en mi casa?
—No se preocupe, señor Collen, que no pienso quedarme por mucho tiempo. Solamente le informo que voy a llevarme a mi hermana.
El hombre soltó una risita cínica y carente de humor, antes de taladrarla con aquellos orbes grises.
—¿Ah, sí? ¿Y qué más soñaste?
—¡Que usted se moría!
Para Eloísa era imposible ocultar su desagrado. Odiaba a esa persona.
—Debo admitir que tienes agallas, niña. Pero créeme, esa valentía tuya no será suficiente.
—Eso lo veremos.
Heinrick entrecerró los ojos evaluando a la curiosa chica que tenía al frente, la misma guardaba un gran parecido con Helena, pero debía admitir que ella era incluso más bella que su esposa. No solamente por ser más joven, sino que, existía algo interesante en esa mirada altanera.
—¿Te atreves a desafiarme?—la voz de Henrick se alzó de forma imponente, mientras daba un paso hacia ella. Eloísa se mantuvo en su lugar sin inmutarse. —¡Ya he tomado una decisión! ¡Helena regresará conmigo! —Eres muy ilusa si piensas que tus decisiones tienen algún tipo de importancia—se burló el hombre—. Helena es mi esposa y se quedará a mi lado, te guste o no. La castaña bufó, mostrándose indignada. —¿Ahora resulta que es su esposa? Esa no es la impresión que dio, mientras se devoraba a esa otra mujer en el restaurante. —Mi relación con tu hermana no es de tu incumbencia. Ciertamente, tenía razón en eso último. Pero estaba en su derecho de involucrarse sabiendo que su hermana no era feliz con toda esa situación. —Estoy al tanto de lo del contrato, sé que solamente la usa para aparentar, aunque no entiendo muy bien con qué fin—señaló—. Así que dígame, ¿por cuánto tiempo más piensa seguir con toda esta farsa? La mirada del hombre se oscureció tras ser revelada aquella inform
Tras aquella amenaza, Henrick abandonó la recámara de Helena, dejando detrás de sí a dos mujeres que se veían una a la otra, ligeramente asustadas. —Helena, tenemos que irnos de aquí cuánto antes—insistió Eloísa con aquella idea. —¡Basta, Isa!—alzó la voz Helena, sorprendiéndola—. Deja de involucrarte, ¿no entiendes que esto no es un juego?—le reclamó sintiéndose enfurecida. Su hermanita no tenía ni idea de dónde se estaba metiendo. —¿Y entonces qué quieres que haga?Eloísa no podía creer que su hermana se mostrará tan sumisa con aquel sujeto, pero con ella, era capaz de sacar las garras. —No quiero que hagas nada. Solamente no te involucres. —¡Claro que voy a involucrarme, eres mi hermana!—De haber sabido que ibas a causar tantos problemas, nunca te hubiese ayudado a comprar esos pasajes—soltó Helena de manera brusca el comentario. Aquellas palabras parecieron herir el corazón de Eloísa, quien tenía como única intención ayudar a su hermana a salir del infierno en el que vivía.
«Un hijo», aquella frase todavía hacía eco en su mente. «¿Cómo se le había ocurrido proponerle semejante cosa?», se preguntó Helena subiéndose al auto donde la aguardaba su chófer. Sin duda alguna, Henrick Collen acababa de perder completamente la cabeza. Era una locura desde todos los puntos de vista posibles. "¿Y quién dijo que será tuyo?"Helena soltó un bufido recordando su pregunta. Era un descarado, infiel, que abarcaba una lista inmensa de malos calificativos. No podía creer que existiese alguien tan cínico. "¡Estás demente!", le soltó en ese momento, sintiéndose completamente encolerizada. "Lo estoy, querida", reconoció con tono orgulloso. Y pensar que el día que lo conoció en aquel hotel se mostraba tan diferente. Luego de un exhaustivo intercambio de miradas, le dedicó una media sonrisa que le paralizó el alma. Era un hombre bello y sensual que la dejó enteramente cautivada. Después de ese encuentro, cada vez que se veían se mostraba tan atento y cordial, haciéndose p
—Esto es todo lo que encontré, señor—informó Arno entrando en la oficina de su jefe.La carpeta fue colocada sobre la mesa del escritorio de Henrick, quien luego de dedicarle una mirada indiferente, se animó a abrirla y descubrir su contenido. Ante sus ojos apareció un mar de información desconocida: récords académicos, y hasta un par de dibujos que habían sido seleccionados en un concurso escolar.La vida y obra de Eloísa Meier estaba resumida en esos documentos.Durante las siguientes horas, Henrick Collen se dedicó a conocer un poco más del pasado de su altanera cuñadita, sorprendiéndose con las buenas calificaciones que obtuvo durante toda su vida académica. A pesar de su precaria situación económica, logro hacerse de una beca y graduarse de la universidad con honores, y actualmente trabajaba en una escuela para niños especiales a las afuera de Berna. Su vida pintaba a ser sencilla y pintoresca.«Patética», pensó, pasando a la siguiente página del informe.Henrick se entretuvo más
“El señor dio la orden de que ninguna de las dos puede abandonar la propiedad”Helena sintió la desesperación latente al escuchar aquellas palabras. Era un panorama desalentador lo que presenciaba y ni siquiera tenía claro que era lo que quería su esposo, al involucrar a Eloísa en sus retorcidos planes.—Déjate de tonterías, Horacio. Acabo de darte una orden—trato de mostrarse firme ante su chofer.—Señora, le repito que…—Helena—el causante de toda su angustia, acababa de aparecer.Henrick llevaba las manos ocultas en sus bolsillos, en una pose bastante despreocupada.—¿A qué estás jugando?—lo enfrentó, mirándolo fieramente.El chofer se sintió incómodo ante la posible discusión que se armaría entre sus jefes, por lo que decidió retirarse y darles privacidad.—¿Acaso crees que mandarla de regreso a su país servirá de algo?—se burló Henrick.Helena se sintió completamente estúpida ante aquello. Claro, había olvidado que aquel hombre tenía conexiones en todas partes y no le sería nada
—¿Qué hacemos aquí?Eloísa miró con desconfianza el edificio en el que acababan de estacionarse.—Ya lo verás—se limitó a contestar Helena, bajándose del auto con expresión calmada.Luego de la inesperada propuesta de la noche anterior, Eloísa no confiaba en las decisiones de su hermana, por lo que todo este asunto de la salida le resultaba bastante sospechoso. Y vaya que no se equivocaba…—Señora Collen, es un gusto tenerla de vuelta por aquí—saludo una mujer regordeta, quien con suma amabilidad las hizo pasar por uno de los pasillos.A medida que se adentraban más y más en aquel sitio, Eloísa comenzaba a comprender de qué se trataba ese lugar.“Banco de esperma”, leyó en una de las puertas que acababan de dejar atrás.—Esto es…—Pasen, la doctora las está esperando—las palabras de Eloísa fueron interrumpidas por aquella mujer que acababa de indicarle que habían llegado a su destino.Al frente de sus ojos podía verse una placa que enunciaba de que se trataba la consulta a la que esta
Eloísa percibió como sus latidos aumentaban en tempo. La cercanía de Henrick, su mirada gris tan penetrante y esa sonrisa socarrona en sus labios, hacían de él una visión, que, por alguna razón, la dejaba hipnotizada.—Apártese—le dijo empujándolo.Se dirigió al otro extremo de la habitación tratando de serenarse, no podía demostrarle que su proximidad le afectaba de alguna manera. Además, había dicho algo de un “negocio”, necesitaba tener la mente en calma para enfrentarse a la locura de ese hombre.—No sé de qué está hablando, pero permítame aclararle un par de cosas: primero, no pienso hacer ningún tipo de negocio con usted y, segundo, ni crea que encerrarme aquí, en contra de mi voluntad, ayudara a que me doblegue ante sus exigencias. Así que, ahorrémonos tiempo y libéreme, si es que no quiere enfrentar las consecuencias legales de su atropello.—Me gusta—dijo el hombre mirándola con alguna extraña emoción bailando en sus orbes—, pero aunque me gusta, no puedo permitir que sigas h
—Malnacido—insultó la mujer entre dientes, con la clara intención de acercarse y darle su merecido con sus propias manos.—Esto apenas empieza, Eloísa, mantén la calma—expresó Henrick indiferente, sentándose en una de las sillas con sus piernas cruzadas.Para él, aquella parecía ser una situación normal. Al parecer, manipular y chantajear era en su persona una práctica recurrente.—Adelante—concedió cuando alguien toco a la puerta de aquel cuarto de visitas.Un hombre de edad avanzada entro a la habitación, haciendo una pomposa reverencia en dirección a su jefe.—Está todo listo, señor—anunció entregando otro juego de papeles.Por alguna razón, aquello le provoco una sensación de escalofríos. Sea lo que sea que contenían esos documentos, no podía tratarse de algo bueno. Estaba segura.—Perfecto, retírate.Una vez a solas, Henrick deslizo la recién traída carpeta en su dirección.—Es tu decisión, Eloísa—dijo, como si realmente ella estuviese en la libertad de decidir algo.Eloísa tragó