Apartir de este momento los días de actualización serán los siguientes: Lunes, Miércoles y Viernes.
«Un hijo», aquella frase todavía hacía eco en su mente. «¿Cómo se le había ocurrido proponerle semejante cosa?», se preguntó Helena subiéndose al auto donde la aguardaba su chófer. Sin duda alguna, Henrick Collen acababa de perder completamente la cabeza. Era una locura desde todos los puntos de vista posibles. "¿Y quién dijo que será tuyo?"Helena soltó un bufido recordando su pregunta. Era un descarado, infiel, que abarcaba una lista inmensa de malos calificativos. No podía creer que existiese alguien tan cínico. "¡Estás demente!", le soltó en ese momento, sintiéndose completamente encolerizada. "Lo estoy, querida", reconoció con tono orgulloso. Y pensar que el día que lo conoció en aquel hotel se mostraba tan diferente. Luego de un exhaustivo intercambio de miradas, le dedicó una media sonrisa que le paralizó el alma. Era un hombre bello y sensual que la dejó enteramente cautivada. Después de ese encuentro, cada vez que se veían se mostraba tan atento y cordial, haciéndose p
—Esto es todo lo que encontré, señor—informó Arno entrando en la oficina de su jefe.La carpeta fue colocada sobre la mesa del escritorio de Henrick, quien luego de dedicarle una mirada indiferente, se animó a abrirla y descubrir su contenido. Ante sus ojos apareció un mar de información desconocida: récords académicos, y hasta un par de dibujos que habían sido seleccionados en un concurso escolar.La vida y obra de Eloísa Meier estaba resumida en esos documentos.Durante las siguientes horas, Henrick Collen se dedicó a conocer un poco más del pasado de su altanera cuñadita, sorprendiéndose con las buenas calificaciones que obtuvo durante toda su vida académica. A pesar de su precaria situación económica, logro hacerse de una beca y graduarse de la universidad con honores, y actualmente trabajaba en una escuela para niños especiales a las afuera de Berna. Su vida pintaba a ser sencilla y pintoresca.«Patética», pensó, pasando a la siguiente página del informe.Henrick se entretuvo más
“El señor dio la orden de que ninguna de las dos puede abandonar la propiedad”Helena sintió la desesperación latente al escuchar aquellas palabras. Era un panorama desalentador lo que presenciaba y ni siquiera tenía claro que era lo que quería su esposo, al involucrar a Eloísa en sus retorcidos planes.—Déjate de tonterías, Horacio. Acabo de darte una orden—trato de mostrarse firme ante su chofer.—Señora, le repito que…—Helena—el causante de toda su angustia, acababa de aparecer.Henrick llevaba las manos ocultas en sus bolsillos, en una pose bastante despreocupada.—¿A qué estás jugando?—lo enfrentó, mirándolo fieramente.El chofer se sintió incómodo ante la posible discusión que se armaría entre sus jefes, por lo que decidió retirarse y darles privacidad.—¿Acaso crees que mandarla de regreso a su país servirá de algo?—se burló Henrick.Helena se sintió completamente estúpida ante aquello. Claro, había olvidado que aquel hombre tenía conexiones en todas partes y no le sería nada
—¿Qué hacemos aquí?Eloísa miró con desconfianza el edificio en el que acababan de estacionarse.—Ya lo verás—se limitó a contestar Helena, bajándose del auto con expresión calmada.Luego de la inesperada propuesta de la noche anterior, Eloísa no confiaba en las decisiones de su hermana, por lo que todo este asunto de la salida le resultaba bastante sospechoso. Y vaya que no se equivocaba…—Señora Collen, es un gusto tenerla de vuelta por aquí—saludo una mujer regordeta, quien con suma amabilidad las hizo pasar por uno de los pasillos.A medida que se adentraban más y más en aquel sitio, Eloísa comenzaba a comprender de qué se trataba ese lugar.“Banco de esperma”, leyó en una de las puertas que acababan de dejar atrás.—Esto es…—Pasen, la doctora las está esperando—las palabras de Eloísa fueron interrumpidas por aquella mujer que acababa de indicarle que habían llegado a su destino.Al frente de sus ojos podía verse una placa que enunciaba de que se trataba la consulta a la que esta
Eloísa percibió como sus latidos aumentaban en tempo. La cercanía de Henrick, su mirada gris tan penetrante y esa sonrisa socarrona en sus labios, hacían de él una visión, que, por alguna razón, la dejaba hipnotizada.—Apártese—le dijo empujándolo.Se dirigió al otro extremo de la habitación tratando de serenarse, no podía demostrarle que su proximidad le afectaba de alguna manera. Además, había dicho algo de un “negocio”, necesitaba tener la mente en calma para enfrentarse a la locura de ese hombre.—No sé de qué está hablando, pero permítame aclararle un par de cosas: primero, no pienso hacer ningún tipo de negocio con usted y, segundo, ni crea que encerrarme aquí, en contra de mi voluntad, ayudara a que me doblegue ante sus exigencias. Así que, ahorrémonos tiempo y libéreme, si es que no quiere enfrentar las consecuencias legales de su atropello.—Me gusta—dijo el hombre mirándola con alguna extraña emoción bailando en sus orbes—, pero aunque me gusta, no puedo permitir que sigas h
—Malnacido—insultó la mujer entre dientes, con la clara intención de acercarse y darle su merecido con sus propias manos.—Esto apenas empieza, Eloísa, mantén la calma—expresó Henrick indiferente, sentándose en una de las sillas con sus piernas cruzadas.Para él, aquella parecía ser una situación normal. Al parecer, manipular y chantajear era en su persona una práctica recurrente.—Adelante—concedió cuando alguien toco a la puerta de aquel cuarto de visitas.Un hombre de edad avanzada entro a la habitación, haciendo una pomposa reverencia en dirección a su jefe.—Está todo listo, señor—anunció entregando otro juego de papeles.Por alguna razón, aquello le provoco una sensación de escalofríos. Sea lo que sea que contenían esos documentos, no podía tratarse de algo bueno. Estaba segura.—Perfecto, retírate.Una vez a solas, Henrick deslizo la recién traída carpeta en su dirección.—Es tu decisión, Eloísa—dijo, como si realmente ella estuviese en la libertad de decidir algo.Eloísa tragó
—¡Jamás! ¡No se lo daré!—gritó Eloísa tratando de huir de aquel hombre.La joven no paraba de correr, mientras sentía aquellos pasos masculinos cada vez mucho más cerca. Su corazón latía con fuerza y sus piernas se encontraban a punto de desfallecer, pero aun así, se negaba a rendirse. No soltaría a su hijo, no se lo daría. —Entrégalo—demandó Henrick con voz potente, haciéndola estremecer. Eloísa apretó más fuerte aquel bulto entre sus brazos y negó rotundamente: —¡Nunca!El hombre sonrió con malicia instantes antes de arrebatarle a la criatura, dejándola sola y con una sensación de inmenso vacío. —¡No!—se despertó Eloísa de aquella pesadilla, sintiéndola en extremo muy real.La joven se encorvó en su lugar, continuando con un llanto que no sabía cuándo había iniciado, pero que ya no podía detener. «No permitiré que se salga con la suya», pensó más desesperada que antes por el tema del bendito contrato. Esa mañana, cuando bajó a desayunar en busca de su hermana, se encontró con
Henrick intentaba hacer de aquel beso una caricia apasionada, pero Eloísa no le permitía llevar a cabo sus intenciones. La mujer no dejaba de retorcerse y suplicar, como si su simple toque fuese un carbón ardiente.El ego de Henrick se estaba viendo fuertemente pisoteado ante aquella reacción. Le molestaba, le molestaba demasiado. —No te lo pienso repetir, quédate quieta—exigió separándose apenas de sus labios. —Déjeme, por favor. No quiero hacer esto—suplico Eloísa con sus ojos llorosos, haciendo a un lado su actitud fuerte. Henrick maldijo en voz baja y se apartó, su mirada se oscureció y el odio que sentía se hizo más notorio. —Mañana regresaré y espero que tu actitud sea otra—dicho esto se marchó, dejándola llorando en el suelo de aquella habitación. «¿En dónde se había ido a meter?», se preguntó Eloísa, recordando que su vida en Suiza era tan pacífica. Ahora, estaba atrapada en ese país con un contrato que cumplir. Eloísa no supo cuánto tiempo pasó engarrotada en el suelo,