Eran las 3:00 am cuando Antonella se removía inquieta, su corazón latía acelerado, al revivir la misma pesadilla cada noche, una gran cantidad de lágrimas se acumularon en sus párpados y de pronto los abrió de golpe.— ¡Iker! —mencionó llorando, tomó su almohada y la abrazó con fuerza.De pronto una extraña agitación la hizo centrar toda su atención en el pequeño vientre que se le estaba formando. Se llevó ambas manos a su estómago y deslizó sus dedos.—Perdón por olvidarme de ti —dijo con voz fragmentada—, nunca había sentido algo como esto, te prometo que dejaré de pensar solo en mi sufrimiento. También tú crecerás sin tu papá. —Volvió a llorar—, también a ti te harán falta sus abrazos y sus mimos —refirió con melancolía—, te prometo que me encargaré de que lo conozcas y lo ames tanto como yo. —Suspiró profundo, entonces abrió sus ojos de par en par—. No tengo ninguna fotografía de él, ¿De qué forma sabrás cómo era? —se lamentó.En horas más tarde la chica se puso de pie y salió en
Aeropuerto Internacional Pearson.Días después.Alexia caminó fuera del aeropuerto de Toronto, uno de sus brazos tiró del bastón de su maleta, para solicitar un taxi.—Te pedí que me esperaras en lo que encontraba mi maleta. —Connor expresó agitado—, pareces maratonista, tuve que correr mucho para poder alcanzarte.La chica carcajeó.—Eres un exagerado —mencionó—, solo quise adelantarme un poco para buscar en que movernos. —Guiñó un ojo.Suspiró profundo y se contuvo al verla hacerle aquel gesto que lo dejó sin aliento, por lo que subió luego de ella al taxi.— ¿Crees que la tía de Antonella mintió? —cuestionó y le indicó al chofer hacia donde seguir.—Tengo la esperanza de que lo haya hecho, me encantaría volver a verla —confesó con tristeza—, le tomé mucho cariño.—También yo —sonrió—, es una chica muy alegre, de buen sentido del humor, y con ganas de salir adelante. —Ladeó los labios al recordar las veces que salió con ella de compras, sin poder evitarlo recordó aquella celebració
Puerto Escondido, Oaxaca. — ¿Ahora sí, me piensas escuchar? —Arnulfo cerró la puerta de la oficina de Álvaro. Su sobrino soltó el lápiz táctil que sostenía entre sus dedos, se puso de pie. —No quiero hablar de Iñaki, aún no he podido perdonar todo lo que nos hizo su padre y no sé si algún día lo pueda hacer. Enterarme que sigue sus pasos, me llena de ira —pronunció con dificultad. —Lo sé, pero te repito que es un Alvarado y merecía el beneficio de la duda, al haber ayudado a Pau. Álvaro se llevó la manos a su cabello y tiró de este. —Dime que es lo que sabes, que yo no —solicitó—, es obvio que hay algún extraño motivo por el que proteges a un supuesto mafioso. Arnulfo ladeó los labios. —Parece que ya estás entrando en razón. —Se dirigió a su escritorio y tomó los chocolates que tenía su sobrino. —Comienza a hablar, que voy a tener una reunión en un par de minutos. —Vas a tener que cancelarla o llegar tarde, tú decides. —Se llevó a la boca una golosina. —Está bien, voy a ped
En cuanto la puerta de la habitación se cerró, los labios de ella buscaron los de él, hurgando con vehemencia el encuentro con la humedad de su lengua. —Te deseo tanto, no imaginas cuanto —murmuró entre besos ella. —Lamento haberte hecho esperar, tanto —expresó él y lanzó su camisa al suelo con rapidez. —Deseo tanto que me tomes, que hagas tuya, como cuando éramos más jóvenes, con esa bravura con esa fuerza, quiero que recorras cada centímetro de mi cuerpo, que me hagas vibrar una y otra vez —manifestó jadeante. —Te prometo que así será —Iñaki sujetó sus firmes glúteos y la acercó a su dureza—, te amo tanto, Ivanna. —Y yo a ti… Iñaki. No podría estar un minuto sin ti —su voz se fragmentó—, pensar que podría perder, me aterra. —Jamás podrías perderme, siempre me has tenido, me has demostrado que me amas, a pesar de… —Shhh no hablemos más, desde que saliste del hospital, no hemos podido intimar, no he querido presionarte, pero estando así, ya no puedo esperar más por ti. —Mordió
ñaki caminaba sobre las oscuras calles de una ciudad cercana de París, sin tener claro hacia qué rumbo dirigirse, hasta que comenzó a observar una extraña luz, que aparecía y desaparecía, talló sus ojos, pensado que la imaginaba, pero al no saber qué hacer se decidió a seguirla.Abrió la puerta e ingresó al restaurante, al sentir que las personas que estaban en el lugar lo observaron, decidió caminar hasta la parte trasera del negocio.— ¿Qué… va a desear? —la temerosa mesera cuestionó sin poder dejar de ver la terrible marca que surcaba su rostro desde la frente, y se ramificaba en tres partes más a la mitad en su mejilla.—Un café —ordenó con voz hosca.La chica giró en su eje y se alejó con rapidez.Iñaki frunció el ceño al ver que la gente lo volteaba a ver; y murmuraban entre ellos; sin embargo, requería protegerse del frío, que se sentía en el exterior.En cuanto la chica le llevó el café, Iñaki dio un sorbo y resopló lleno de frustración, no comprendía cómo es que de un día pa
Lombardía, Italia.Semanas después.Era la esperada gran final, la última pelea: la estelar. Desde aquel lugar clandestino, Iñaki se encontraba en el centro del ring, cuadró sus anchos hombros y levantó sus brazos al escuchar que lo presentaban como: la Bestia. Distinguió con claridad la expresión de los asistentes cuando su rostro apareció a través de las pantallas.Momentos después el público comenzó a aplaudir, ladeó los labios un instante y luego, se acomodó para escuchar a don Octavio.—La gente no te olvida —refirió el hombre—, te esperaban con ansias, demuestra quien eres —indicó—, has rugir a la bestia. —Alzó su mano para apoyarlo y comenzó a aplaudir.—Daré lo mejor de mí —manifestó.Entonces en un solo coro, los asistentes comenzaron a gritar: ¡Bestia!, ¡bestia!, una y otra vez, apoyándolo. Iñaki, sabía que no era precisamente a él, sino a todo lo que apostaban a su favor. Escuchó atento las indicaciones de su entrenador, miró al hombre frente a él que no le quitaba la mira
Iñaki bebió un sorbo de su tarro de cerveza, celebrando la victoria que había ganado, don Octavio lleno de alegría, reservó por esa noche un tabledance. En el interior de aquel lugar, el volumen tan alto de la música hacía que vibraran los cristales del exterior. Entre el barullo la gente que había apostado por él, se divertía a lo grande.—Brindemos por nuestro campeón —don Octavio solicitó. —Hizo un movimiento con su cabeza y de inmediato una escultural mujer se acercó a ellos—. Llévate a celebrar a mi campeón —ordenó.La mujer fingió sonreír, estiró su mano y los entrelazó con los dedos de Iñaki, para guiarlo hasta uno de los privados del lugar.—Si necesitas, más chicas házmelo saber. —Don Octavio carcajeó y se dirigió al privado que tenía reservado en donde ya lo esperaba una mujer.Justo cuando la chica comenzaba a bailar, Iñaki elevó su mano e hizo que se detuviera.—Alto —dijo y resopló.— ¿Qué ocurre? —preguntó.—No sigas, quiero irme —expresó, se puso de pie y salió del luga
Antonella se recostó junto a su pequeño sin poder olvidar aquel beso cercano a sus labios.—Esto no está bien —resopló y se quedó pensativa—. No deseo sentir nada por nadie que no seas tú, mi amor. —Dio un beso a su pequeño—, no quiero enamorarme de nadie más.Tomó su móvil al recibir una llamada.—Diga.—Supe que enviudaste…Silencio.— ¿Qué rayos quieres Sabina? —Llamo para darte el pésame, aunque sé que es un poco tarde —se mofó—. También deseo saber que tal te va ahora que eres una mujer viuda, con un hijo recién nacido. —Carcajeó.Antonella colocó la mano en su pecho, sin poder evitar sentir un fuerte pinchazo en su pecho, inhaló profundo para poder responder.—Apuesto lo que quieras que estoy mejor que tú. A pesar de que no está físicamente Iñaki, su amor sigue conmigo. —Miró a su pequeño y su corazón se estrujó. — ¿Y a ti que tal te va? ¿Disfrutas de la compañía de tu viejito? —se mofó.Sabina volvió a quedarse en silencio.—Parece que no estás bien —Antonella se aclaró la gar