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CAPÍTULO 50. FLORES Y UN ALVARADO

A la mañana siguiente, cerca de las 9:00 am, Antonella se puso de pie, se dirigió a ducharse, para intentar despejarse del cansancio que sentía al no haber dormido mucho. Tomó el hábito que se había retirado para poder dormir la noche anterior, y lo volvió a usar. Cepillo sus dientes y su cabellera, y descendió para pedirle a Iñaki que la llevara al convento.

Al no escuchar nada de ruido en la planta baja, lo buscó en la habitación, luego de tocar por unos segundo y no obtener respuesta, abrió la puerta, y la encontró vacía. Se dirigió hacia afuera y respiró aliviada al ver la camioneta estacionada.

—¿Se le ofrece algo a la señorita?

Antonella frunció el ceño y se sintió confundida.

—¿Dónde está Iñaki? —cuestionó.

—Se fue muy temprano, me pidió que viniera para que la lleve al convento, o a donde usted me indique —Emmanuel respondió.

—El convento está bien —solicitó sintiendo decepción.

—Así lo haré —el hombre abrió la puerta del vehículo y esperó a que ella subiera.

***

Iñaki ingresó
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