Rachel permanecía inmóvil, con el corazón acelerado mientras él le hablaba con voz suave, intentando calmarla. —No te preocupes, Rachel. No fallaste —susurró, acariciando su rostro con ternura—. Muchos novatos no logran transformarse en sus primeras oportunidades. Para eso están las prácticas. —Hizo una pausa, su tono cambiando a uno más duro—. Pero esos que están ahí no son novatos. Deberías haberme esperado, yo te habría guiado. Rachel lo miró, con un nudo en la garganta, pero antes de que pudiera responder, Alexander suspiró y añadió con determinación: —Ya tendrás tu oportunidad para demostrarles a todos que eres una loba fuerte, amor —acarició su rostro con ternura—. No te preocupes. Entonces, sin previo aviso, se inclinó hacia ella, tomando su rostro entre sus manos, y la besó con intensidad. El calor del beso hizo que Rachel olvidara por un momento la humillación que había sentido, pero pronto se dio cuenta de que todos los presentes estaban observando. Algunos bajaban
El viento gélido soplaba sobre las tierras del Alfa Morgan, trayendo consigo la sensación de una inminente tormenta. La tierra que había ofrecido como refugio a Evelyn y Máximo se extendía como una fortaleza natural, rodeada de colinas escarpadas y frondosos bosques que parecían impenetrables. Morgan, un Alfa conocido por su frialdad y pragmatismo, se mantenía al margen de las disputas de las manadas vecinas, pero esta vez había roto su política habitual. Por petición de Víctor, su viejo amigo, había aceptado ocultar a su hija y a Máximo en su territorio, impidiendo el acceso a cualquier intruso, incluidos los hombres de Alexander.Evelyn se asomaba por la pequeña ventana de la cabaña que les habían asignado. La vista era opresiva: una interminable extensión de árboles, montañas que parecían tocar el cielo y un silencio sofocante que solo amplificaba su nerviosismo. No había tregua para su mente; la culpa y el miedo se mezclaban con la adrenalina de la huida.—¿Estaremos seguros aqu
Rachel se encontraba de pie en el centro del claro, con el viento acariciando su rostro y el sol filtrándose entre las hojas de los árboles que rodeaban el lugar. Su corazón latía con fuerza, casi en un frenesí, mientras observaba el área destinada para su primera transformación. Era un día crucial, uno que marcaría su lugar en la manada. A su alrededor, los lobos ya transformados la miraban con atención, algunos expectantes, otros con miradas furtivas cargadas de envidia. Rachel podía sentir el peso de las miradas, la presión de la expectativa, pero más allá de todo, la necesidad de probarse a sí misma.Alexander se encontraba a su lado, su presencia era sólida y reconfortante. Había estado apoyándola desde el comienzo, ayudándola con sus entrenamientos, pero ambos sabían que este era un desafío que Rachel debía enfrentar sola. Con una sonrisa suave y una mirada llena de orgullo, Alexander le tomó la mano por un breve momento.—Confía en Zahira —susurró—. Ella siempre ha estado co
En un rincón oscuro y apartado de la fortaleza, se gestaba una conspiración. Gamaliel, aún furioso por el respeto que la loba había ganado entre los suyos, no pensaba quedarse de brazos cruzados. Esa victoria era un golpe a su orgullo y una amenaza directa a sus ambiciones. Convocó a los disidentes del consejo en una sala subterránea, lejos del bullicio de la celebración. Las paredes de piedra eran gruesas y frías, absorbiendo cada murmullo que escapaba de los labios conspiradores. El aire estaba cargado de tensión, y los rostros de los presentes, iluminados por la tenue luz de las antorchas, reflejaban tanto inquietud como resentimiento. Gamaliel, con su semblante endurecido por la amargura, se levantó de su asiento y dejó que su mirada recorriera la sala. Thomas, a su derecha, estaba igual de furioso. La envidia y el rencor habían dejado una huella en su rostro, haciéndolo parecer aún más peligroso. —No podemos permitir que esto continúe —comenzó Gamaliel, con voz firme—. Ra
El viento soplaba frío sobre los vastos campos donde Alexander entrenaba a Rachel. Las primeras luces del amanecer apenas comenzaban a teñir el cielo de tonos púrpura, pero la tensión que se respiraba en la manada ya era palpable. Cada mirada lanzada a Alexander era un recordatorio de lo frágil que era su posición, y peor aún, de cómo se estaba erosionando su autoridad. Él lo sentía con cada paso que daba, cada murmullo que oía cuando pasaba entre los suyos. Sabía que las fuerzas enemigas no sólo eran externas; estaban dentro de su propia casa.Rachel, por otro lado, se esforzaba por seguir el ritmo de Alexander mientras él la guiaba a través de una serie de movimientos diseñados para mejorar su agilidad y fuerza. Los músculos de sus piernas temblaban por el esfuerzo, su respiración era entrecortada, pero lo que más le dolía era la duda que la asfixiaba desde dentro.— No sé si estoy hecha para esto, Alexander —dijo, con una voz quebrada por el agotamiento y la frustración, mientras
El viento frío de la madrugada soplaba entre los árboles, llevando consigo un susurro de desconfianza que parecía envolver a la manada entera. Alexander caminaba a paso lento por el claro, observando a su gente mientras se preparaban para el día. Sabía que algo no estaba bien, que una tormenta se acercaba, pero lo que más le preocupaba no era el peligro externo, sino el veneno que se estaba esparciendo entre los suyos.Dentro de una cabaña cercana, Gamaliel y Thomas se encontraban reunidos, susurrando entre ellos con miradas calculadoras. El ambiente estaba cargado de conspiración, sus voces bajas resonaban con malicia.— La manada está al borde del colapso —comentó Thomas, mirando a Gamaliel con una sonrisa retorcida—. Alexander ha perdido el control, y su debilidad es evidente. Gamaliel asintió, cruzando los brazos mientras paseaba por la habitación.— La clave es sembrar dudas suficientes. Necesitamos que los jóvenes alfas, los más ambiciosos, comiencen a cuestionar su liderazgo
Alexander se quedó en la oscuridad, con sus ojos clavados en la figura de Gamaliel mientras las palabras resonaban en su mente. La traición era evidente, pero lo que más le dolía era la habilidad con la que habían tejido la red a su alrededor. Su instinto le decía que no podía confrontarlos todavía, al menos no de forma abierta. Necesitaba un plan, uno que no sólo expusiera a Gamaliel y Thomas, sino que también restaurara la confianza de la manada en él.Retrocedió en silencio por el pasillo que daba a las cabañas principales, sintiendo el peso de cada paso. Al llegar a la puerta de su cabaña, la abrió con cuidado. Rachel lo esperaba, sentada cerca del fuego, con las piernas cruzadas y una expresión pensativa en su rostro. Estaba agotada después de la batalla, pero la duda seguía latiendo en su mente.— ¿Está todo bien? —preguntó, alzando la mirada cuando lo vio entrar.Alexander cerró la puerta tras él y dejó escapar un suspiro. Su mirada se suavizó al ver a Rachel, pero no podía o
Rachel bajó la vista, reflexionando sobre sus palabras. Sentía la gravedad del momento, el peso de la responsabilidad que ambos compartían. Después de todo, su liderazgo no solo dependía de la fuerza de Alexander, sino también de la confianza de la manada. Y esa confianza, ya debilitada, pendía de un hilo.— Entonces, ¿qué vamos a hacer? —preguntó finalmente.Alexander miró las llamas del fuego que ardía en la chimenea, su mirada fija como si estuviera viendo mucho más allá de las llamas.— Voy a enfrentarlos, pero en el momento adecuado. Cuando toda la manada esté presente, cuando no puedan ocultar su traición —dijo decidido, con una determinación férrea en su mirada—. Y lo haré de una manera en la que no quede duda alguna sobre su culpabilidad.Rachel se acercó, apoyando su mano en su hombro, buscando darle fuerzas.— Confío en ti, Alexander. Sabes lo que haces —mordió su labio con aprensión—. Solo... ten cuidado.**A la mañana siguiente, mientras el sol se levantaba sobre los den