Era fin de semana. Heros se hallaba en el gimnasio con Hestia. Aunque Lacey había estado pegado a él en las últimas semanas, debido a que ya casi era la boda, se mantenía ocupada atendiendo los detalles de la ceremonia. Hacía memoria cuando era él el que tenía la iniciativa de los preparativos, pero ella siempre se había mostrado desinteresada, pero eso había cambiado de forma drástica, hasta hace poco. Antes, sus ojos solo admiraban a Lacey, pero ese panorama castaño había sido borrado y ocupado por uno rojo carmesí, como el fuego del inframundo. Ahora, solo apreciaba a Hestia y la curvilínea figura con la que había sido bendecida, pero que también había mantenido con el ejercicio, la cual se resaltaba aún más por el atuendo fitness que llevaba puesto; unos leggins y un brasier oscuro, que dejaba ver el abdomen plano que poseía, las esbeltas nalgas, como apetitosos duraznos, las anchas caderas, la cintura angosta y los firmes pechos. Se saludaron con un simple ósculo e iniciaron su r
Hestia se puso encima de Heros. Sus palabras eran ciertas, desde que lo había conocido, todo estaba destinado a un desenlace trágico, sin ninguna ceremonia de bodas. Luego de eso, debía relajar a su lindo chico y hacer que se olvidara de sus problemas. Se quitó el sujetador deportivo, al que solo había apartado un poco, para mostrar sus grandes pechos. Ahora se hallaba desnudad en su totalidad. Lamió el abdomen marcado de su atractivo chico y sintió en su paladar el salado sudor de la transpiración de Heros. Era como probar deliciosas tabletas de sal. Fue ascendiente, hasta los esbeltos pectorales, a los cuales degustó las tetillas con su lengua. Acarició cada rincón del cuero de Heros, palpando su divina creación; lo había convertido en el compañero de cama perfecto, que se acoplaba a la perfección a ella. Así, había convertido a aquel muchacho nerd, ingenuo y lento, en un magnífico amante. Agarró la dureza de Heros con su diestra. Levantó sus glúteos y volvió a acomodarla en su inte
—Sabes que no debías sentirte obligado a pagarme por lo que te he dado —dijo Hestia, mientras estaban abrazados mirando el paisaje de la ciudad. —Es mi forma de agradecerte por todo lo que has hecho por mí, desde que nos conocimos hasta ahora —respondió Heros, con neutralidad y confiado en sus palabras. Entonces, la giró por la cintura, para verla de nuevo a la cara. La mujer que tenía al frente lo inspiraba a mejorar y le daba la confianza, para lanzarse de nuevo contra el mundo—. Mas, por el local para volver a emprender con mi propio negocio—. Sus facciones fáciles tornaron serias—. Es el recuerdo más vivido que tengo de mi yo pasado. —Sus ojos se cristalizaron, pero no tenía ninguna intención de llorar, puesto que sus lágrimas se habían vaporizado con el fuego de aquella noche. Hestia tensó la mandíbula y por primera vez en los meses que estuvo con Heros, sintió culpa por haber mandado a prender en llamas su negocio. Sin embargo, ya era muy tarde para lamentos. Así que, en lugar
Hestia dio dos aplausos, como señal a sus ayudantes, quienes caminaron de forma ordenada a la mesa, para dejar la bandeja. Sin embargo, las que tenían la distinta parafernalia, las tomaron y se colocaron alrededor de ellos. Avanzó hacia Heros con majestuoso paso y se detuvo. Miraba a su bello amante al cual le daría una de las mejores despedidas de soltero. Se sentó el cómodo regazo y le retiró el saco, luego comenzó desabotonarle la camisa y de igual manera se la quitó. El abdomen esbelto y masculino se revelaba ante su vista. Le acarició los pectorales, deslizándose hacia los pronunciados cuadrados. Tanteó los músculos que hacían alarde de la fuerza que tenía. Cada parte del cuerpo de Heros era producto de su guía y su intervención, así como de los nuevos ideales que ahora poseía. Se puso de pie y alzó su diestra. Movió su índice en dirección de una de las enmascaradas, y ella se acercó al instante, modelando con lo que traía.—Aquí tiene, Diosa —dijo la extraña, mientras le rendía
Las enmascaradas se apartaron las estrellas que cubrían sus pechos, para apretárselos con más libertad. Incluso, varias fueron en busca de otra de sus compañeras, para empezar a besarse y tocarse de modo instintivo. Se frotaban en su intimidad con sus manos, observando la escena entre la pareja principal. Daban rienda suelta sus bajos instintos, mientras emprendían una unión lésbica desenfrenada.Hestia Al pasar los minutos, se soltó el sujetador y se roció saliva entre sus pechos, para proseguir haciéndole una rusa mientras hacía fricción con sus enormes senos. Sus pezones se habían vuelto rígidos ante el tacto que ejecutaba. Para culminar utilizó solo sus manos y su boca fue llenada por la dulce miel de Heros. Se tragó hasta la última gota y se limpió los labios con su lengua de forma impúdica. Sin embargo, necesitaba y ansiaba ser llenada por la pieza que completaba su rompecabezas. Se dio media vuelta, colocándose de espaldas a Heros. Así, se soltó los broches de las medias y se i
Era lunes veinticuatro de diciembre, el día de su boda, Heros se despertó a las ocho de la mañana. La ceremonia estaba programada para las cuatro de la tarde, por lo que se dispuso a hacer ejercicio. Había ido a dormir al departamento que le había regalado Hestia, con la excusa de que se estaría hospedando en un motel, para no ver a Lacey con el vestido de novia. Estaba sudado de tanto en la caminadora. Se había perdido en sus pensamientos y ya eran las diez y treinta. El tiempo transcurría con rapidez. Agarró la toalla y se secó la transpiración en su frente. Sus manos temblaban y en su pecho sentía un frío, mezclado con miedo, mientras que sus piernas flaqueaban ante la idea de un matrimonio que no deseaba. En el pasado había soñado con estar con el altar con Lacey, para volverse marido y mujer. Sin embargo, temía que llegara ese momento crucial. No podía desposar a una mujer que no amaba, porque no quería hacerla sufrir, sin mencionar que le había sido infiel y la había traicionado
Así, el padre continuo con la boda, que se fue extendiendo por varios minutos, hasta el instante más esperado por toda la audiencia, y el de los mismos prometidos. A la primera en preguntarle fue a la novia.—Sí quiero —respondió Lacey sin titubeo y con alegría. Moldeó una sonrisa, mostrando su dentadura blanca a través del velo.—Y tú, Heros Daele, ¿quieres recibir Lacey West, como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y, así, amarla y respetarla todos los días de tu vida?Heros comenzó a oír un molesto pitido en sus oídos. Era el momento de la verdad, en el que simples palabras decidirían su destino como hombre: Sí quiero o No quiero, eso era lo único que debían emitir sus cuerdas vocales y sería libre o se condenaría en un acto miserable de cobardía y amilanamiento, que lo perseguirían por siempre. Sus emociones habían cambiado y estaba enamorado de otra. No importa quién fuera, ni que su hubieran conocido desde niños; n
—¿Quién eres tú y que haces aquí? —Lacey salió al enfrentamiento con la extraña mujer, que se atrevía a decir locuras en su boda. Se suponía que este debía ser el día perfecto y más feliz de su vida. Entonces, ¿cómo es que la ceremonia había tomado este rumbo tan bochornoso? Ahora estaban dando vergonzoso espectáculo a la vista de sus amigos y de sus familiares.—Mi estimada prometida. Mírame bien —dijo Hestia, con sagacidad. Creía que ya se había percatado de quién era, pero era más ciega y estúpida de que lo pensaba—. ¿Todavía no sabes quién soy, ni cuál es mi propósito en esta maravillosa velada? —Se quitó el sombrero y se lo entregó para que los sostuviera—. Gracias, eres muy amable, bella. —Entonces, se acercó a Lacey y le alzó el suave velo que le tapaba el rostro y le susurró al oído—: soy tu némesis. —Se alejó de la ingrata y rastrera secretaria—. La única persona a la que nunca debiste engañar, ni mentirle. Yo soy tu peor pesadilla y la encargada de juzgar tus pecados. —Puso