—¿Quién eres tú y que haces aquí? —Lacey salió al enfrentamiento con la extraña mujer, que se atrevía a decir locuras en su boda. Se suponía que este debía ser el día perfecto y más feliz de su vida. Entonces, ¿cómo es que la ceremonia había tomado este rumbo tan bochornoso? Ahora estaban dando vergonzoso espectáculo a la vista de sus amigos y de sus familiares.—Mi estimada prometida. Mírame bien —dijo Hestia, con sagacidad. Creía que ya se había percatado de quién era, pero era más ciega y estúpida de que lo pensaba—. ¿Todavía no sabes quién soy, ni cuál es mi propósito en esta maravillosa velada? —Se quitó el sombrero y se lo entregó para que los sostuviera—. Gracias, eres muy amable, bella. —Entonces, se acercó a Lacey y le alzó el suave velo que le tapaba el rostro y le susurró al oído—: soy tu némesis. —Se alejó de la ingrata y rastrera secretaria—. La única persona a la que nunca debiste engañar, ni mentirle. Yo soy tu peor pesadilla y la encargada de juzgar tus pecados. —Puso
Heros no era ajeno a la confusión que había provocado Hestia. Le había dicho que lo ayudaría a evitar el matrimonio. Pero eso ya estaba hecho, ya que ella se comportaba cómo si supiera más cosas y como si impedir la boda no era lo que en verdad quería hacer, sino que quería desatar algo más grande que desconocía. Ya había revelado que era su amante y que había traicionado a Lacey. ¿A qué se refería con que no era la verdad de este problema? Además, sentía un temor en su corazón, como si estuviera a punto de sufrir una gran decepción. Contemplaba a Hestia, hasta que le revelara lo que tendía por mostrar. Luego, se fijó en el desconocido al que había mandado a llamar.—¿Puedes decirnos qué tipo de relación tienes con la novia? —preguntó Hestia, sin rodeos al hombre, que se mantuvo callado durante los segundos siguientes—. ¿Qué ocurre? ¿No tienes el valor para decirlo? Entonces, que lo diga la hermosa prometida. —Se giró hacia la triste de Lacey—. ¿Quién es este caballero y qué tipo de v
Heros, por algún motivo, había recordado los acontecimientos un día antes de haberse encontrado por primera vez. Ignoraba, por supuesto, la infidelidad de Lacey.—Así que ninguno de los dos tiene el valor de decir la verdad —dijo Hestia, con antipatía al referirse a ellos—. Esperaba que, bajo estar circunstancias, tuvieras un poco de vergüenza, Lacey. Veo que no tienes remedio.—Él es mi amante, Heros —dijo Lacey, viendo solo a su prometido. Aunque había sido tarde, había comenzado a sentirse atraída por él. Pero, nada más, el cambio drástico de su físico y de su nueva personalidad, era lo que le parecía irresistible. Quizás, debió haber terminado su relación con Heros, y darse una oportunidad con Danniel, pero no quería dejarlo, porque sentía un extraño cariño por Heros. Ya era tarde y todo este matrimonio se había ido al infierno—. He estado engañándote con él durante varios años.Lacey se echó a llorar de manera descontrolada, mientras era auxiliada por su padre y sus familiares. S
La madre de Lacey, con cara enojada, se aproximó hasta Hestia. No podía apartar la mirada de ella. Jamás había odiado tanto a una persona, como a esa loca mujer que se vestía como si fuera a un funeral.—¿Qué desea, señora? Mi venganza y mi castigo, no es contra usted, sino contra su miserable hija —dijo Hestia, con natural soberbia y despreció hacia la familia West.—Ese no es lo que no has considerado —comentó la señora, entre lágrimas—. Cualquier cosa con Lacey, de igual forma, también es conmigo. Eres una enviada de los demonios, para acabar con la felicidad de mi niña.—Usted se equivoca, señora —respondió Hestia, con vanidad—. Yo soy el mismo diablo. Ni se imagina cuánto he extraído la juventud de su yerno. —Se relamió la boca con su lengua de manera impúdica y desvergonzada—. El sabor de su alma es delicioso. Aunque esto nunca lo debe escuchar una madre. La pérfida de su hija nunca podrá disfrutar de ese dulce néctar, porque andaba abriéndole las piernas a otro.—¡Bruja desquic
Heros volvió su vista hacia Hestia. Extendió sus brazos hacia ella y le levantó la peluca, así como el gorro protector que se había puesto. Usó sus manos para acomodarle la hermosa melena carmesí que tanto le fascinaba. Se veía como una hermosa leona, felina, de la que se había enamorado. Cuando estaba con Lacey, solo había imaginado un futuro y una familia con ella, y no miraba a otras mujeres, porque no estaba interesado nadie más, ya que con Lacey tenía todo lo que podía haber deseado. Pero Hestia había entrado en su monótona y lenta vida, como una tormenta que había cambiado cada fibra de su invisible existencia.—Me gusta el rojo. Te quedo mejor —dijo Heros, con formalidad. Una ola de emociones lo invadía, pero no se expresaba no con llanto, ni con rabia, ni con tristeza.—Gracias —respondió Hestia, como si estuviera hechizada. La intensa mirada de Heros la desarmaba y la ponía nerviosa.Heros se inclinó hacia Hestia y le dio un apacible beso. Luego de lo sucedido, era claro que
Heros percibió como las dos enormes y calientes virtudes de Hestia se comprimían en él. De igual forma, como era tocado en su entrepierna por ella. Apagó la regadera, debido a que el agua no le causaba una sensación agradable, mientras lo frotaba.Hestia regó un poco de saliva en palmar, para seguir masturbando a Heros en la ducha. El tacto en sus dedos y en su palmar era rígido y vigoroso. Se deslizaba con más facilidad debido al lubricante natural que recién había empleado. Su extremidad libre la utilizó, para apretarle los esbeltos glúteos a su muchacho. No solo ellos tenían la iniciativa de agarrarle los glúteos a su pareja. Lo hizo así un rato, pero después se sintió insatisfecha y la posición se volvió cansada. Dejó de hacerlo y le indicó que se diera la vuelta. Se hincó en el piso resbaloso. Dejó caer más fluido en la deliciosa dureza de forma lenta y sensual, siendo observa a plenitud por Heros. En esta nueva oportunidad usaba ambas manos para continuar apretándola y comprimie
Heros frunció el ceño al terminar de leer la carta. Revisó la hora y eran las cuatro y cinco minutos de la madrugada. La situación era extraña e intrigante. Con rapidez se levantó y caminó a la ducha, para bañarse y limpiarse la boca. Al haber acabado, se secó con la toalla su esbelto y marcado cuerpo. Se puso el traje sin ninguna demora. Salió a la sala de estar, donde avanzaba con cautela. Solo había silencio en el sitio, como si fuera una especie de comentario. Divisó en una de las mesas el control del gran televisor que estaba en la pared. Allí, había otra nota que decía: Enciéndelo. Presionó el botón y al cabo de varios segundos se presentó la imagen en el monitor. Era la de un video que estaba en pausa. Así que, por lógica, lo hizo reproducir. Al principio no le pareció nada extraño, ya que era la grabación de su despedida de soltero en la habitación de erótica de la danza. Se entretuvo mirando a su diosa bailar de nuevo. Sin embargo, luego cambió la escena a otra. Era desde la
Danniel Barnes se hallaba sentado en al asiento del piloto de su auto. Estaba cerca a la empresa de corporaciones Haller. Era da tarde y ya casi era la hora de salida del trabajo, aunque sabía que su amante, por algún motivo, salía más temprano que el resto de los empleados. Encendió el vehículo para acercarse al edificio y divisó a Lacey caminando por la calle. Tomó su celular para marcarle, pero ella revisaba la llamada y no le respondía. Se había percatado de que Lacey lo había estado evitando, que ya no era la misma y que sentía distante de él. Al principio había sido cautivo de los bellos encantos de Lacey y con el paso del tiempo, se había enamorado de ella de verdad. No quería que se casara con aquel sujeto, dichoso, de tenerla por novia y prometida. Daría toda su fortuna para poder ser el amado de Lacey y no el amante, pero eso eran los roles que habían sido designados para ellos. Ante la evidente esquiva de Lacey, se bajó del carro y caminó detrás de ella, sosteniéndola por e