En este momento, el hombre con máscara se adelantó y se fijó en Miguel.—Señor Rodríguez, es verdad que es muy fuerte. Sin embargo, tengo a cien asesinos a mi lado, ¿piensa que puede salir vivo?—¿Por qué no se une a nosotros? Podemos disfrutar la riqueza juntos.—¿Qué clase de tipo eres? —preguntó
Sin embargo, Miguel no le dio oportunidad de descansar; se precipitó hacia él.—¡Muere! —exclamó el hombre con todas sus fuerzas.Agarró la solapa de Miguel con la mano izquierda; de repente, se podía sentir una energía sospechosa emanando de su chaqueta.Al siguiente instante, las agujas de plata,
David no sentía miedo alguno y declaró:—No me importa nada. Sin embargo, hoy es el día de tu muerte.Miguel sacudió con la cabeza con piedad.—Muchacho, te recomiendo que no me dispares. Si lo haces, nadie podrá salvarte, ni siquiera el más poderoso de la familia Álvarez.—Además, quizás tu pistola
Si en ese momento hubiera soltado la pistola, le habría brindado una oportunidad. No obstante, no dejaba vivir a nadie que intentara dispararle. Sin esperar a que terminara la frase, Miguel torció su cuello. Con un crujido, David estaba muerto, sin cerrar los ojos. No pensaba que Miguel no le ot
—¿Dónde está David ahora? —preguntó Julia preocupada.En ese momento, Lucía no sabía cómo responderle.No hacía más que dirigir su mirada a lo lejos.Julia seguía su mirada y vio el cuerpo de David.Se demudó:—¿Quién lo ha matado?Cuando Lucía quería hablar, Miguel interrumpió:—He sido yo.—¿Cómo?
—¿Por qué tienes tantas ganas de proteger a Miguel? —dijo Julia negando con la cabeza. —No hace mucho que llegaste a Riomar, hay muchas cosas que aún no entiendes —dijo Alejandro con un suspiro—. Miguel no es en absoluto tan insignificante como te lo imaginas. Quizá sea el que haga que cambien las
Mía cogió la receta cuidadosamente y le preguntó a Miguel con curiosidad:—Miguel, ¿cómo se llama este elixir?—Elixir de las Mil Maravillas. Lo creé un día que no tenía nada que hacer por casualidad. En un principio lo utilicé como un elixir para restaurar la energía, pero le he añadido algunas hie
Rosendo frunció el ceño. Solo se había acercado a Ana por su dinero. En realidad, estar todos los días junto a una vieja de más de cuarenta años le daba ganas de vomitar. Al ver al hombre que amaba fruncir el ceño, Ana preguntó:—¿Qué pasa, Rosendo? ¿Es que no quieres?—Eh… no, ¿qué dices? —Rosendo