En ese momento, Francisco dijo:—Alicia, mejor no hablemos tonterías con este descerebrado. Hoy han pasado muchas cosas, debes estar cansada. Te he reservado una habitación de lujo en el Hotel Paraíso, ¿por qué no te vas con tu madre a descansar?—Vale, vale, el día ha sido agotador —respondió Ana—.
En la habitación solo había una mesa con muchas personas sentadas alrededor. —Miguel, ven, te presento —dijo Mía con una sonrisa—. Este es Diego de la Cruz, el presidente de Ciudad Ríomar.Solo con escuchar el apellido “de la Cruz”, los hombres de mediana edad inclinaban levemente la cabeza. Miguel
Miguel estaba lleno de confianza en sí mismo:—Y no solo eso, cada mañana al levantarse le duele la lumbar y siente debilidad en las extremidades.Diego respiró profundamente y miró seriamente a Miguel:—¿Cómo sabes todo eso?Ese niñato nunca le había tomado el pulso ni le había hecho ninguna prueba
Juan está tumbado en una cama del Hospital Ríomar, sin poder moverse en absoluto por la escayola del brazo.Los ojos de Ana estaban llenos de lágrimas y su rostro mostraba una expresión de angustia.—Juan, ¿qué demonios ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto? —dijo.—Dime quién ha sido, yo te vengaré —c
Miguel negó con la cabeza.—No.Alicia suspiró aliviada. Comenzó a relajarse y su puño apretado comenzó a abrirse gradualmente.—Miguel, te pido disculpas en nombre de mi hermano. Él no es consciente de lo que hace, por favor, no se lo tengas en cuenta —se disculpó Alicia.Alicia se sentía muy averg
Sonrió sin darse cuenta y pensó: “Dios debe estar de mi lado.”El rubio se agarró el pecho, consciente de que no era rival para Francisco. Le señaló y dijo:—Espera a que venga mi jefe a por ti, hijo de puta.Francisco puso los brazos en jarras y le dijo, vacilándole:—Papaíto te está esperando aquí
Área de hospitalización del Hospital Ríomar. Alicia está en el pasillo absorta en sus pensamientos. Francisco se acercó a ella.—¿En qué piensas?—En nada —contestó.—¿No estarás pensando otra vez en Miguel? —¿Por qué iba a pensar en él? —negó con la cabeza a la vez que forzaba una sonrisa.—Pues
Maldijo internamente a Ana por ser tan idiota. ¿Cómo iba a enfrentarse a tantos hombres él solo? Ahora huir no era una opción. Y no huir tampoco. No importaba lo que hiciese. Y, entonces, el rubio se acordó de él.—Jefe, ese es el hijo de puta que me ha pegado antes —dijo, señalándole.De pronto, to